Una respuesta apacible con un poderoso mensaje.
He aquí la parábola del buen samaritano:
Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en
manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándolo
medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole,
paso de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole,
paso de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de el, y viéndole,
fue movido a misericordia; y acercándose, vendo sus heridas, echándoles aceite
y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevo al mesón, y cuido de él. Otro día
al partir, saco dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y
todo lo que gastes de más, yo te lo pagare cuando regrese. (Lucas 10:30-35).
Una
vez más, el hecho de que Jesús continuo respondiéndole a este hombre era en sí
mismo un acto de gracia. El intento del hombre de hacer quedar mal a Jesús era aborrecible. Los
líderes religiosos intentaron muchas veces hacer esto con Jesús y siempre
fracasaron. Su capacidad para responder a todas las preguntas difíciles de
ellos solo les enfureció. Aunque lo intentaban, no podían provocarlo.
En
esta ocasión en particular, la respuesta de Jesús se destaca por su amable y
afectuosa moderación de buen corazón. El hombre estaba deliberadamente tratando
de incitar a Jesús, pidiendo una respuesta aguada que planeaba seguir con un
debate acalorado. Pero a veces <> (Proverbios 25:15) y
esto fue lo que ocurrió aquí.
Jesús
no está narrando como si se tratara de una historia real. Es una parábola, una dramatización,
en una manera inolvidable, con la que El quería penetrar en este legalista corazón
y en los nuestros también. Al igual que en la mayor parte de las historias y
las parábolas de Jesús, El tiene un aspecto sencillo que afirmar. Hay un montón
de detalles es esta historia y un montón de consecuencias secundarias, pero lo importante
aquí es la lección central y en esta es la que tenemos que enfocarnos.
El camino peligroso y el ataque.
La historia comienza con un viaje en un camino muy
peligroso. Es el camino << de Jerusalén
a Jericó>> (Lucas 10:30). El
camino es real. He viajado en ese mismo camino. Los visitantes de Israel todavía
pueden tomar la misma ruta utilizada por los viajeros en el tiempo de Jesús. De
Jerusalén a Jericó es una bajada de más de mil metros de altitud a través de veinticinco
kilómetros de sinuoso camino, cruzando montañas estériles sobre terreno muy áspero.
Algunos lugares de la carretera están bordeados por precipicios de casi cien
metros. Gran parte de la ruta esta bordeada de cuevas y rocas macizas que
ofrecen escondites para los ladrones. Todavía es un camino peligroso.
En la historia de Jesús sucede lo predecible. Un
hombre que viajaba solo por ese camino fue asaltado por una banda de ladrones
particularmente crueles. Ellos no solo le robaron; también le quitaron todo, dejándolo
casi desnudo. No se limitaron a tomar su bolso con su dinero; se llevaron todo
lo que tenia. Luego lo golpearon brutalmente y lo dejaron por muerto. Diríamos
hoy que estaba en estado crítico, un hombre moribundo en un camino desierto.
En
ese camino se veía un flujo constante de viajeros que iban y venían de Jerusalén
para las fiestas. Pero en otras estaciones del año, especialmente durante la época
de más calor del verano o de la temporada de viento sofocante y el frio del
invierno, el movimiento por el camino podía ser escaso. No había casas y muy
pocos puntos de parada en ese tramo. No era un lugar agradable, sobre todo para
alguien solo y desesperado. Puede ser que tomara un tiempo largo antes que la
ayuda llegara, si alguna vez llegaba. No había ninguna garantía que alguien lo
encontrara y lo ayudara.
El sacerdote y el levita.
En ese momento dramático de la historia, Jesús
presenta un poco de esperanza. <> (Lucas 10:31) A
primera vista, esta parece ser la mejor e las noticias. Aquí viene un siervo de
Dios, el que ofrece sacrificios por el pueblo en el templo, un hombre
espiritual que debe ser un modelo de compasión (Hebreos 5:2). El representa lo mejor de los hombres. Un sacerdote,
de todas las personas, sería el más familiarizado con la ley mosaica. Sabría Levítico 19:18 que afirma: <<
amaras a tu prójimo como a ti mismo>>. El debía saber también que los versículos 33 y 34 de ese mismo capítulo
expone el principio del amor al prójimo, con aplicación en particular a los
extranjeros: <> Un sacerdote sabría
Miqueas 6:8.
Que pide Jehová de ti:
Solamente hacer justicia,
Y amar misericordia,
Y humillarte ante tu Dios.
El sacerdote estaría
plenamente consciente de que <> (Proverbios
21:13). El principio detallado en Santiago
2:13 se entreteje con el antiguo Testamento: << Porque juicio sin
misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia>>.
Sin duda estaba familiarizado con Éxodo 23:4-5: <>. Así que si una persona encontraba el burro de
su enemigo en una zanja, estaba obligado a rescatarlo, ¿cierto? Por supuesto tenía
un deber mayor de ayudar a un hombre en condición grave.
