“Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor”, Lamentaciones 3:26.
Una de las herramientas que el enemigo usa para paralizarnos y obstaculizar nuestro crecimiento y madurez espiritual, es hacernos creer en el destino.
Según Wikipedia, el destino “es el poder sobrenatural inevitable e ineludible que, según se cree, guía la vida humana y la de cualquier ser a un fin no escogido, de forma necesaria y fatal, en forma opuesta a la del libre albedrío o libertad”.[1] Se nos presenta, entonces, como una serie de fuerzas impersonales que ejercen su control sobre nuestras vidas, sin valor y sentido para nosotros.
Aunque algunos creen que el poder del destino es lo que define nuestra existencia y paso por este mundo, en realidad toda esta idea contradice la doctrina de la soberanía de Dios.
La soberanía de Dios es una bella y conmovedora doctrina que nos lleva a descansar en la bondad, fidelidad, y gracia de Dios sabiendo que Él está obrando siempre en favor de los suyos, incluso a pesar de ellos mismos. Nos lleva a reconocer las buenas intenciones que Dios tiene para nosotros, sabiendo que fuimos creados por Él y para Él, y rendirnos gozosamente a esta verdad para descansar en ella y hallar la verdadera libertad.
El enemigo es el que nos lleva a creer esas narrativas fatalistas, que muchas veces se hacen perpetuas en nuestras culturas y familias. Nos ha llevado a creer, por ejemplo, que “somos la oveja negra de la familia”, que “no nacimos con estrella”, que “de tal palo, tal astilla”, o que un “árbol que crece torcido, jamás su rama endereza”.
Estas ideas pueden llegar a condicionar nuestras acciones y expectativas de la vida, y aún podemos llegar a aceptarlas como inevitables e irreversibles. Nos sentimos condenados a ellas, pues nos han definido, las hemos aceptado, y llegamos a creerlas como nuestro destino.
Reconocer que todas estas ideas han llegado a tener más peso en nuestra vida que la Palabra y las promesas de Dios, es una invitación al arrepentimiento ante nuestra incredulidad, y nuestra falta de confianza en la bondad y dirección del Buen Padre Celestial en cada área y momento de nuestras vidas. La única narrativa que debe definir nuestra vida es que somos hijos profundamente amados y que gozamos del favor de Dios.
Gracias a la obra de nuestro Señor Jesucristo en nuestro lugar y a nuestro favor, podemos mirar con anticipación y asombro la salvación del Señor, como una muestra de Su gran amor y afecto por nosotros. ¡Esas sí son buenas noticias!
Piensa en esto y encuentra tu descanso y gozo en Él.
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Destino