«Si
ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡cuánto
más el Padre del cielo dará el E.S. a los que se lo pidan!»
(Lc 11,13).
La principal ocupación en nuestros encuentros
con Dios ha de ser pedir el Espíritu Santo. Este pedido siempre es escuchado,
porque es como pedir la gracia de la oración, ya que el E.S. es la fuente y el origen
de nuestra oración. Y Dios está ansioso de que se la pidamos. ¡Y de
dárnosla!
Cuántas veces creemos que oramos bien porque oramos mucho,
y navegamos por “los siete mares” del pensamiento sin recalar en ninguna bahía.
Acaso recorriendo nuestras necesidades y
las de los seres queridos y conocidos para pedir por ellas. Pero si nos
concentráramos en descansar nuestra atención y afecto en Dios, con amorosa
mirada, y le confiáramos el íntimo deseo de ser poseídos; desbordados, (y permítaseme
la expresión) preñados por el Espíritu Santo, Él mismo vendría “en auxilio de
nuestra debilidad e intercedería con gemidos inefables” (cf. Ro. 8, 26) y llenaría
nuestro corazón con la verdadera y más pura oración.
El descanso amoroso en Dios suplirá con creces todos
los pedidos que habitualmente le hacemos y los que hoy querríamos hacerle,
porque Él conoce todos los deseos de nuestro corazón. «Deléitate en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón» (Sal.
37, 4).
Decía Fray Gil de Asís, compañero de San Francisco: «Reza con fidelidad y devoción. Pon
humildemente toda la mente en Dios, y Dios pondrá en ti su gracia según le
plazca»
El
autor de “La nube del no saber” (anónimo inglés del siglo XIV), dice: «Cuando la gracia de Dios llega a
entusiasmarte, (la oración) se convierte en
la actividad más liviana y una de las que se hacen con más agrado. Sin su
gracia, en cambio, es muy difícil y, casi diría yo, fuera de tu alcance.
Siempre que te sientas movido por la gracia a
la actividad contemplativa y estés decidido a realizarla, eleva con sencillez
tu corazón a Dios con un suave movimiento de amor. Piensa solamente en Dios que
te creó, que te redimió y te guió a esta obra. No dejes que otras ideas sobre
Dios entren en tu mente. Incluso esto es demasiado. Basta con un puro impulso hacia Dios, el deseo de Él solo».
Situarse
ante Dios que habita en nuestro interior, y no dirigirse a Él con palabras, por
supuesto que no parece fácil. Sobre todo para alguien que, como yo, está
acostumbrado por vocación o por formación, a manifestarse a través de palabras
-habladas o escritas, pero siempre pensadas y escogidas-. Sin embargo, los
hombres y mujeres de oración aconsejan dirigirse a Él con sólo un acto del corazón. Esto también exige un
aprendizaje. Sin dudas el Espíritu lo puede hacer posible. Vale la pena
intentarlo.