“La farsa llegará a su fin en cualquier momento. Pero aún allí, Dios manifestará su gracia dando una nueva oportunidad al farsante”. Esta frase posteé hace poco tiempo en las redes sociales. Refleja la lectura que hago sobre la integración de la gracia con la verdad.
En la Biblia, encuentro un principio: “Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz” (Marcos 4:22). En otra época de mi vida, mi traducción era algo así como: “Ajá, sí, sí, Dios, desde el mismísimo cielo, apuntará con un gran reflector sobre el infractor, poniéndolo en evidencia a él y a todas sus oscuras acciones. De ese modo, todos sabrán quién es quién. El malvado quedará desnudo ante la verdad y pagará por cada una de sus maldades”. Claro, un pequeño problema es que esa regla podía llegar a caer también sobre mi vida.
Hoy comprendo, y por eso mi frase inicial, que Dios, en la confrontación con la verdad y la luz, nos está ofreciendo su infinita gracia. Nos ama tanto que no nos puede ver en una versión tan pobre y rudimentaria en relación con su plan inicial. Pone al descubierto nuestras mentiras porque no nos creó para vivir en medio de las tinieblas, simulando y viviendo de apariencias. Siempre ante la confrontación, aparece una nueva oportunidad para dirigirnos hacia un lugar mejor.
Y ese espíritu es fundamental que podamos incorporarlo nosotros en cada vínculo. Por ejemplo, cuando se pone en evidencia alguna falta de alguien en el seno familiar, ¿cuál es nuestra actitud? ¿Impartimos gracia o condenación? Sin dejar de hacer referencia a la verdad, ¿podemos reflejar un mensaje de segundas oportunidades? ¿Podemos ser la expresión de la gracia de Dios para nuestros allegados?
Observo además que podemos ingresar en un circuito de oscuridades múltiples. ¿Cómo funciona esto? El otro comete una falta y está en un proceso de negación y falta de arrepentimiento. Pero yo puedo quedarme en la construcción de raíces de amargura, lleno de resentimiento. Un párrafo bíblico me enseña que mi falta de perdón me lleva a un proceso de oscuridad y ceguera creciente. Observa lo que encuentro en 1° Juan 2:9-11: “Si alguien afirma: -Vivo en la luz-, pero odia a otro creyente, esa persona aún vive en la oscuridad. El que ama a otro creyente vive en la luz y no hace que otros tropiecen; pero el que odia a otro creyente todavía vive y camina en la oscuridad. No sabe por dónde ir, pues la oscuridad lo ha cegado”. ¿Qué deducción hago de este pasaje? Que la falta de gracia me lleva no sólo a vivir en oscuridad, sino a caminar progresivamente hacia un lugar de mayor oscuridad.
Por supuesto que hay faltas y faltas. No es lo mismo un niño que ocultó una mala nota de un colegio, que enterarnos como nuestra pareja sostuvo una relación extramatrimonial durante los últimos diez años. No es lo mismo un adolescente mintiendo sobre una responsabilidad familiar no asumida, que encontrarnos ante la realidad que un integrante de la familia vació las cuentas del banco y redireccionó ese dinero para beneficio personal. Las consecuencias también son distintas. Pero aún en el peor de los casos, y ante las decisiones pertinentes que uno decida tomar, la gracia de Dios siempre puede decir “Presente”.
Wayne Cordeiro afirma: “Nuestro primer compromiso debe ser con la verdad. La verdad acerca de nosotros mismos, nuestros errores, nuestros defectos y nuestros hábitos”. Es una frase que suelo compartir. Pero complementemos el concepto de la verdad, con nuestro compromiso firme para con la gracia. Verdad y gracia para con nosotros. Verdad y gracia para con los demás.
GUSTAVO BEDROSSIAN