Nada conmueve más el corazón de nuestro Dios que el alma abrumada por el quebranto. El quebranto se define como “dolor profundo” o “tristeza causada por una angustia extrema”. Isaías nos dice que el Señor mismo está familiarizado con esta desgarradora emoción: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3).
Incluso en el juicio, Dios se entristece por sus hijos. El salmista hace una declaración increíble con respecto a Israel: “Y se acordaba de su pacto con ellos, Y se arrepentía conforme a la muchedumbre de sus misericordias. Hizo asimismo que tuviesen de ellos misericordia todos los que los tenían cautivos” (Salmo 106:45-46). Cuando Dios ve a sus hijos sufrir, no sólo se duele por ellos, ¡sino que hace que sus enemigos se compadezcan de ellos!
Quizás estés agobiado por algún tipo de dolor o quebranto. Podría ser por alguien querido que está sufriendo, en problemas o herido. Podría ser un hijo o una hija que se ha descarriado, hundiéndose lentamente en la muerte del pecado. O podría ser un ser querido que enfrenta una inevitablemente grave crisis financiera. A todos les digo: Jesucristo se conmueve por tu dolor.
Es maravilloso tener a Jesús andando junto a nosotros a través de nuestro dolor; sin embargo, incluso cuando se avecina un milagro, puede haber retrasos. Piensa en la mujer que sufría una hemorragia crónica y tocó el borde del manto de Jesús para sanar. Durante doce años, ella sangró sin parar y, literalmente, se estaba muriendo. Lucas, un médico, escribió que ellla “había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada” (Lucas 8:43).
“Se le acercó por detrás [la mujer] y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre… Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí” (8:44-46). ¡Jesús sintió el dolor de esta mujer y suplió su necesidad cuando ella se acercó a él!
Lamentablemente, muchas personas hoy en día están haciendo exactamente lo que hizo esa mujer: correr de un lugar a otro en busca de respuestas. Explican su problema una y otra vez, esperando que esta vez encuentren alivio. Todo lo que quieren es que alguien detenga la hemorragia en su corazón.
Cuando la mujer sufriente extendió la mano y tocó al hombre Jesús, simplemente haciendo contacto con el borde de su manto, ¡sanó instantáneamente! La compasión de Jesús fluyó hacia ella y la sanó.
David Wilkerson