Cuando escuchamos la palabra “productividad” muchos de nosotros pensamos en “hacer más con menos”. La razón es que la productividad es un concepto económico que indica la relación entre los productos de un sistema y los recursos utilizados en el mismo. Entre más se obtenga y menos se invierta, el sistema es más productivo.
Es un error, sin embargo, pensar en la productividad personal de manera tan simplista. Especialmente la productividad personal cristiana. Los seres humanos no somos un montón de robots diseñados para obtener la mayor cantidad de resultados en el menor tiempo posible. Tú y yo no fuimos diseñados primeramente para la producción, sino para la comunión.
Entonces, ¿qué es la productividad personal? Diferentes expertos ofrecerán diferentes definiciones. Considerando una cosmovisión bíblica, una de las explicaciones más útiles es la del escritor Tim Challies: “La productividad consiste en administrar de manera eficiente tus dones, talentos, tiempo, energía y entusiasmo para el bien de otras personas y para la gloria de Dios”.[1] La productividad es utilizar los recursos que tenemos de la mejor manera que podemos.
Tú y yo no fuimos diseñados primeramente para la producción, sino para la comunión
Cuando los cristianos hablamos de productividad, no podemos evitar pensar en los proverbios. Y con razón. En ese libro de la Biblia encontramos muchísima sabiduría sobre cómo vivir para la gloria de Dios, exhortaciones para trabajar duro, y amonestaciones para los perezosos. Pero nos equivocamos si pensamos que Proverbios es el único lugar de la Escritura que habla sobre la productividad. Después de todo, si la productividad cristiana se trata de administrar todos nuestros recursos —nuestra vida entera— lo mejor que podamos, cada pasaje que ilumine la manera en que debemos vivir estará hablando a nuestra productividad.
Así que la Biblia dice muchas cosas acerca de este tema. Aquí hay tres de ellas:
1) La Biblia dice que la productividad es por amor a Dios y a otros
“Y Él le contestó: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente’. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”, Mateo 22: 34-40.
Antes dijimos que la productividad es utilizar los recursos que tenemos de la mejor manera que podemos. Pero, ¿cómo sabemos cuál es la mejor manera de utilizar los talentos, el tiempo, y la energía que Dios nos ha concedido?
El mundo de la productividad personal secular es un mundo centrado en sí mismo. La idea es cumplir tus objetivos para obtener satisfacción. Pero los cristianos sabemos que la verdadera satisfacción no se encuentra en cumplir nuestras propias metas, sino en cumplir la voluntad del Señor. Después de todo, Él nos hizo. ¿Quién mejor que Dios para decirnos qué es lo mejor?
Jesús resumió toda la ley en dos mandamientos: amar a Dios y amar a otros. Esos mandamientos son la fuente de la verdadera productividad cristiana.
Dios nos ha concedido tiempo, energía, talentos, ideas y más, todo para dar a conocer Su gloria y servir a nuestro prójimo. La productividad cristiana es buscar sabiduría diariamente para aprovechar al máximo todos esos recursos y vivir conforme al propósito para el cual fuimos diseñados.
2) La Biblia dice que tenemos todo lo que necesitamos para hacer lo que fuimos llamados a hacer
“Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”, Efesios 2:10.
Si la productividad es buscar sabiduría para aprovechar al máximo los recursos que tenemos para la gloria de Dios y el bien de los demás, la productividad es para todos.
La productividad no es solo para un alto ejecutivo con 5 reuniones diarias o para el estudiante que no sabe cómo organizar sus proyectos de la universidad. La productividad definitivamente es para ellos, pero también es para la mamá de 3 niños que vive un día a la vez, para la persona con una enfermedad crónica que apenas puede levantarse de la cama, y para el conserje que lleva 30 años limpiando el mismo edificio.
Por supuesto, la vida productiva no lucirá igual para todos. Dios ha otorgado distintas fortalezas y limitaciones a cada uno de nosotros. Eso está bien. Aunque todos tenemos la misma misión —hacer discípulos, amando a Dios y amando a otros— no todos la cumpliremos de la misma manera.
La productividad bíblica no busca lograr, sino amar
Dios preparó obras distintas para cada uno de nosotros y Él nos da lo que necesitamos para completar esas tareas. No miremos con recelo los recursos que Dios le dio al vecino. Seamos agradecidos por lo que Dios nos ha confiado a nosotros y busquemos hacer lo mejor que podemos con lo que tenemos. Sea mucho o sea poco, es un regalo del Señor, para Su gloria y el bien de los demás.
3) La Biblia dice que la productividad se trata de fidelidad, no de “éxito”
“Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”, Mateo 25:23.
En este mundo caído, aunque hagamos nuestro mejor esfuerzo para utilizar nuestros recursos para la gloria de Dios y el bien de nuestro prójimo, habrá ocasiones en que las cosas no salgan como esperábamos. Quizá ese misionero que trabajó arduamente durante décadas jamás llegó a ver una conversión. Tal vez la madre que instruyó a sus hijos con fidelidad en la verdad termina con el corazón quebrantado viendo cómo ellos desperdician su vida en los excesos. Puede ser que un gerente haga su labor con excelencia cada día y jamás sea reconocido.
A los ojos de los demás, estas personas podrían parecer un completo fracaso. Sin embargo, a los ojos del Señor, sus vidas de fidelidad son dignas de recompensa. Dios no nos llama a ser exitosos según los estándares humanos, Él nos llama a ser fieles.
La productividad bíblica no se mide por la cantidad de dinero en el banco, reconocimientos académicos, o hijos bien portados. La productividad bíblica no busca lograr, sino amar. Puede ser que nuestros esfuerzos den mucho fruto, pero también puede ser que jamás veamos ese fruto. No nos preocupemos por eso. Sea como sea, nuestro trabajo para la gloria de Dios y el bien de los demás jamás es en vano (1 Co. 15:58). El Señor mira cada uno de nuestros esfuerzos, aunque pasen desapercibidos para todos los demás.
Productividad en Cristo
A Dios le importa la manera en que utilizamos nuestro tiempo y el resto de nuestros recursos. Cuando desperdiciamos lo que tenemos, no estamos desperdiciando algo nuestro. Estamos desperdiciando tiempo, energía, dinero, habilidades que le pertenecen a Dios.
Nuestro caminar en la productividad será, por supuesto, imperfecto. Eso no debe desanimarnos. Los cristianos podemos confiadamente buscar agradar a Dios con todo lo que tenemos. Jesús vivió una vida perfectamente productiva en nuestro lugar y murió para pagar por la culpa que nos acusa cuando hacemos mal uso de las cosas que Dios nos ha confiado. Sigamos a la meta haciendo lo que nos toca, confiando en que —en Jesús— escucharemos “buen siervo y fiel” al final de la carrera.
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[1] “Haz más y mejor”, p. 18.