Las familias de hoy, tanto cristianas como no cristianas, están bajo una enorme presión para ajustarse a los puntos de vista de la sociedad. Tanto los padres como los hijos están luchando bajo la tensión de un mundo enloquecido por el pecado y la tentación. A veces parece que estamos en una guerra, tan desproporcionada, que debemos aferrarnos, permanecer en la batalla, luchar por la integridad de la familia y luchar por las almas de nuestros hijos.
Lo más grande que cualquier padre puede hacer por sus hijos es guiarlos a una relación con Jesús y luego encaminarlos en su fe. Sin Jesús, nuestros hijos se quedan sin fundamento sobre el cual construir, sin una medida del bien y el mal, sin un propósito real para sus vidas. Se ven obligados a mirar al mundo para obtener su sistema de valores; y el mundo siempre se queda corto.
Hay una respuesta a los males de nuestra cultura. Hay una manera de poner fin a la violencia y la desesperanza en cada hogar, escuela y vecindario. Podemos hacerlo reuniendo a las familias y presentándoles el poder y la persona de Jesús, invocando el poder del Espíritu Santo de Dios para redimir nuestro pasado y redefinir nuestro futuro.
Padres, ustedes pueden entrenar a sus hijos para servir en el reino como soldados en una guerra contra la pobreza espiritual. Construir sobre los cimientos de Jesús infunde un sentido de esperanza y propósito dentro de una familia. Cuando los hijos se enamoran de Jesús y le permiten inculcarles un sentido de pasión y una determinación de vivir para él, no tendrán tiempo para la rebelión de los adolescentes. Ellos tendrán una misión más grande en la vida.
“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11:19-20).
Nicky Cruz