El apóstol Santiago escribió en su epístola: «Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman» (Santiago 1:12).
Es importante que entendamos que la corona de vida a la que se hace referencia aquí no es la salvación, ya que no somos salvos por obras ni por permanecer firmes en las pruebas y tribulaciones, sino que esto es un don de Dios.
La corona de vida que se describe aquí es la recompensa que se obtiene por haber vencido la adversidad, por haber luchado, por haber resistido; del mismo modo que el atleta es coronado al cruzar la meta o al soldado lo condecoran cuando vuelve victorioso de una guerra.
El cristiano que vence la adversidad es recompensado por Dios. Al final de la vida de Job se ve ilustrado este principio de una manera muy poderosa. Vemos a Dios aumentar al doble todas las cosas que el enemigo le había arrebatado. A tal extremo que «bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero» (Job 42:12). Esto quiere decir que Job no solo recuperó aquello que había perdido, sino que Dios lo recompensó con abundantes bienes y todo tipo de bendiciones después de la tribulación.
Esta recompensa no solo se extiende al ámbito terrenal, sino que trasciende a la eternidad, pues como declaran las Escrituras: «Esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17).
Incluso en los Evangelios observamos que el Señor les revela a sus discípulos que muchas de las bendiciones guardadas para ellos en el tiempo eterno están conectadas a su firmeza en medio de las pruebas: «Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel» (Lucas 22:28-30).
Resulta obvio que los beneficios citados en la primera parte de este libro pueden obtenerse solo si eres capaz de levantarte triunfante sobre la adversidad, sin dejarte vencer por ella. Y es aquí donde en verdad la Palabra de Dios debe otorgarnos la revelación necesaria para lograr alcanzar el conocimiento que he adquirido en mis años de experiencia, a lo largo de mi caminar con Dios: las tribulaciones no han venido a destruirnos, sino más bien a promovernos, a elevarnos a un nivel superior en todos los aspectos de nuestra vida.
El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, hablaba de enfrentar con sumo gozo las tribulaciones, ya que las mismas producen en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria. Esta palabra, «producir», proviene del griego katergazomai, cuyo significado habla de logros y alcance. Y eso es exactamente lo que acontecerá con todo individuo que permanezca firme en medio de la tormenta, convirtiéndose así en el perfecto candidato para recibir las bendiciones terrenales e incluso eternas, las cuales solo resultan al enfrentar las calamidades temporales.
Es muy difícil concebir con nuestra mente moderna, plagada de conceptos contemporáneos, la magnitud del peligro al cual habían sido expuestos los israelitas en este oscuro período de su peregrinaje en la tierra.
De la misma manera, también nos es difícil procesar lo grandioso y majestuoso de la intervención divina y lo increíblemente glorioso que fue el postrer estado de este pueblo a causa de su firmeza en la fe.
Es mi oración que podamos ser iluminados con la revelación divina, permitiéndonos alcanzar la victoria frente a cualquier adversidad que se presente.
Tomado del libro Vence la adversidad, Copyright ©2013 por Ruddy Gracia (ISBN 978-08297-5861-0). Usado con permiso de Editorial Vida.