Judá y Jerusalén se habían descarriado y el pueblo de Dios desvergonzadamente desobedecía sus leyes. La sociedad entera se había entregado al amor propio y al materialismo. Fue una generación en la cual el incremento de la sensualidad provocó que se le comparara con Sodoma. La religión se había convertido en nada más que un ritual, algo que debía ser seguido, sin ningún poder espiritual. Así que el Señor le habló a este profeta que oraba, revelándole el terrible juicio que caería sobre su pueblo descarriado.
¿Cuál fue este juicio? Dios dijo que levantaría a los Caldeos que eran enemigos del pueblo de Israel como su vara de corrección y castigo. “Porque he aquí, yo levanto a los Caldeos, nación cruel y presurosa, que camina por la anchura de la tierra para poseer las moradas ajenas” (Habacuc 1:6).
Un ejército malvado y violento había descendido a la tierra, enviado por Dios. Cuando El Señor le reveló esta palabra terrible a Habacuc, el profeta exclamó: “Oí, y se conmovieron mis entrañas; A la voz temblaron mis labios; Pudrición entró en mis huesos, y dentro de mí me estremecí; Si bien estaré quieto en el día de la angustia, Cuando suba al pueblo el que lo invadirá con sus tropas” (3:16). Fue un horror inimaginable que el cuerpo de Habacuc se estremeció cuando él escuchó de parte de Dios lo que iba a suceder.
¿Cómo fue recibido el mensaje de Habacuc por las personas de su tiempo?
Nadie creyó la profecía que este hombre de oración trajo al pueblo. Simplemente era demasiado horrible para creer. ¿Cuál fue la respuesta de Habacuc ante el rechazo que sufrió? Él estaba conmovido hasta lo más profundo de su alma. Él se quejó con Dios y le dijo, “¿Hasta cuándo, oh Señor, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?” (1:2).
Habacuc estaba diciendo, en pocas palabras: ¿Cómo puede pasar esto, oh Dios? He intercedido incansablemente, rogándote que traigas un avivamiento a tu pueblo. He orado con esa fe y esperanza, pero el avivamiento nunca llegó. ¿Por qué has ignorado mis oraciones?”
De repente, Satanás comenzó a inundar la mente del profeta con dudas y cuestionamientos. De un pronto a otro, Habacuc se sintió atormentado por el aparente silencio de Dios. El profeta clamó aún más desesperadamente, “Señor, cómo puedes mantenerte en silencio ante todos los clamores de mi corazón?”
Aquí tenemos a un hombre de Dios, que oraba sin cesar, cuya fe se vio probada bajo un severo ataque. Sus frustraciones crecieron a tal punto que él empezó a hacer acusaciones contra Dios: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio; ¿por qué ves a los menospreciadores, y callas cuando destruye el impío al más justo que él?” (1:13). En otras palabras, “Dios, te has sentado silenciosamente mientras los malvados abusan y oprimen a tu pueblo. ¿Por qué no actúas?”
Para Habacuc, parecía que Dios estaba sentado pasivamente, sin hacer nada al respecto. Le parecía que mientras los malvados se hacían más fuertes, el pueblo de Dios se hacía más débil. Y los malos continuaban sin recibir juicio alguno.
Hoy, el pueblo de Dios tiene las mismas quejas que Habacuc.
Alrededor de toda la tierra, puedes escuchar este clamor de parte del pueblo de Dios: “Señor, ¿por qué te mantienes en silencio mientras tu nombre es sacado de nuestras escuelas, nuestras cortes, nuestra sociedad? ¿Por qué le permites a los pecadores pervertir tu ley y presumir de su malvado comportamiento? ¿Cómo es que le permites a los que publican pornografía inundar los principales medios de comunicación con tal inmundicia demoníaca? ¿Por qué le permites a los teólogos modernos y los líderes eclesiásticos burlarse de tu propia divinidad? ¿Por qué parece que toleras tanto sufrimiento en el mundo?”
La verdad es que, el infierno ha desatado un violento ejército de principados y poderes demoníacos, todo en un esfuerzo para destruir la fe de los elegidos de Dios. De hecho, de lo que estamos siendo testigos hoy en día es de una guerra sin cuartel en contra de la fe que clama que Jesús es Dios hecho carne.
