Esta mañana me llegó la versión digital de la revista "San Pablo", que envía semanalmente la editorial católica del mismo nombre. Leí con atención dos artículos, y les comparto uno de ellos porque me ayudó con mi devocional.
Cuando escuchamos este llamado de alerta del Papa, constatamos que la
realidad no es menos cierta, ya que todavía hay pastores que ponen su
confianza más en las “alcancías parroquiales” que en la pastoral de la
generosidad o en la sana providencia. “¿Buscamos tal vez el apoyo de los
que tienen poder en este mundo? O ¿nos dejamos engañar por el orgullo
que pretende gratificaciones y reconocimientos?”.
En los primeros siglos de la Iglesia primitiva, cuando Nerón inicia
la persecución del los cristianos, siembra una gran estela de “temor” e
“incertidumbre”. Durante el reinado de Herodes se da muerte a Santiago y
luego se encarcela a Pedro. Pero, como indica los Hechos de los
Apóstoles, a este último lo liberó un ángel mientras estaba prisionero:
“Pedro se da cuenta de que el Señor lo ‘ha librado de las manos de
Herodes’; este se percata de que Dios está con él porque lo ha liberado
de las cadenas.
Sí, el Señor nos libera de todo miedo y de todas las cadenas, de
manera que podamos ser verdaderamente libres”. Entonces, ¿por qué
tenemos miedo? Y, si lo tenemos, ¿qué refugios buscamos en nuestra vida
pastoral para estar seguros? Sí, verdaderamente, creemos que los
apóstoles se abandonaron en las manos de Dios, a semejanza del apóstol
Pablo, quien en sus cuatro viajes de misión, sin asegurar traslados,
ropa, comidas, honores o reconocimientos, se embarcó por Asia menor,
Grecia y tantos otros lugares sin tener la seguridad de que regresaría a
Antioquía o a la misma Jerusalén. Para quienes esperan seguridades de
cualquier cosa menos de Dios, la confianza en él puede ser un refugio
más confiable: ella disipa todo temor y nos hace libres de toda
esclavitud y tentación mundana”.
En el caso de Pedro, basta recordar la herida de aquella decepción
causada a su Señor en la noche de la traición: “¿Me amas?”. Es la
pregunta que Jesús, constantemente, hace a todo cristiano. Seamos como
Pedro. Él no confía en sí mismo ni en sus propias fuerzas, sino en Jesús
y en su divina misericordia: “Señor, tú conoces todo; tú sabes que te
quiero”. Es aquí donde desaparecen el miedo y la pusilanimidad. Pedro
experimenta que la fidelidad de Dios es más grande que nuestras
infidelidades y más fuerte que nuestras negaciones.
Así, esta pregunta también interpela a los pastores de hoy: “¿Me
amas?”. Y la única vía para responder a esa pregunta es “fiarse de él,
ya que ‘sabe todo’ de cada uno, no confiando en nuestra capacidad de
serle fieles a él, sino en su fidelidad inquebrantable”. Hoy, Jesús
diría a muchos cristianos tibios: “No pierdas tiempo en preguntas o
chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira lo
esencial y sígueme...”. Sin duda que hoy el Señor tiene a muchos
seguidores, pero a pocos “enamorados” de su persona.