Las Escrituras están llenas de advertencias acerca de traer una adoración vacía a Dios. Si la iglesia de hoy sólo se tratara acerca del pensamiento positivo, la autoayuda y cómo hacer que las personas se sientan mejor, entonces los gurús contemporáneos como Tony Robbins u Oprah Winfrey podrían lograr esto por nosotros. Pero la iglesia no se trata de lo que podemos hacer; se trata de lo que Cristo puede hacer.
La música y los sermones en la iglesia no son para el entretenimiento. La iglesia es la casa de Dios y cuando nos reunimos en su nombre, él la marca con su presencia. La presencia de Dios debe ser tan central en nuestra adoración, tan palpable, que, si un incrédulo entrara, caería de rodillas con asombro clamando: “¡Ciertamente Dios está en este lugar!”
Durante un largo tiempo, se debatió sobre cuál honraba más a Dios, los himnos antiguos o la música contemporánea; por supuesto, la respuesta es ninguna. Tenemos un solo estándar para la adoración: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:23-24).
En nuestros tiempos de adoración, el enfoque siempre debe estar en Jesús y en lo que él ha hecho. Mira la asombrosa teología que Charles Wesley envuelve en un himno:
¿Y puede ser que yo consiga
Un interés en la sangre del Salvador?
Él murió por mí, quien causó su dolor.
Por mí, ¿a quién a muerte persiguió
¡Amor asombroso! ¿Cómo puede ser,
Que tú, Dios mío, debías morir por mí?
También hay canciones hermosamente profundas, escritas por compositores contemporáneos que nos hacen caer de rodillas.
Esta es la debida adoración a nuestro asombroso Dios: “Señor, eres mayor, más grande y más glorioso que cualquier cosa conocida por el hombre. ¡Nos postramos en reverencia ante ti!” Con eso en mente, ¡levanta tu voz en cánticos de alabanza y adoración a nuestro Rey, hoy!
Gary Wilkerson