Pero este destello de esperanza duro
poco. Cuando el sacerdote vio al hombre herido, <> (Lucas 10:31). El texto griego usa un
verbo que no se encuentra en ninguna otra parte de las Escrituras y es el
siguiente: antiparerchomai. El
prefijo anti, por supuesto, significa
<>. Es un verbo activo que significa que el sacerdote
deliberadamente se traslado al lado opuesto del camino. Se salió de su ruta
para evitar al viajero herido, rehuyendo a propósito al hombre necesitado.
Es obvio que el sacerdote no tenia compasión
por la gente en peligro grave. Ninguna otra conclusión se puede sacar de esto. Jesús
le devolvió la pregunta que el interprete de la ley le había hecho:
<<¿Quién es mi prójimo?>> Pero esa no era la pregunta correcta. Jesús
le está demostrando mediante esta parábola que la recta compasión no es
estrecha. No está buscando las definiciones de cuáles de los que sufren
califican para merecer ayuda. Los deberes del segundo gran mandamiento no se
definen por la cuestión de quien es nuestro prójimo. De hecho, lo contrario es
cierto: el amor verdadero nos obliga a ser prójimos incluso de los extraños y
extranjeros. El significado pleno del segundo gran mandamiento incluye el
principio que Jesús recalco en Mateo
5:44: debemos amar incluso a nuestros
enemigos. Son nuestros prójimos también y por lo tanto, estamos obligados a
bendecirlos, hacerles bien y orar por ellos.
El sacerdote
insensible en esta parábola no es necesariamente incluido como una acusación
del sacerdocio en general. Era muy cierto que muchos de los sacerdotes y otros líderes
religiosos en la época de Jesús carecían de compasión. Pero ese no era el
asunto aquí. Este sacerdote representa a cualquier persona con pleno
conocimiento de las escrituras y familiarizada con los deberes de la ley, quien
se espera que ayude pero no lo hace.
El siguiente versículo
presenta a un levita. Todos los sacerdotes eran, por supuesto, de la tribu de
Levi. Más específicamente, los que servían como sacerdotes eran descendientes
de Aarón (uno de los hijos de Levi). Por lo tanto, el termino levita se refirió a los descendientes de
Levi que no eran descendientes de Aarón. Ellos servían en papeles subordinados
en el templo. Algunos eran ayudantes de los sacerdotes; algunos eran de la
policía del templo; otros trabajaban en varios papeles de mantenimiento y servició
en los terrenos del templo. Pero sus vidas estaban dedicadas al servicio religioso,
por lo que como los sacerdotes, se esperaba que tuvieran un buen conocimiento
de las escrituras hebreas.
Sin embargo, cuando
este levita llego al lugar donde el herido estaba, hizo lo mismo que el
sacerdote. Tan pronto como vio a la victima indefensa en el suelo, se movió
hacia el lado opuesto del camino. Este era otro hombre desprovisto de compasión
y carente de misericordia.
Anteriormente en Lucas
10, Jesús oro: << Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a
los niños. Si, Padre, porque así te agrado>> (v.21). Estos dos personajes
religiosos en la parábola, un sacerdote y un levita, encarnan lo que Jesus
quiso decir con <>. Representaban los más
educados y más altamente estimados dignatarios religiosos de su cultura. Pero
en realidad no conocían a Dios.
Tampoco eran
verdaderamente aptos para el cielo; eran <>
y por lo tanto, objetos de la ira de Dios (Efesios
2:2; 5:6; Colosenses 3:6). Ellos no tenían verdadero amor a Dios, porque si
alguien ama a Dios, También guarda sus mandamientos. También no amaban a sus
prójimos, porque cuando se enfrentaron a una necesidad real y urgente y
tuvieron la oportunidad de demostrar el amor, se negaron. Ellos son notables
ejemplos de hipócritas religiosos, que observaban la ley ceremonial e incluso
dedicaban sus vidas al servicio del templo, pero carecían de cualquier virtud
real.
La gente a veces cita
la historia del buen samaritano, señalando al sacerdote y al levita como
ejemplo de absoluta impiedad, y luego cierran el libro con una sensación de
superioridad moral.
Pera hacer esto es no
entender el mensaje de Jesús.
Es cierto que se puede
condenar la cruel indiferencia de estos dos hombres, y su negligencia
deliberada es diga de mirarse con absoluto desprecio. Pero al hacerlo, nos
condenamos también a nosotros mismos. La actitud de ellos es precisamente lo
que vemos en la naturaleza humana en la actualidad, incluso dentro de nuestros
propios corazones. Pensamos: No me quiero
involucrar. No conozco lo que este hombre o las personas que lo golpearon
pudieran hacerme. Sin en modo alguno justificar la apatía insensible que Jesús
estaba condenando, debemos confesar que nosotros también somos culpables de
ciega indiferencia similar, miserable insensibilidad, indiferencia y descuido
de personas de personas en extrema necesidad. Incluso, si no nos alejáramos
cada vez que viéramos a alguien en necesidad, todos fracasamos en esta tarea lo
suficiente para ser culpables ante la ley con su demanda de perfección
absoluta.
Jesús muestra esta
idea inconfundible al presentarnos al buen samaritano.
Los judíos y los
samaritanos.
