Un día, cerca
ya de mi madurez, reparé en la proximidad
de este poema del enorme Tagore, con mi propia realidad: la irrupción del Espíritu en mi alma
como una catarata de luz destellante y cegadora, que tantas veces llevo
relatada y tanto me gozo en revivir. Desde entonces sé que él es un místico y
quizás hasta un profeta. No cristiano, es verdad, pero… el Espíritu de Dios es
como el viento: sopla donde quiere. Y
me parece que, en su caso, sopló como un huracán.
También yo escuché más de una vez, en medio de mis juegos infantiles, sus
pasos en mi corazón, pero Él no se me daba a conocer, y entonces pensaba que sólo
era ficción; parte del juego. Yo no tuve un cuarto de juguetes. Los fondos de
mi vieja casa paterna, mi barrio, y luego las costas del mar y el río añorados
fueron los escenarios de mis más queridos juegos infantiles1, en medio
de los cuales supe oír sus pasos misteriosos que me intrigaron fugazmente. La
algarabía de la bulliciosa adolescencia los acallaron.
Hoy, desandando lo recorrido entonces, encuentro
por azar marcadas sus huellas en aquel camino andado. Camino
que, sin dudas, era el mismo Espíritu quien me lo proponía. Más aún, creo que
lo iba extendiendo bajo mis pies para que yo lo recorriera confiado, sin
siquiera sospechar que el mismo autor de los “libretos”, no desdeñaba mis juegos infantiles y corría a mi lado. Y menos imaginaba en qué sucesos iba a desembocar
aquel camino. Ellos cambiarían el rumbo
de mi vida.
Hoy, después de muchas décadas desde su revelación, puedo
confesar que está claro para mí que aquellos pasos eran los mismos que oigo resonar ahora de estrella en estrella, y en verdad me es imposible saber si son sus
pasos o mis latidos, porque creo que ambos se han unido y nacen de lo más hondo
de mi corazón entregado.
NESTOR BARBARITO
1.Nací en 1937 en Necochea, por entonces pequeña ciudad de
la Provincia de Buenos Aires, y allí pasé toda mi infancia.