De los muchos videos que vi de Billy Graham en la semana de su muerte, uno en particular me impactó. Predicando en la capilla del Southern Seminary en 1982, Graham dijo que a los sesenta y cuatro años su mayor sorpresa en la vida era la brevedad de la misma: “Si alguien me hubiera dicho cuando tenía veinte años que la vida era tan corta y que pasaría tan rápido, no lo hubiera creído. Y si te digo eso, tampoco lo creerías. No puedo lograr que los jóvenes comprendan cuán breve es la vida; qué tan rápido pasa”.
El tiempo vuela, no es suficiente y se nos escapa. Siempre estamos presionados por él, deseando administrarlo mejor, sintiéndonos culpables porque no tenemos más tiempo para alguien especial o para hacer algo que valga la pena. Siempre se nos acaba el tiempo. Y Billy Graham tiene razón. ¡Qué rápido pasa!
El tiempo es una entidad profundamente teológica. Un Dios eterno le enseña a las criaturas algunas de sus mejores lecciones a través del tiempo. El tiempo tiene una forma tanto lineal como circular: no puedes repetir el tiempo, incluso cuando repetidamente te da muchas cosas. Todo esto nos educa acerca de lo que Dios ama y sobre lo que significa ser humano, brindándonos al menos tres grandes lecciones.
1. El camino de la sabiduría respeta el ritmo del tiempo.
“Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo” (Ec. 3:1). Vale la pena detenerse allí mismo, en el comienzo de la más famosa de las reflexiones sobre el tiempo.
La Escritura dice que hay un tiempo para todas las cosas. Pero nuestro mundo contrarresta esto diciendo que todo se puede hacer todo el tiempo. La mayoría de la tecnología, por ejemplo, nos ha vendido la mentira de que podemos desprendernos de las limitaciones creadas del tiempo y tener acceso a todo siempre, sin esperar, sin parar, y sin necesidad de descansar.
La electricidad difumina los límites entre trabajar de día y dormir de noche. Nuestra vida en línea se ha convertido en nuestro maestro intemporal, mientras que varias pantallas emiten comandos sin fin y los obedecemos sin duda alguna. Los gimnasios, las estaciones de gasolina, las bibliotecas, las oficinas, y los supermercados están abiertos las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y creemos que podemos hacer todo, todo el tiempo. No hay una temporada particular para cada cosa. Hacemos lo que queremos, cuando queremos.
Las personas sabias respetan los ritmos del tiempo. El amanecer, la mañana, la tarde, y la noche. Dios hizo seis días para trabajar, un día para descansar. Esto estructura la semana, que se repite en un mes y los meses en años.
Nuestra atención constante y sin cesar a los medios digitales está disminuyendo nuestra personalidad.
Muchas personas intentan vivir vidas libres del ritmo del tiempo, haciendo lo que quieren en un momento dado, sin prestar la debida atención a si es el momento adecuado para hacerlo; esto realmente afecta la estructura de lo que significa ser humano. Ahora estamos descubriendo que nuestra atención constante y sin cesar a los medios digitales está disminuyendo nuestra personalidad.
En mis años de ministerio pastoral no he visto a muchas familias observar el día del Señor con la alegría deliberada y hospitalidad habitual. He sido testigo de otros cuya devoción intermitente al cuerpo de Cristo es simplemente un síntoma de sus ritmos irregulares en otras áreas de la vida.
2. El camino de la necedad busca controlar las temporadas del tiempo.
Los ritmos no son todo lo que existe en una vida ordinaria debajo del sol. Hay un “tiempo de nacer, y tiempo de morir” (Ec. 3:2), hay un “tiempo de llorar, y tiempo de reír” (Ec. 3:4); hay un “tiempo de amar, y tiempo de odiar” (Ec. 3:8). Estas son las temporadas, no los ritmos, ya que no puede predecirse cuándo aparecerán en nuestras vidas y, a menudo, su presencia nos toma por sorpresa.
