El precio del Apreciado
Mateo 27:9
Jesús, el Hijo de Dios, el Cristo crucificado, es Aquel a
quien todos debemos valorar y apreciar bajo la luz del Evangelio. No sólo los
que aún andan en el pecado y pueden aceptar o rechazar al Salvador, sino
también cada uno de nosotros, hijos de Dios. A lo largo de nuestra vida somos
llamados a demostrar mediante nuestros actos el precio con que valoramos a
Aquel que nos rescató. Cuando debemos elegir entre una cosa y otra, frente a
ciertas ventajas, o ante tal distracción, ¿qué tiene más valor para nosotros:
el mismo Señor o lo que él nos pide que abandonemos?
Interroguemos
sobre este asunto a algunos de los que conocieron a Jesús de cerca.
Judas, tú que viviste más de tres años íntimamente relacionado con tu Maestro,
¿en qué precio lo has valorado? Treinta piezas de plata, “hermoso precio”
(Zacarías 11:13), que le pusiste tú y los ancianos de tu pueblo. Ellos, porque
lo aborrecían y menospreciaban; tú, porque eras ladrón y el amor al dinero
había sustituido en tu corazón el amor hacia tu Maestro.
Y tú, María, que le recibiste en tu casa y te
sentaste a sus pies, ¿qué precio tiene para ti el Hijo de Dios? “Una libra de
perfume de nardo puro, de mucho precio” (Juan 12:3). “Trescientos denarios” (v.
5), el salario correspondiente a un año de trabajo. Según Mateo 20:10, un
denario era la remuneración por la labor de doce horas de trabajo. «Nada es
demasiado precioso para el Señor Jesús», decía un padre cuya hija única había
respondido al llamado de Dios y se iba a un país lejano para anunciar el
Evangelio. En la casa de Betania, María dio lo más precioso que tenía para
ungir los pies que tanto se habían cansado recorriendo los caminos del país, y
que pronto iban a ser horadados por manos malvadas.
Nicodemo, tú viniste a él de noche (Juan 3:2) y, como consecuencia, sufriste el
desprecio ante los principales sacerdotes (Juan 7:50-52). ¿Qué precio tiene
para ti el cuerpo inanimado del Crucificado que está a punto de ser introducido
en la tumba? “Cien libras de mirra y áloes” (Juan 19:39) no son mucho para
embalsamar el cuerpo de Jesús.
Y tú, Pedro, cuando la criada te preguntó si
eras uno de aquellos que seguían a Jesús, ¿a qué precio le valoraste? Con
imprecaciones y juramentos declaraste solemnemente: “No conozco al hombre”
(Mateo 26:72). Sin embargo, algún tiempo antes, ¿no fuiste tú el primero en
decir delante de todos los discípulos: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente”? La mirada de Jesús, tus amargas lágrimas, la entrevista secreta el
día de la resurrección, tu restauración a orillas del lago de Galilea,
permitieron que volvieras a encontrar el pleno gozo del amor de este Maestro a
quien habías negado, y te hicieron comprender todo el valor de su sacrificio:
“Sabiendo que fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata,
sino con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18-19).
Pablo, fariseo, hijo de fariseos, ¿en cuánto has valorado a Jesús, el profeta de
Galilea? “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el
nombre de Jesús de Nazaret… Yo encerré en cárceles a muchos de los santos… y
cuando los mataron, yo di mi voto… y muchas veces, castigándolos en todas las
sinagogas, los forcé a blasfemar” (Hechos 26:9-11). Pero un día, él se te
apareció en el camino. Más tarde, en el templo de Jerusalén, le viste y pudiste
exclamar: “Ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual he
perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8).
Aún podríamos
añadir más ejemplos; cada uno tiene la posibilidad de encontrarlos en su
Biblia. La pregunta, siempre actual, se dirige a cada uno de nosotros: ¿cuál
es, cada día de nuestro caminar cristiano, “el precio del apreciado”? ¿Nos son
más preciosos quince minutos de sueño que un cuarto de hora a sus pies? ¿Vale
más una velada de espectáculo o distracción que una hora alrededor de él, con
los suyos, para orar o estudiar su Palabra? ¿Tiene más valor para nosotros una
amistad mundana que la comunión con los hijos de Dios? Y, queridos jóvenes,
¿qué criterio prevalecerá cuando tengan que escoger el cónyuge de su vida?
Quiera el Señor que, cuando llegue ese día decisivo, a cada uno de los que Le
aman le sea concedido fundar un hogar del cual se pueda decir: “Entró, pues, a
quedarse con ellos” (Lucas 24:29).
Cuando llegue el
día en que todo salga a la luz (2 Corintios 5:10), podremos ver con una
claridad en la que nada podrá esconderse, cuál haya sido para nosotros “el
precio del apreciado”.
G. A.
La benignidad del Señor 1
Pedro 2:3
Si he gustado y entendido que el Señor obra por gracia,
que es amor para conmigo y que su Palabra es la expresión de esta gracia,
puesto que comunica la vida, desearé alimentarme con la leche del
entendimiento, de la que el creyente disfruta en proporción a su sencillez;
desearé alimentarme con esa buena Palabra que sólo me anuncia la gracia y al
Dios del que tengo necesidad. Veo en ella al Dios de gracia, lleno de gracia,
quien obra por gracia, como Aquel que se me revela con tal carácter, un
carácter que él no podría desmentir a mi respecto.
J. N. D.
“Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso” (1
Pedro 2:7).
“Gustad y ved que es bueno el Señor; dichoso el hombre
que confía en él” (Salmo 34:8).
© Ediciones
Bíblicas - 1166 Perroy (Suiza)
Se autoriza sacar fotocopias de este folleto para uso o difusión personal. En
este caso, utilizarlo en su integralidad