¿Por qué parábolas?
Todas las opiniones anteriores
están peligrosamente equivocadas porque toman en cuenta solo una parte de la
verdad. Considere, por ejemplo, la creencia común de que la única razón por la
que Jesús usó parábolas fue para hacer que verdades difíciles se hicieran
claras, familiares y lo más fáciles de entender posible. Cuando Jesús explica
por qué habló en parábolas, dio prácticamente la razón opuesta: Entonces,
acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? El
respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del
reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene,
se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será
quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no
oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías [6.9–10], que dijo:
De oído oiréis, y no entenderéis;
Y viendo veréis, y no percibiréis.
Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,
Y con los oídos oyen pesadamente,
Y han cerrado sus ojos;
Para que no vean con los ojos,
Y oigan con los oídos,
Y con el corazón entiendan,
Y se conviertan,
Y yo los sane. (Mateo
13.10–15)
A la misma
vez que las parábolas ilustran y aclaran la verdad para los que tienen oídos
para oír, ellas tienen precisamente el efecto contrario sobre los que se oponen
y rechazan a Cristo. El simbolismo esconde la verdad de quienes no tengan la
disciplina o el deseo de buscar el significado de parte de Cristo.
Es por esto que Jesús adoptó este estilo de enseñanza. Era un juicio
divino contra los que recibían su enseñanza con desprecio, incredulidad o
apatía. En el capítulo uno analizaremos más esta idea, y examinaremos las
circunstancias que motivaron a Jesús a comenzar a hablar en parábolas.
No sugiero con esto que las parábolas fueran solamente un reflejo de la
severidad con que Dios condena la incredulidad; eran también una expresión de
su misericordia. Observe cómo Jesús, citando la profecía de Isaías, describió a
los incrédulos entre los que le seguían. Ellos habían cerrado sus propios oídos
y sus propios ojos para que «con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo
los sane» (v. 15). La incredulidad
de ellos era terca, deliberada y, por propia elección, irrevocable. Cuanto más
escuchaban a Cristo, de más verdad eran responsables. Cuanto más endurecían sus
corazones contra la verdad, más severo sería su juicio, porque «a quien se haya
dado mucho, mucho se le demandará» (Lucas
12.48). Así que, mediante lecciones espirituales ocultas en las historias y
en los símbolos de la vida diaria, Jesús hizo que culpa sobre culpa se
amontonara sobre sus cabezas.
Había seguramente otros beneficios misericordiosos de este estilo de
enseñanza. Las parábolas (como cualquiera buena ilustración), naturalmente
despertaría el interés y aumentaría la atención en la mente de las personas que
no necesariamente estaban contra la verdad sino que simplemente carecían de la
aptitud o no tenían aprecio por la doctrina expuesta en un lenguaje directo y
dogmático. Sin duda, las parábolas tuvieron el efecto de despertar la mente de
muchas personas que quedaron impresionados por la simplicidad de las parábolas
de Jesús y, por lo tanto, quedaron con ganas de descubrir los significados
subyacentes.
Para otras personas (incluso algunas cuya primera exposición a la verdad
seguramente pudo haber provocado indiferencia o hasta rechazo), la imagen
gráfica de las parábolas las ayudó a mantener la verdad arraigada en la memoria
hasta que brotó con fe y entendimiento. Richard Trench, un obispo anglicano del
siglo XIX, escribió una de las obras más leídas acerca de las parábolas de Jesús.
En ella destaca el valor nemotécnico de estas historias. Dice: Si nuestro Señor
hubiera hablado la verdad espiritual abiertamente, ¿cuántas de sus palabras, en
parte por falta de interés de sus oyentes o en parte por la falta de visión de
ellos, habrían pasado sin dejar huellas en sus corazones y mentes? Pero
siéndoles impartida en esta forma, en virtud de alguna imagen vívida, con una
frase corta y quizá al parecer paradójica, o en una breve pero interesante
narrativa, pudo despertar en ellos la atención y la investigación emocionada.
Incluso si la verdad, por la ayuda de la ilustración utilizada, no hizo una
entrada a la mente en el momento, las palabras a menudo deben haberse fijado en
sus recuerdos y haberse mantenido en ellos.
Así que había varias razones buenas y
amenas para que Jesús presentara la verdad mediante parábolas ante la
incredulidad, la apatía y la oposición tan común a su ministerio (cp. Mateo 13.58; 17.17). Al ser
explicado, las parábolas eran esclarecedores ejemplos de verdades cruciales. Y
Jesús explicó con toda libertad sus parábolas a sus discípulos. Sin embargo,
para los que se mantuvieron inflexibles en su negativa a escuchar, las
parábolas permanecieron como enigmas inexplicables y sin significado claro,
oscureciendo aún más la enseñanza de Jesús en sus ya insensibilizados
corazones. De modo que el juicio inmediato de Jesús contra la incredulidad de
ellos lo hizo en la forma de discurso que Él usó cuando les enseñaba
públicamente. En síntesis, las parábolas de Jesús tenían un evidente propósito
doble: esconder la verdad de la gente santurrona o satisfecha de sí misma que
se consideraba demasiado especial para aprender de Él, y revelar la verdad a
las almas ansiosas con la fe semejante a la de un niño, con hambre y sed de
justicia.
