El día de Pentecostés, Pedro predicó: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo” (Hechos 2:38). En otras palabras: “Dehazte de tu pasada manera de vivir y de todos tus propios intentos de ser santo en tu propia fuerza”. Deshazte de la máscara de ser cristiano y vístete de Cristo. Y recibirás el don del Espíritu Santo, ¡porque la promesa es para ti!
Según las Escrituras, ese día se añadieron tres mil almas a la Iglesia: Tres mil personas religiosas que habían estado haciendo todo lo posible por ser piadosas en sus propias fuerzas; tres mil que tal vez estaban cansados de aprender sobre Dios y su poder de antaño; ¡tres mil que notaron que había personas que realmente poseían el poder de Dios!
Entonces, ¿qué debemos hacer tú y yo para obtener este poder de Dios hoy? Después de todo, seguramente lo necesitaremos para enfrentar los días que tenemos por delante.
Primero, debemos regresar al propósito completo que Dios pretendió para nuestras vidas en esta tierra: Ser testigos vivientes de quién es Él, lo cual requiere humildad, porque se burlaron de nosotros y nos ridiculizarán. Sin embargo, independientemente de lo que pueda pensar el mundo, debe haber una resolución en nuestro corazón que diga: “No me importa lo que cueste. Yo quiero esta nueva vida, esta fuerza para seguir con Dios y no me conformaré con ser tibio”.
Esta es una elección que tú y yo debemos hacer. Recuerda, la promesa del Espíritu Santo es para ti, para tus hijos, para los jóvenes, los ancianos, los educados, los incultos, los fuertes, los débiles. ¿Realmente la quieres? Y, ¿el estilo de vida que viene con dicha promesa?
Si estás dispuesto, te animo a ir delante del Señor con humildad y a pedirle que cumpla su gran promesa para ti. Con certeza, él será fiel a su Palabra. Y luego, como su Iglesia, ¡volveremos al poder de Dios en estos últimos días!
Carter Conlon