¿Cuál fue la reacción de Habacuc ante el acecho de los Caldeos en su día? El profeta se encerró a solas con Dios en oración, determinado a escuchar una palabra del Señor. Él se comprometió a no dejar el lugar secreto de oración hasta que el Señor respondiera a su clamor.
A pesar de todo esto Habacuc no trató de cambiar la mentalidad de Dios acerca del terrible castigo que iba a ser enviado a la sociedad. En lugar de ello, este hombre de Dios lo único que quería era respuestas a las dudas que tenía en su espíritu: “¿Por qué te mantienes en silencio ante todas mis oraciones, Señor? ¿Por qué no contestas a mi clamor?” Habacuc declaró, “Sobre mi guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que se me dirá, y qué he de responder tocante a mi queja” (2:1).
Escucho a muchos predicadores hoy en día tratando de explicar por qué las oraciones de aquellos que enfrentan grandes sufrimientos no han sido contestadas. Estos ministros predican sermones que tratan de justificar las muchas aflicciones que el pueblo de Dios enfrenta. La verdad es que nadie puede llegar a entender completamente por qué muchas de las personas del pueblo de Dios enfrentan terrible dolor por meses, e incluso por años. Conozco personas justas que tienen a multitudes orando por su sanidad, y aun así parece que aquellas docenas de oraciones no son contestadas.
¿Qué es lo que le has estado pidiendo a Dios? ¿Qué sane tu matrimonio? ¿Que enderece a tu hijo o hija que se han desviado? ¿Qué te ayude en tus finanzas? ¿Hay alguna promesa que tú has recibido del Señor, y aun así no ves ninguna evidencia de que vaya a suceder a tu favor? ¿Parece que Dios permanece en silencio por tu petición? Quizás no hayas recibido respuestas a tus oraciones. Así que tú clamas como lo hizo Habacuc, “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?” (1:2).
Finalmente Habacuc se cansó de sus dudas y temores.
Este profeta de Dios que siempre oraba eventualmente clamó con toda la desesperación, “¡Necesito una palabra del Señor!” Aquí fue donde se encerró a solas en oración con Dios, determinado a escuchar algo de parte de Dios. Habacuc dijo, en efecto, “Me he dispuesto a ver y esperar hasta que el Señor me hable a mí. Déjenlo que me repruebe, que me corrija. Todo lo que yo sé es que necesito una respuesta a todas mis dudas. Yo necesito tener una palabra para darle a la iglesia, así como una palabra para que mi corazón tenga paz.”
Dios nunca le explicó a este profeta porqué los malvados parecen ganar poder y fuerza sobre los justos. Dios nunca le respondió a Habacuc por qué él parecía permanecer en silencio antes sus clamores. Esto debió haber desconcertado a este profeta fiel. Habacuc ciertamente esperaba que Dios le diera explicaciones. Él seguramente debe haber pensado que el Señor, en su misericordia, le revelaría porqué él permanecía en silencio y porqué sus promesas parecían fallar. Tal vez Dios podría señalarle el calendario de los futuros eventos que sucederían en Judá y en Jerusalén. Pero ninguna de estas explicaciones fue dada.
Amado, a veces parecerá como si Dios ignorara tus peticiones. No importa cuán a menudo tú ayunes u ores, el ser amado al que tú amas continúa viviendo en pecado. O, tu matrimonio parece estar peor, tu miseria te arrastra día con día. O, tal vez sufres de interminable dolor físico. En lugar de obtener un dulce alivio por medio de la oración, tus problemas parecen subir cada vez más alto. Entonces, te preguntas, “¿Por qué Dios? Por favor, sólo explícame por qué no has contestado a mis oraciones.”
Todos necesitamos una palabra certera de parte del Señor. Y Satanás nos ha ganado si es que él logra convencernos de que nuestro Señor no escucha o no responde nuestras oraciones. De hecho, esta es la razón por la cual muchos creyentes que alguna vez fueron celosos no oran más en serio. Secretamente ellos piensan, “La oración no me sirve a mí. En realidad Dios no escucha lo que yo digo.”
