A principios del 2020, cuando la ansiedad y la incertidumbre penetraban los corazones de tantos, mi esposa y yo celebramos la noticia de que esperábamos nuestro cuarto hijo. La gratitud y el gozo llenaban nuestras oraciones.
Al segundo mes de embarazo fuimos a una consulta. La ecografía era obvia: la imagen en la pantalla estaba sin vida. Por segunda vez en nuestro matrimonio llorábamos la pérdida de nuestro bebé no nacido.
Pocas experiencias en la vida nos traen tanto gozo como un embarazo. Pocas experiencias en la vida nos traen tanto dolor como la pérdida de un embarazo. No obstante, Dios orquesta ambas en la vida del creyente para producir adoración. La razón de adoración en la primera es evidente. Adorar en la segunda parece imposible.
Se estima que uno de cada cuatro embarazos termina en aborto espontáneo. El aborto espontáneo es una consecuencia indiscriminada de habitar un mundo caído. Como consecuencia, muchas parejas cristianas lo sufrirán, aunque pocas lo discutirán abiertamente.
Si has pasado por esto, quiero ofrecerte las siguientes verdades. Mi oración es que te ayuden a sobrellevar eso que inició como uno de los mayores gozos de la vida y terminó en un dolor sin igual.
El duelo es una demostración de amor
El duelo por un aborto espontáneo nos sorprende porque no esperamos sentir tanta agonía por la pérdida de un ser que ni siquiera conocimos. Este duelo surge de nuestro amor intrínseco como padres; es una reacción proveniente del amor, y no es pecado. ¡Está bien sentir dolor y llorar! El sufrimiento inimaginable que se siente por la muerte de nuestros bebés, aún en la muerte de aquellos que nunca abrazamos, es una demostración de nuestro amor incondicional.
Tu duelo no es falta de fe, sino una demostración del amor imperecedero e innato que Dios nos da como padres
El amor fue lo que produjo el dolor de Jesús en la muerte de Lázaro. Amor por su amigo, amor por las hermanas de Lázaro, amor por los que lloran (Jn 11:5, 33). Aun sabiendo que Betania estaba a punto de ser testigo de un poder vivificante sobre la muerte, Jesús lloró (Jn 11:35).
De la misma forma, en la pérdida sufriremos profundamente por el amor inherente que Dios nos da por nuestros hijos. Es un reflejo de la imago Dei. Como seres que portan la imagen de Dios, amamos a nuestros hijos reflejando la intensidad con la que Dios nos ama a nosotros. Por lo tanto, tu duelo no es una demostración de falta de fe, sino una demostración del amor imperecedero e innato que Dios nos da como padres.
Jesús consuela y hace nuevo al que llora
El duelo es subjetivo. Es dependiente de nuestra experiencia personal. Nuestro cónyuge —y otras parejas— atravesarán el duelo de forma distinta a la nuestra. No podemos comparar nuestro duelo al de otros. Lamentablemente, al reconocer que el duelo es tan personal y no se pueden hacer comparaciones, esto puede crear sentimientos de soledad, amargura, y culpa.
Las madres afligidas son especialmente susceptibles a los sentimientos de soledad y culpa. El instinto de una madre es proteger a su criatura. Por esto, cuando un bebé fallece dentro de la seguridad de su vientre, la mujer puede, equivocadamente, sentirse responsable. De no abordarse, este sentimiento de culpa puede escalar a una depresión.
La esperanza es que Jesús está cerca de los quebrantados de corazón. Él conoce íntimamente nuestra aflicción y puede ministrar consuelo supremo a nuestro espíritu (Mt 5:4).
Lleva tu aflicción delante del Gran Sumo Sacerdote, quien es el único que puede compadecerse de tu dolor en su totalidad (1 P 5:7; He 4:15). Recuerda, Jesús ha llevado nuestros dolores y ha cargado con nuestras aflicciones (Is 53:4).
Dios es bueno y soberano sobre cada vida
“¿Por qué permitió Dios el embarazo si solo lo iba a arrebatar unas semanas después?”. Esta es una pregunta común que hacen las parejas después de sufrir un aborto espontáneo. Y la verdad es que no hay respuesta perfecta de este lado de la eternidad. Con todo, hay principios bíblicos que pueden ministrar paz cuando no hay respuestas completas disponibles.
Primero, Dios soberanamente permitió la concepción, dio vida en el vientre y tiene un propósito para cada vida creada independientemente de cuán breve sea (Jr 1:4-5). El Señor hace que todas las cosas trabajen para Su gloria y Él es bueno (Sal 25:8). Dios tenía un propósito para tu bebé y este fue perfectamente cumplido. Ten la certeza de que, aunque nosotros no entendamos totalmente Sus propósitos, no hay crueldad divina en la muerte de tu hijo (Dt 29:29; Is 55:8-9).
Segundo, Dios está obrando sus buenos propósitos en nosotros a través de la muerte de nuestro hijo (Ro 8:28). Dios utiliza la prueba del aborto espontáneo para aumentar su fidelidad hacia nosotros, y para hacernos perfectos y completos en Cristo (Stg 1:2-4). En la pérdida, Cristo Jesús satisface las afecciones que anticipábamos fueran satisfechas en nuestro hijo y aumenta nuestra esperanza celestial (Ro 8:18-25).
Tercero, ¡nuestros bebés están con Jesús! Estas no son meras palabras sentimentales de consolación, sino una verdad bíblica. Las Escrituras proveen la certeza de que los bebés, aunque no están sin pecado, son inocentes (Jr 2:34; 19:4-7). No tienen culpabilidad moral. Aún no han alcanzado una madurez que les permita tener incredulidad y desobediencia intencional y premeditada. No tienen la habilidad de distinguir entre el bien y el mal (Dt 1:39). Por lo tanto, no son culpables de rechazar la verdad y son salvos por la infinita gracia de Dios (Ro 1:18).
Dios tiene un propósito para cada vida creada independientemente de cuán breve sea
Hay consuelo en esta verdad: la primera cara vista por estas criaturas es la cara de su Creador y Salvador Jesús. ¡Imagina semejante momento! ¡Gloria eterna instantánea! Nuestros bebés completos, santos, y maduros en el Señor. Debemos adorar en respuesta a esta realidad y glorificar a Dios por las riquezas inmensurables de su gracia hacia nuestros bebés. La muerte en el vientre significa que nuestra criatura nunca experimentará la corrupción del pecado en este mundo.
Aunque debidamente lloramos por no haber conocido a nuestro hijo, también podemos adorar en nuestra aflicción, sabiendo que Jesús sostiene a nuestro pequeño en Su presencia. Sí, lloramos, pero temporalmente y no sin esperanza (1 Ts 4:13). Llegará el día en el que adoraremos junto con nuestros hijos fallecidos al Cordero que nos redimió como posesión suya (1 Co 3:23; Ap 5:9-12).
Tu gozo retornará
Si tú, al igual que yo, lloras la pérdida de tu hijo, te ofrezco esta última palabra de exhortación: Actualmente, la esperanza llena de gozo y adoración se siente distante. Pero Jesús ve tu dolor (Sal 34:18). En tu sufrimiento, Él está continuamente ministrando una paz que sobrepasa todo entendimiento (Jn 14:27).
Acércate a Él, y Él se acercará a ti (Stg 4:8). Permite que la Palabra de Dios sea un bálsamo a tu corazón herido. “El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría” (Sal 30:5). Aliéntate, pues llegará la Nueva Creación donde “Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Ap 21:4).