El samaritano aparece como un giro inesperado en la
historia de Jesús. Al igual que el hombre que fue golpeado y robado, el
samaritano viajaba solo. En algún momento después que el sacerdote y el levita
habían pasado, el samaritano llego a la escena. A diferencia de los dos
clérigos profesionales, el samaritano <> cuando vio
el cuerpo ensangrentado del pobre viajero (Lucas
10:33).
La víctima
del robo era un hombre judío. Esto sería perfectamente claro para los oyentes
de Jesús, ya que el escenario de la historia está en Israel, en un camino
desierto para salir de Jerusalén. Los gentiles raramente viajaban por allí y
mucho menos los samaritanos. En la mente de la audiencia original de Jesús, un
samaritano seria la fuente probable de menos ayuda para un viajero judío en
peligro en el camino de Jericó. En primer lugar, los samaritanos evitaban
habitualmente este camino. Un samaritano viajaría por el si había una
emergencia grave que le obligara a hacerlo. Pero más que esto, los judíos
despreciaban a los samaritanos y viceversa.
Una enconada hostilidad mutua había dividido a los dos
pueblos desde hacía siglos. Los viajeros judíos que iban a Galilea tomaban el
camino de Jerusalén a Jericó precisamente porque querían evitar Samaria. La
gente en este camino no se dirigía hacia el norte en dirección a Galilea de
manera directa, sino hacia el este, a Perea, al otro lado del rio Jordán. Era
una ruta indirecta a Galilea, más larga y más ardua, pero sin tener que pasar
por samaria.
El pueblo judío
consideraba a los samaritanos étnica y religiosamente impuros, Los
samaritanos igualmente estaban
resentidos y menospreciaban a sus primos judíos. Los samaritanos descendían de
israelitas que se habían casado con paganos después de que la mayoría de la
población del reino del norte de Israel fueron exiliados por los asirios en el
año 722 a.c. (2 reyes 17:6). Cuando
los asirios conquistaron el reino del norte de Israel, se llevaron gran parte
de la población en cautiverio y a propósito poblaron la tierra con paganos
expatriados de otras tierras gentiles. <> (vv. 24-25).
Algunos israelitas
rezagados permanecieron o volvieron a la
tierra después de que la mayoría de sus hermanos se vieron obligados a exiliarse.
Estos israelitas dispersos se mesclaron y se casaron con los colonos paganos.
Si bien mantuvieron algunas tradiciones arraigadas en doctrinas del antiguo
testamento, también añadieron suficientes creencias paganas en la mescla que en
última instancia se convirtió en el culto samaritano, algo fundamentalmente
diferente del judaísmo del paganismo. Era una religión mestiza, equivalente a
las sectas cuasicristianas de hoy día. Por supuesto, los judíos fieles veían al
samaritanismo como corrupto, sucio y una traición al Dios de las Escrituras.
Durante la época de
Esdras, los judíos del reino del sur comenzaron a regresar de la cautividad
babilónica. Cuando empezaron a reconstruir el templo de Jerusalén, los
samaritanos les ofrecieron ayuda. Incapaces de ocultar su desprecio justificado
por el sincretismo samaritano, los judíos se negaron a recibir la ayuda de
ellos. Así que los samaritanos trataron de sabotear el proyecto (Esdras 4:1-5). Unos años más tarde,
bajo el impulso de Sanbalat, ellos también trataron de detener la
reconstrucción del muro de Jerusalén (Nehemias4:2).
A partir de esa época, a través de los siglos, judíos y samaritanos mantuvieron
la más amarga enemistad entre ellos.
Los judíos consideraban
a los samaritanos como apostatas que habían vendido su primogenitura
espiritual. Después de todo, los samaritanos habían participado activamente en
la contaminación de la tierra; habían contaminado la descendencia y eran
culpables de idolatría. En la manera de pensar de los judíos, la mera
existencia de los samaritanos era el malévolo fruto derivado de los
<> (1
Reyes 14:16; 2 Reyes 17:22). Al igual que Jerobohan, en última instancia,
los samaritanos construyeron un templo para ellos mismos, con sacerdotes falsos
y sacrificios fuera de la ley. Según los cálculos de los judíos, eran peores
que los paganos debido a la sutileza con la que habían contaminado su religión.
El odio de los
samaritanos hacia los judíos no se quedaba atrás. Cerca de ciento treinta años
antes de la época de Cristo, la nación samaritana había sido derrotada por Juan
Hircano, un rey judíos de la dinastía asmonea (macabeos). Los judíos demolieron
el templo samaritano del monte Gerizim. Y a pesar de que el templo nunca fue
reconstruido, los samaritanos insistían en que Gerizim era el único lugar
legitimo de adoración (Juan 4:20).
Hoy día hay menos de un millar de samaritanos, pero todavía adoran en Gerizim.
En
tiempos de Jesús, la animosidad entre judíos y samaritanos era especialmente
feroz. El profundo desprecio de los judíos por sus primos sediciosos se ve no
solo en la forma en que evitaban viajar por samaria, sino quizá aun más en la
forma en que hablaban