“Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén” (2 Samuel 11:1).
Aquí comenzó la disolución del orden divino: David comenzó a enviar a otros a la batalla mientras él se quedaba en casa. Era como si pensara que había luchado lo suficiente; que había ganado suficientes victorias. Tal vez sólo quería detenerse y oler las rosas por un tiempo.
Ciertamente puedo identificarme con lo que David debe haber estado sintiendo. He tenido momentos en mi vida, en los que cuando me he preguntado: “Dios, ¿cuánto tiempo tengo que llevar este peso? He estado luchando por tanto tiempo. ¿No puedo simplemente disfrutar de las cosas por una temporada?”
Esta es una lucha común entre el pueblo de Dios, particularmente aquí en América. No puedo dejar de pensar en cómo hemos abandonado en gran medida la reunión de oración y la obra personal de Dios; la santidad personal, el evangelismo personal. Dimos nuestros diez o veinte dólares al mes para apoyar a las pocas familias misioneras que hemos enviado y eso se convirtió en nuestra contribución a la obra de Dios. Mientras tanto, dejamos de ir a la reunión de oración. Elegimos una manera más fácil, al decir: “Dios, Tú nos has bendecido y has ganado maravillosas victorias para nosotros. Tu nombre sigue siendo honrado; algunas voces siguen hablando por Ti, así que creo que voy a quedarme en casa. Sólo voy a descansar un poquito, porque he trabajado duro todo el día. ¿Por qué tengo que ir a orar?” Hemos asumido que alguien, en otro lugar, llevaría adelante la batalla. Sin embargo, una vez que salimos de la reunión de oración, nuestra disminución comenzó.
La Biblia continúa diciéndonos lo que sucedió después que David decidió quedarse en casa en lugar de salir a la batalla. “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado (hoy diríamos: ‘Y del Internet’) a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa” (2 Samuel 11:2).
David finalmente terminó sucumbiendo a la lujuria y la auto-indulgencia; otra imagen de lo que está sucediendo en nuestros días.
Carter Conlon