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Por alguna razón que ignoro, se me
antoja hoy que soy uno de aquellos discípulos.
Viajero ignorado huyendo de un mundo enloquecido, amenazador, que marcha
a contramano de las enseñanzas del Maestro y de mis viejas convicciones; un
mundo que a todo trance intenta convencerme de que Él ha muerto; “¡Dios ha muerto!”
es el clamor. En Jesús, Dios a muerto. Sin embargo, aún enceguecidos mis ojos
en medio de la tormenta, hay algo que me anima a seguir adelante; a caminar. Entonces sueño, sueño y confío. Ahora
tengo la esperanza de que en algún momento del viaje; en cualquier recodo del
camino, Él se me pondrá a la par, como lo hizo tantas veces, y su Espíritu
me guiará hacia la verdad. Ahora, en medio de mi soledad, siento una
extraña tibieza en el corazón. Por eso sé que en algún momento, Él partirá para
mí el Pan y mis ojos se abrirán al fin a un cielo despejado y radiante. Lo alumbrará
“el Sol que viene de lo alto”.
La vida en esta tierra no es un valle
de lágrimas para quien atina a vivirla con los ojos del corazón enfocando al
cielo; con la alegría de la esperanza en Cristo y de una vida en Dios. Sin
embargo, acepto que quizás estas cosas; este despertar a la Verdad absoluta,
sólo sucedan al final del camino, como a los discípulos; llegados ya a Emaús.
Sé que aun así, habrá valido la pena andar el Camino, porque el convite y el
brindis no tendrán fin.
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Feliz Pascua, querido amigo. Perdón por no estar presente antes. Estuvimos con mi esposa en misión cristiana en un pueblo del interior de la provincia donde vivimos, donde no había señal de internet.
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