“Y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para engastarlas, y en artificio de madera; para trabajar en toda clase de labor” (Éxodo 31.3-5).
Muchas veces creemos que el Espíritu Santo guía solamente las cuestiones “espirituales”, sin embargo todo lo que hace un hijo de Dios es espiritual, pues el Espíritu Santo mora en él. Cuando hablamos de nuestro trabajo o profesión, daría la impresión que muchos creyentes separan esta área de su vida y no dejan que sea guiada por el Espíritu Santo.
El trabajo de cada uno de nosotros debe ser una excelente oportunidad de testimonio a otros. Para esto es imprescindible que el Espíritu Santo guíe lo que hacemos.
En primer lugar, el Espíritu Santo te llena de sabiduría, de inteligencia y de conocimiento en todo arte.
- Sabiduría para manejarte en la empresa para la cual trabajas, de la mejor forma posible.
- Inteligencia para utilizar los recursos, el tiempo y el esfuerzo de la mejor manera.
- Conocimiento en todo arte, para entender el mercado en el que te desenvolves y para relacionarse con tus clientes.
En segundo lugar, El Espíritu Santo te da la capacidad de inventar diseños, ya que una mente guiada por él, es renovada e innovadora en todo lo que hace.
- En lo laboral, busca desarrollar su trabajo de forma más simple y productiva.
- En lo comercial, crea distintas estrategias y métodos de comercialización.
- En lo profesional, desarrolla creatividad de forma continua.
En definitiva, el Espíritu Santo debe guiar tu trabajo, para que puedas trabajar en toda clase de labor, y hacerlo de manera sobresaliente para poder ser de bendición.
Si hasta hoy has estado estancado laboral, profesional y comercialmente, quizás necesites pedirle al Espíritu Santo que te guíe de manera especial en esto.
Yo bendigo tu vida para que el Espíritu Santo que mora en vos guíe toda tu vida, incluyendo esta área tan importante para tu desarrollo personal.
Por Daniel González