En la aviación, hay un efecto que afecta a los pilotos llamado la desorientación espacial. Sucede mayormente cuando un piloto se encuentra volando en condiciones que le estorban la vista - por ejemplo, en la neblina o la nieve. Al no poder ver el horizonte o la tierra, el piloto tiene que depender de los instrumentos que tiene en la cabina para ubicarse. Sólo los instrumentos le dirán si está subiendo o bajando, si se encuentra volando a nivel o en curva.
El problema de la desorientación espacial se presenta cuando el piloto siente que se encuentra volando en una dirección, pero sus instrumentos indican algo diferente. En estos casos, los instrumentos normalmente tienen la razón, y la sensación del piloto se equivoca. En otras palabras, lo que siente el piloto acerca de su velocidad y dirección no es cierto, y él tiene que depender de sus instrumentos.
Lastimosamente, varios aviones se han estrellado debido a la desorientación espacial del piloto. Los pilotos de aviones reciben entrenamiento especial para aprender a no confiarse de sus propias sensaciones, y más bien confiar en sus instrumentos. Podríamos decir que todos, en realidad, necesitamos lo mismo.
En la vida humana, con frecuencia sucede una especie de desorientación espacial - o quizás deberíamos llamarlo desorientación espiritual. Al no ver las cosas como son en realidad, pensamos algo equivocado y tomamos decisiones erradas. Tenemos que aprender a confiar en los instrumentos que nos indican la verdad, en lugar de confiar en nuestros sentimientos.
Pero ¿cuáles serán esos instrumentos? ¿Qué nos indica la verdad? Sólo hay uno que ve la realidad tal como es. Dios es el único que lo ve todo, como una realidad unida y lógica, y sólo Él nos puede indicar cómo son las cosas. Él nos llama a basar nuestra vida en lo que Él nos dice en su Palabra acerca de la realidad.
Los creyentes de Corinto, aunque recibieron el evangelio de labios del apóstol Pablo, habían caído en la desorientación espiritual. Estaban juzgando las cosas equivocadamente. La respuesta que les da Pablo nos enseña mucho acerca de la manera en que nosotros podemos aprender a vivir una vida basada en la realidad. Abramos la Biblia en 1 Corintios 4, y leamos los versos 1 al 5 Que todo hombre nos considere de esta manera: como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, además se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel. En cuanto a mí, es de poca importancia que yo sea juzgado por vosotros, o por cualquier tribunal humano; de hecho, ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque no estoy consciente de nada en contra mía; más no por eso estoy sin culpa, pues el que me juzga es el Señor. Por tanto, no juzguéis antes de tiempo, sino esperad hasta que el Señor venga, el cual sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas y también pondrá de manifiesto los designios de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de parte de Dios.
Estos versos nos hablan de la primera clave para vivir una vida basada en la realidad. La próxima semana, veremos otras dos. Esta es la primera clave: Dios nos llama a juzgar a otros basándonos en la realidad. En la ausencia del apóstol Pablo, algunas personas en Corinto lo habían empezado a criticar por ser mal predicador, por escribir cartas bonitas pero dar mensajes aburridos. Buscaban a otros predicadores más de acuerdo con su antojo.
Pablo responde: A mí no me importa lo que piense la gente de mí, ni me justifico a mí mismo. Un día, Dios sacará a la luz todo lo que está en oscuridad, y mostrará las motivaciones de cada corazón. Por lo tanto, no juzguemos indebidamente ahora. Nosotros no lo sabemos todo, ni tenemos la perspectiva de Dios.
Existen algunas cosas que sí tenemos que juzgar. Por ejemplo, cuando alguien llega a predicarnos un mensaje, tenemos que examinar su mensaje a la luz de las Escrituras. Sabemos que hay falsos profetas, y cada uno de nosotros debe tener su propio criterio. También tenemos que juzgar cuando hay pecados abiertos dentro de la Iglesia. De hecho, el próximo capítulo habla de esto. En otras palabras, la idea de no juzgar indebidamente no significa ignorar el pecado.
Pero hay tres conclusiones muy importantes que podemos sacar de estos versículos. La primera es que no juzguemos ahora lo que no sabemos, ni tenemos por qué juzgar. El verso 5 lo dice.
Nosotros somos muy dados a ver algo y sacar conclusiones muy pronto, sin tener todos los detalles. Luego se lo comentamos a otra persona, y pronto hemos asesinado el carácter de alguien sin saber de lo que hablamos. El problema es que nosotros no vemos como Dios ve. No siempre sabemos cuál es la realidad.
El pastor Chuck Swindoll cuenta una historia que ilustra este punto. En una conferencia donde había sido invitado a predicar, se le acercó un hombre para decirle que estaba muy contento de poder estar en la conferencia. Toda su vida había deseado escuchar en persona al Dr. Swindoll, y por fin se le había concedido el deseo.
Esa noche, el predicador notó al hombre sentado en una de las primeras filas, pero casi tan pronto había empezado a predicar, el hombre se quedó dormido. ¡Interesante forma de mostrar su gusto de estar escuchando al gran predicador! Pero bueno, quizás había llegado cansado a la conferencia.
