“Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado. Si el don de alguien es el de profecía, que lo use en proporción con su fe… si es el de animar a otros, que los anime” (Romanos 12:6, 8, NVI).
De todos los dones del Espíritu Santo, el ministerio de animar es probablemente el menos apreciado. Constantemente oímos sobre la necesidad de una enseñanza sólida y un liderazgo adecuado en una iglesia, pero ¿cuándo fue la última vez que el "don de ánimo" recibió la debida atención? Nuestra necesidad es tan aguda que el Espíritu nos ha otorgado una gracia especial para que algunos de nosotros nos especialicemos en la edificación de la fe de las personas. Así como no todos estamos dotados para enseñar o predicar, no todos tienen esta unción especial para animar a los demás.
“Que unos a otros nos animemos con la fe que compartimos” (Romanos 1:12, NVI). Ser fuertes en el Señor nos permite ministrar a otros que son débiles. Esto es particularmente cierto para animar y fortalecer la fe de otra persona. Nuestra propia fe sólida se extiende para levantar a los que están luchando. Las palabras y acciones llenas de fe actúan como antídotos contra la desesperanza que sienten las personas cuando han perdido las fuerzas en Dios.
Muy a menudo, el ánimo se transmite a través de las palabras que hablamos. Considera lo que Pablo les dice a los tesalonicenses: “Por lo tanto, anímense unos a otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:18, NVI). Al igual que Pablo, podemos animar a otros compartiendo la enseñanza de las Escrituras y hablando acerca de la salvación en Jesús. Recuerda: “La fe viene como resultado de oír el mensaje” (Romanos 10:17, NVI). Mientras hablamos la Palabra de Dios, la fe puede nacer en aquellos que la oyen.
Cuando Pablo se separó de los creyentes que apreciaba, él reveló otra vía para edificar la fe en ellos: “que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efesios 3:16-17). Cuando Pablo no podía infundir ánimo a la iglesia, él oraba para que el Espíritu Santo llevara a cabo la misma obra dentro de los creyentes.
De la misma manera, si no podemos animar personalmente a nuestros compañeros creyentes, podemos levantarlos en oración. ¡Qué privilegio!
Jim Cymbala