“Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume” (Lucas 7:36-38).
Simón, este fariseo, también invitó a un grupo selecto de líderes religiosos a unirse a la mesa de la cena. Se trataba claramente de una reunión religiosa, conformada por hombres que se consideraban a sí mismos, los hombres santos de su generación. Entonces una “mujer de la ciudad” golpeó la escena y se arrodilló a los pies de Jesús. Ella lavó sus pies polvorientos con sus lágrimas y los limpió con su cabello, algo que ninguna mujer decente de ese día habría hecho en público. Finalmente, abrió un frasco de alabastro y vertió perfume en los pies de Jesús.
Los fariseos estaban indignados, pensando: “¡Qué vergüenza! Si Jesús fuera realmente un profeta enviado por Dios, habría sabido que esta mujer es malvada y la habría detenido”. De hecho, las Escrituras dicen que esos eran los pensamientos exactos de Simón (ver Lucas 7:39). Jesús leyó sus pensamientos y anunció: “Simón, una cosa tengo que decirte” (7:40). Jesús contó la historia de los dos deudores, uno con una gran deuda y otro que debía menos, a quienes sus acreedores perdonaron gratuitamente. Entonces el Señor señaló la arrogancia de Simón, el espíritu crítico y la falta de compasión. “Simón, no ves la depravación de tu propio corazón. Juzgas a esta mujer quebrantada, pero no eres capaz de reconocer que tú necesitas tanta, o incluso más misericordia”.
Jesús mostró el espíritu de perdón y restauración en la casa del fariseo esa noche cuando se volvió hacia la mujer y dijo: “Tus pecados te son perdonados” (7:48). Él vino para hacer amistad y restaurar a los caídos, a los que no tenían amigos, a aquellos que habían sido tomados por el pecado; y hoy nos está diciendo: “De esto se trata mi ministerio. Permíteme ensanchar tu corazón para que veas a las personas heridas y quebrantadas, de tal forma que puedas extender mi misericordia hacia ellos”.
DAVID WILKERSON