Es posible decir: “Yo creo que Dios puede hacer lo imposible”, y, sin embargo, ser incapaz de aceptar los milagros del Señor para nuestras vidas debido a un corazón dudoso. En Mateo encontramos a Jesús subiéndose a un bote para irse a “un lugar desierto y apartado” (14:13). Acababa de recibir la noticia de que Juan el Bautista había sido decapitado y las noticias lo conmovieron tanto que sintió la necesidad de estar solo para orar. Sin embargo, cuando la gente oyó que Jesús se estaba yendo, “le siguió a pie desde las ciudades” (mismo versículo).
Miles de personas vinieron de todas partes en todo tipo de condición física. Los enfermos eran llevados en camillas o conducidos hacia él en carritos hechos en casa. Hombres y mujeres ciegos fueron conducidos a través de la multitud, y los cojos se abrían paso con bastones y muletas improvisadas. Todos tenían un objetivo primordial: ¡acercarse a Jesús y recibir un toque de sanidad!
¿Y cuál fue la respuesta de Cristo a esta increíble escena? “Tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mateo 14:14). Y luego, al final de ese maravilloso día y después de hacer todos esos milagros de sanidad, Jesús decidió alimentar a la gran multitud (ver Mateo 14:16-21).
Más tarde, en el bote que navegaba a Magdala, los discípulos se cansaron de su largo día y comenzaron a discutir porque sólo tenían un pan consigo (ver Marcos 8:14). ¡Imagina! ¡Pedro, Santiago, Juan y los demás estaban preocupados por el pan cuando acababan de volver de la mayor alimentación de pan de la historia! Jesús no lo podía creer y los reprendió: “¿Cómo aún no entendéis?” (8:21).
Este mensaje es para todos los que están al borde del agotamiento, abrumados por su situación actual. Tú has sido un siervo fiel, alimentando a otros, confiando en que Dios puede hacer lo imposible por su pueblo, pero guardas dudas persistentes sobre la disponibilidad del Señor a intervenir en tu propia lucha.
El Espíritu Santo te está llamando a recordar la compasión de Jesús, recuerda la abundancia de los panes y los peces; y debes saber que él no está dispuesto a que ni siquiera uno de ustedes desmaye.
DAVID WILKERSON