Se necesita fe para ver que Dios “ha hecho todo apropiado a su tiempo” (Ec. 3:11), porque a menudo vivimos con lo feo y doloroso de la vida, así como con su belleza y deleite. Además, estas son temporadas de relaciones interpersonales: involucran a personas que amamos y que perdemos, a quienes ofendemos y perdonamos, a quienes se hacen nuestros amigos y a quienes nos hacen daño. Somos seres profundamente personales, y la mayoría de nuestras vidas se consumen por navegar las diferentes temporadas de nuestras relaciones y los efectos que tienen sobre nosotros.
Todos los eventos de la historia humana que se han deslizado a través del reloj de arena en el pasado podrían perderse, pero nunca se pierden para Dios.
Esas temporadas exponen cuán poco control realmente tenemos sobre nuestras vidas. Zack Eswine dice: “Muchas de nuestras frustraciones surgen de nuestra ceguera ante el cambio de la temporada o el dolor o la alegría de ellas, y luchamos por ajustar nuestras expectativas” (Recuperando el Edén, p. 130). ¿Qué hacemos con esas temporadas que causan tanto daño a nuestros pequeños y ordenados reinos? ¿A dónde nos dirigimos?
Eclesiastés nos ayuda a ver que una de las temporadas que no controlamos es el tiempo para aplicar la justicia. “Yo me dije: ‘Al justo como al impío juzgará Dios’, porque hay un tiempo para cada cosa y para cada obra” (Ec. 3:17). Llegará el momento, un día, para el viaje divino en el tiempo: “Porque Dios busca lo que ha pasado” (Ec. 3:15). Todos los eventos de la historia humana que se han deslizado a través del reloj de arena en el pasado podrían perderse, pero nunca se pierden para Dios. Un día Él encontrará el tiempo y buscará el pasado en Su presente para que demos cuenta de ello. Toda temporada tendrá su día en el juicio.
Los tontos buscan todas las respuestas de la vida en cada una de las temporadas de la vida. Pero algunas temporadas solo producen preguntas, no respuestas. Algunas temporadas traen heridas que no sanarán. Podría tomarnos toda una vida aprender que “el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin” (Ec. 3:11). La historia de mi vida tiene personajes quebrantados, interrupciones discordantes, alegrías inesperadas, y relaciones atrapadas en tensiones y dificultades no resueltas. En la bondad de Dios tengo, hasta ahora, capítulos inconclusos. Pero mi historia no es la historia. “La historia revela que habrá un tiempo para el juicio, y los creyentes confían en que finalmente prevalecerá el juicio” (Craig Bartholomew, Eclesiastés, p. 180-181).
3. El camino de la vida abraza los cambios del tiempo
Esta perspectiva es la voz del evangelio que nos habla del ahora y del futuro, hablando con el acento desconocido de Eclesiastés. Hoy es el tiempo del sufrimiento y angustia, del trabajo y el placer, del afán y el terror; mañana es el tiempo de la gloria y el juicio, de la resurrección del cuerpo y la vida eterna en el mundo sin fin.
El evangelio pone al mundo de cabeza.
Ahora esto; mañana, aquello. El Señor Jesús llena nuestro tiempo con el indescriptible consuelo de la promesa de grandes cambios. Pierde tu vida hoy por el bien de Jesús y su evangelio; sálvala mañana. Gana el mundo ahora; pierde tu alma después. Avergüénzate de Jesús en el tiempo de esta generación pecadora; sé testigo de cómo se avergüenza de ti en el tiempo de su venida en la gloria del Padre y de los santos ángeles (Mr. 8:35-38).
Los creyentes que van por el camino a la vida saben que las experiencias del tiempo se pueden revertir. El evangelio pone al mundo de cabeza. Si bien desfigurado, el Siervo del Señor llega, a tiempo, para cerrar la boca de los reyes; aunque sepultado con los malvados, llega, a tiempo, a quedarse con los despojos de los fuertes (Is. 52-53). Bienaventurados los pobres en espíritu, los que lloran, los humildes, los hambrientos, aquellos que pierden todo en el aquí y ahora, porque el día de la reversión está llegando, y la recompensa será grande en el reino de los cielos (Mt. 5).
PUBLICADO ORIGINALMENTE EN DESIRING GOD. TRADUCIDO POR ALICIA FERREIRA.