|
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del SEÑOR se deleita, y día y noche medita en ella. Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera! Salmos 1: 1-3
Tiempo atrás hablaba con un pastor, líder de una pequeña comunidad de las afueras de la ciudad. Cuatro años atrás comenzamos a relacionarnos; él y su esposa estaban a punto de tirar la toalla, de dejarlo todo. Sentían que no solo su ministerio se estaba cayendo por una barranca, sino que su matrimonio, su familia y sus vidas personales parecían sumergidos en un mar de barro en el que se enterraban más y más.
Juntos empezamos a buscar las causas, los orígenes de esta situación. Ellos abrieron su corazón para reconocer un presente de pecado y un pasado plagado de dificultades y traumas que desde la niñez estaban afectándolos. Estaban enfermos y como consecuencia de este padecimiento del alma, la integridad de sus vidas, la pareja, la familia y la comunidad espiritual se veían afectadas.
Ante este diagnóstico podrían haberse resignado y aceptar el fracaso. Sin embargo, desde esa oscura visión del presente, la fe pudo más. Ambos se avinieron a trabajar haciendo lo necesario para sanarse en cuerpo, alma y espíritu. Pasaron realmente por fuego. Fueron depurados por el Espíritu Santo, a veces con dolor, a veces con desesperación, a veces en la soledad del desierto, pero siguieron adelante.
Cuando volví a encontrarme con este hombre de Dios después de cuatro años, me comentó el gozo que vivían como matrimonio, como papás de sus hermosos hijos, su asombro por el crecimiento exponencial de sus comunidades...
Dice el escritor Peter Chin en mi devocional de hoy que: Así como una cosecha abundante depende de una fuente de agua limpia, la calidad del «fruto» en mi vida —mis palabras, acciones y actitudes— depende de mi nutrición espiritual.
El salmista lo describe en el Salmo 1: «el varón […] que en la ley del Señor está su delicia, […] será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo» (vv. 1-3). Y, en Gálatas 5, Pablo escribe que, a los que andan en el Espíritu, los caracteriza el «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (vv. 22-23).
A veces, las circunstancias me amargan, o mis acciones y palabras se vuelven desagradables. No hay buen fruto. Entonces, me doy cuenta de que no he pasado tiempo escuchando las palabras de mi Dios. Pero, cuando el ritmo de mi vida diaria se arraiga en Él, doy fruto bueno. Al interactuar con los demás, soy paciente y amable, y me resulta más fácil dar gracias que quejarme.
El Espíritu de Dios vive en sus hijos para obrar a través de ellos. El Padre añora que superando las limitaciones de tu vida de pecado, puedas correr a Su abrazo. Nada es más importante que ese encuentro en el que Dios ministrará tu vida para que como el árbol plantado a la orilla de un río, cuando llega su tiempo, des fruto y tus hojas jamás se marchiten.
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 2 de 2
Siguiente
Último
|
|
Que El Señor nos guíe y nos lleve a vivir bajo la guía de Su espíritu, sin distraerrnos de su voluntad, gracias hermano, bendiciones!
|
|
|
|
|