Pero Habacuc estaba determinado a esperar en la presencia del Señor, buscando a Dios en oración. Y fue allí donde el Señor le habló, diciéndole en esencia: “Habacuc, te voy a dar una palabra que responderá todas tus preguntas. Esta palabra le pondrá fin a todas tus dudas. Y no es solamente para ti, sino también para mi pueblo — de hecho, para todo el mundo, hasta el final de los tiempos. Quiero que escribas lo que te voy a decir ahora, para que cuando todo el mundo lo escuche pueda correr.”
Amado, ¿Estás corriendo la carrera? Dios tiene una palabra para ti que te capacitará para hacerlo. Esta palabra la podemos encontrar en Habacuc 2:4: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (mis cursivas).
¿Entiendes lo que Dios está diciendo aquí? Él le estaba diciendo al profeta y a la nación entera de Judá, así como a su pueblo hoy: “Aparta tus ojos de esos Caldeos orgullosos y arrogantes. No te preocupes por los tiempos duros que han de venir. Voy a derribar a todos mis enemigos, en mi tiempo. Te digo, Mi Gloria cubrirá toda la tierra. Mientras tanto, el justo vivirá por fe.”
El Señor estaba diciendo, en otras palabras: “Habacuc, Esta es la única palabra que tú vas a necesitar, para que pases en medio de todos los tiempos duros que vendrán. Confía en el Señor. Vive por fe.”
Cuando Satanás inyecte pensamientos de maldad y de incredulidad en tu mente, tú no los temas. El enemigo quiere que tú creas que eres tan malo como los pensamientos que él planta en tu mente. Pero tu respuesta a cada acusación debe ser, “Estos no son mis pensamientos. Han sido plantados por el maligno.”
En estos momentos tú tienes que decirle a los poderes del infierno, sin ninguna duda: “Oye diablo, confío en que mi Dios me liberará. Y rechazo todos esos pensamientos que vienen de ti. No puedes tomar el control de mi mente. El Espíritu Santo vive en mí. Jesús está conmigo, y él me ha hecho puro a sus ojos.”
A veces Satanás tratará de atormentarte con condenación. El traerá cada pecado y cada falla de tu pasado. Pero ese es precisamente el momento en que tú tienes que confiar en el Señor. Confía en que su palabra es verdad, y abrázate a tu fe. La fe es la única arca que te va a mantener a flote durante tu inundación.
Todos nosotros hemos escuchado esta palabra a través de toda nuestra vida Cristiana: “¡Cree! Confía en Dios en todas las cosas.” Lo leemos desde Génesis hasta Apocalipsis. Es predicado por Moisés, Daniel, Job, David, los profetas, Pablo, Pedro, Juan, y por supuesto más notablemente por Jesús. De hecho, la palabra que Dios le dio a Habacuc ha sido enseñada por siglos por pastores, maestros y evangelistas: “El justo vivirá por fe.”
Yo mismo he predicado docenas de veces esta palabra, pero te puedo asegurar que es más fácil predicarla que practicarla.
Con la palabra del Señor establecida en su corazón, Habacuc envío un mensaje de advertencia – y de fe – al pueblo de Dio:
“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. El Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (3:17-19).
El escenario que Habacuc describe aquí es el colapso de una economía. El profeta está prediciendo hambrunas, escasez de alimentos, pérdida de ingresos, escasez de todas las cosas. Pero a pesar de todas estas graves condiciones que vendrían, el profeta confiaba. Él estaba convencido de que Dios era todavía Dios a través de cada hambruna y de cada tiempo duro. El Señor es el mismo Dios que abrió el Mar Rojo, que proveyó para su pueblo en el desierto por 40 años, que nunca le ha fallado a su pueblo a través de todos los tiempos.
Yo sé que tengo fe cuando verdaremente puedo decir, “Mi Dios es el Dios de lo imposible. Y yo, vivo o muerto, soy suyo. Me he abandonado en Sus brazos. Él me va a rescatar, inclusive en la muerte y por toda la eternidad.”
Querido santo, aprende a alabar a Dios en los buenos tiempos y en los tiempos presentes de prueba. Cuando las cosas parecen no tener esperanza, la fe se levanta y fortalece entre las alabanzas del pueblo de Dios. ¡Amén!
DAVID WILKERSON