La noche siguiente, allí estaba de nuevo el hombre, sentado en la primera fila - y nuevamente, se volvió a dormir casi tan pronto empezó el predicador con su mensaje. El Dr. Swindoll comenzó a sentirse ofendido. Noche tras noche, la misma cosa sucedió - y la opinión que tenía de aquel hombre dormilón seguía bajando hasta los suelos.
La última noche de la conferencia, la esposa del hombre se acercó al Dr. Swindoll y se disculpó por la falta de atención de su esposo. "Lo que sucede", le dijo al pastor, "es que mi esposo tiene cáncer. Los doctores no le dan ninguna esperanza. Uno de sus deseos antes de morir ha sido escucharlo a usted, pero los medicamentos que tiene que tomar por su enfermedad le dan mucho sueño." ¡Sólo me puedo imaginar cómo se habrá sentido el Dr. Swindoll al recibir esta noticia!
Debemos tener mucho cuidado con juzgar por lo que vemos, y mucho más con compartir lo que pensamos con otros. Si vemos a alguien cometer un crimen o tenemos conocimiento directo de algo que afecta a otros, por supuesto que tenemos que hablar. Pero es hora de abandonar el juicio innecesario y sin bases.
La segunda conclusión que sacamos de estas palabras es que no debemos justificarnos indebidamente. El mismo apóstol Pablo lo dice: "Porque aunque la conciencia no me remuerde, no por eso quedo absuelto; el que me juzga es el Señor." Nuestra conciencia puede equivocarse; podemos pensar que estamos bien, pero en realidad estar muy mal.
Una de las cosas más peligrosas que nos puede suceder es que perdamos el sentido de culpabilidad. Es por esto que el salmista oraba: "¿Cómo puedo conocer todos los pecados escondidos en mi corazón? Límpiame de estas faltas ocultas." (Salmo 19:12 NTV) Es bueno caminar con una conciencia limpia delante de Dios, pero siempre tenemos que pedirle que nos demuestre si estamos ignorando alguna falla. Siempre tenemos que mantener un corazón sensible, y no justificarnos a nosotros mismos.
A veces incluso agarramos a Dios como pretexto en todo esto. Una persona sorprendida en algún delito puede decir al público: "No me juzgues. Dios es mi juez." Parece que quiere decir: "Si Dios no me ha hecho nada, es porque estoy bien." Pero no es así. Tenemos que sospechar de nuestro corazón, porque es engañoso. Debemos abrirnos a la convicción del Espíritu Santo, y no justificarnos fácilmente.
La tercera cosa que aprendemos de estos versículos es que viene un día cuando todo se sacará a la luz. El simple hecho de que Dios no haya castigado el pecado todavía no significa que no lo vaya a castigar. El hecho de haber cometido un error y no haber enfrentado todavía las consecuencias no significa que no las tendremos que enfrentar.
Una pareja llevaba 25 años de casados. Tenían una vida agradable, si no perfecta; tres hijos adultos que los amaban, y la solvencia económica suficiente como para planear un retiro cómodo. Decidieron comprar una casa con vista a un lago, y encontraron una muy bonita que vendía un hombre llamado Benjamín.
Empezaron a hacer los planes para vender la casa que ya tenían y mudarse a las orillas del lago. Pasaron unos pocos meses, hasta que un día la esposa se acercó a su marido y le dijo: "Tengo algo que decirte. Lo siento mucho, pero encontré a otra persona. Nos amamos mucho, y me tengo que separar de ti."
Su esposo no lo comprendía. ¿Cómo había sido capaz de planear la jubilación, de buscar una casa nueva con su esposo y engañarlo, teniendo un amante? Ella le dijo que no había sido ningún engaño, que todo esto era algo muy reciente. En realidad, su nuevo amor era Benjamín, el dueño de la casa que estaban comprando. Apenas se habían conocido, pero ya se querían mucho.
Sus hijos no estaban de acuerdo, ni su esposo; pero nada podía disuadir a la mujer. Hizo sus maletas y se fue a vivir con su nuevo amante, dejando a su esposo desconsolado. Dos semanas después, Benjamín - su nuevo amor - sufrió un ataque cardiaco. Después de algunas horas, estaba muerto.
¿Será que esas dos semanas valieron el sacrificio de un matrimonio de 25 años?Indudablemente podríamos decir que esta mujer infiel recibió su merecido. A ella y a Benjamín les tocó muy pronto; tarde o temprano, a todos les llegará su día. Dios juzgará a todos, y sacará todo lo oculto a la luz.
Esto significa que nadie se saldrá con la suya. Tarde o temprano, todos tendremos que responder a Dios. Y te pregunto: ¿estás preparado para ese día? ¿Estás viviendo una vida basada en la realidad - la realidad del juicio final? Sólo puedes estar preparado si te has entregado de corazón a Cristo, si has aceptado por fe el perdón que su muerte en la cruz nos compró.