Como en el cuento
Pasa
el tiempo
y
el crecer nos engaña
haciéndonos
pensar que por tener años,
cabello
blanco y arrugas en la cara
la
vida nos ha hecho sabios.
Pero
ese sentir termina muchas veces (demasiadas)
tirando
abajo cada ladrillo,
derribando
cada puerta firmemente cerrada.
Resulta
que como en el cuento,
el
pensarnos seguros por la coraza del alma
nos
deja expuestos (de un instante al otro)
al
vacío de la existencia,
a
la angustia del sentirse ya no ser
y
la oscura frontera de la nada.
No
estamos preparados (¡estábamos seguros!)
y
sentimos frío, porque la llama antes eterna
se
apagó movida por la primera ráfaga del invierno.
No
estamos preparados (¡y nos aterramos como niños!)
porque
hasta la mano que apretaba fuerte
se
ha soltado.
Porque
el camino que marcaba un rumbo claro
hoy
es jungla oscura,
barreras
infranqueables que asustan
mientras
los pies se entierran en el barro.
Y
hay que mirar para arriba, buscando el Sol
porque
está demasiado oscuro aquí abajo.
El
recuerdo de haber visto antes la luz nos esperanza
y
nos da la oportunidad de seguir andando.
¡Quiero
eso!
…lo
pido, lo ruego, lo imploro…
porque
aquí abajo ya las piernas no se mueven,
porque
el corazón amenaza
y
la mente delira buscando miradas antiguas
que
ya no existen.
¿Qué quieres que te haga? (pregunta la voz suave)
y
en la ceguera profunda,
en
la noche oscura del alma,
en
el cansancio, en el frío,
en
el prematuro envejecimiento del buscar,
con
el último aliento, con la mano levantada
con
los ojos perdidos y nublados,
el
último grito sale de la garganta
¡Que pueda ver, Señor!
¡Que
otra vez pueda verte! (como antes)
para
empezar de nuevo,
para
reencontrar las fuerzas,
sabiendo
ahora que ya uno nada sabe, nada es, nada puede
si
no se tiene la oportunidad
de
volver a encontrarse con esa Mirada.
HECTOR
SPACCAROTELLA (16-06-10)