Jesús le dio gracias a su Padre por ambos
resultados: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste
estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí,
Padre, porque así te agradó» (Mateo
11.25–26). Es necesario aclarar otro de los malentendidos más comunes:
nuestro Señor no siempre hablaba en parábolas. La mayor parte del Sermón del
Monte es precisamente el tipo de exhortación de sermones directos repudiado por
algunos de los más reconocidos homiletas de hoy día. Aunque Jesús termina el
sermón con una breve parábola (los dos cimientos, Mateo 7.24–27), la
sustancia del mensaje, comenzando con las bienaventuranzas, se presenta en una
serie de declaraciones proposicionales directas, mandamientos, argumentos
polémicos, exhortaciones y palabras de advertencia. Hay muchas imágenes
vívidas, como en la escena de un tribunal y de una prisión (5.25); la
amputación de ojos o manos ofensivos (vv. 29–30); el ojo como la lámpara
del cuerpo (6.22); lirios vestidos
de galas que superan a Salomón en toda su gloria (6.28–29); la viga en
el ojo (7.3–5); entre otras.
Pero estas no son parábolas. De
hecho, en el relato de Mateo, el sermón tiene 107 versículos, y solo cuatro de
ellos, cerca del final, se podrían describir como parábola. Lucas sí incluye un
dicho que no se encuentra en el registro del Sermón hecho por Mateo y que él
expresamente identifica como una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro
ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?» (Lucas 6.39).
*** Que, por supuesto, no es una
parábola en estilo narrativo clásico sino que es una máxima enmarcada como una
pregunta. Lucas la llama una parábola sin duda debido a la forma en que evoca
un cuadro tan claro que fácilmente podría reestructurarse en narrativa. Pero
incluso después de aumentar a dos el número de parábolas en el Sermón del
Monte, todavía permanece el hecho de que el más conocido sermón público de
Cristo no es simplemente un ejemplo de discurso narrativo.
Es un sermón clásico, dominado por
la doctrina, la reprensión, la corrección y la instrucción en justicia (cp. 2 Timoteo 3.16). No es una
historia o una serie de anécdotas. Las pocas imágenes verbales dispersas
simplemente ilustran el material de sermón. En otros lugares, vemos a Jesús
predicando y exhortando a las multitudes sin que haya indicación alguna de que
usara un estilo narrativo. Algunos de los registros más largos y más detallados
de sus sermones públicos se encuentran entre los discursos que aparecen en el
Evangelio de Juan, y ninguno de ellos incluye parábolas. No hay parábolas
mencionadas en el registro de la enseñanza de Jesús en las sinagogas de Nazaret
(Lucas 4.13–27) o de Capernaum (vv. 31–37). Así que no hay algo
que dé a entender que Él empleó la predicación narrativa más que cualquier otro
estilo, y mucho menos para decir que siempre hablaba en parábolas.
Entonces, ¿qué significa la
declaración de Marcos 4.33–34: «Y sin parábolas no les hablaba»? Esta es
una descripción del estilo de enseñanza pública de Jesús solo durante el último
año de su ministerio público. Se refiere al cambio intencional en el estilo de
enseñanza que tuvo lugar casi al mismo tiempo que el ministerio de Jesús en
Galilea entraba en su fase final.
Como se señaló anteriormente, vamos
a iniciar el capítulo uno examinando los acontecimientos que provocaron que
Jesús adoptara este estilo. Fue un cambio repentino y sorprendente, y las
parábolas eran una respuesta a la dureza de corazón, a la incredulidad
deliberada y al rechazo. Así que es muy cierto que las parábolas sí ayudan a
ilustrar y explicar la verdad a la gente sencilla que escucha con corazones
fieles. Pero también ocultan la verdad de los oyentes que no creen ni quieren
creer, encubriendo cuidadosamente los misterios del reino de Cristo en símbolos
familiares e historias sencillas.
Esto no es un punto casual. Según su propio
testimonio, la razón principal por la que Jesús adoptó súbitamente el estilo de
parábolas tenía más que ver con ocultar la verdad a los incrédulos de corazón
duro que explicar la verdad a los discípulos con mentes simples. Era el
propósito declarado de Jesús que de este modo las «cosas escondidas» se
mantuvieran en secreto y sus parábolas mantienen el mismo doble propósito hasta
hoy. Si parece que las historias que Jesús contó pueden tener interpretaciones
infinitas y por lo tanto, carecer de cualquier significado objetivo
discernible, eso es porque para realmente entenderlas se requiere fe,
diligencia, exégesis cuidadosa y un deseo genuino de escuchar lo que está
diciendo. También es importante saber que todos los incrédulos carecen de esta
capacidad.
Las parábolas de Jesús hablan
«sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó
antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de
este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado
al Señor de gloria» (1 Corintios 2.7–8). Ningún incrédulo jamás
comprenderá los misterios del reino filtrando estas historias a través del
tamiz de la sabiduría humana. Las Escrituras son claras en esto. El carnal e
incrédulo «que ojo no vio, ni oído oyó, / Ni han subido en corazón de hombre, /
Son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo
de Dios» (1 Corintios 2.9–10, (énfasis añadido). En otras palabras, la
fe, movida y habilitada por la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones es
el requisito previo para la comprensión de las parábolas. Estas historias sí
tienen significado objetivo.
Tienen una intención divina y por
lo tanto, tienen una correcta interpretación. Jesús mismo explicó algunas de
las parábolas en detalle, y la hermenéutica que Él empleó nos da un modelo a
seguir para que aprendamos del resto de sus historias. Pero tenemos que llegar
a las parábolas como creyentes, dispuestos a escuchar, no como escépticos con
corazones endurecidos contra la verdad.