¿Prospera tu alma?
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las
cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.” 3 Juan 2
Gayo era un creyente fiel. La prosperidad de su alma se reflejaba en su
andar: andaba en la verdad y en el amor. Amaba la Palabra. “El que me ama, mi
palabra guardará”, dijo Jesús (Juan 14:23). Además, Gayo amaba a los hermanos.
El apóstol Juan pudo decirle: “Amado, fielmente te conduces cuando prestas
algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han
dado ante la iglesia testimonio de tu amor” (3 Juan 5-6).
¿Prosperan nuestras almas? Examinémonos cuidadosamente delante de Dios para
saber cómo estamos en nuestra vida espiritual, si ganamos terreno o si lo
perdemos, si llevamos fruto o somos estériles; porque el que no avanza, retrocede.
¿Cómo pueden prosperar nuestras almas? Primeramente, desechando todo lo que
sea un obstáculo. ¿Y qué puede ser un obstáculo para la prosperidad del alma?
¡Los ídolos! El apóstol Juan termina su primera epístola con una exhortación
solemne: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21).
¿Qué es un ídolo? Es todo lo que en el corazón ocupa el lugar de Cristo.
Nuestros planes, nuestros proyectos, nuestras ambiciones, estudios, bienes,
dinero, nuestra propia persona, etc., pueden convertirse en ídolos, si no
estamos atentos. Un novio, una esposa pueden tomar el lugar de Cristo en el
corazón.
Sondeemos ahora mismo nuestros corazones en la presencia de Dios. Hagámonos
honestamente la pregunta: ¿Hay en mi corazón algún ídolo que amo y que no he
abandonado por amor a Cristo? Utilicemos el espejo de la Palabra de Dios.
Digamos, como David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y
conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en
el camino eterno” (Salmo 139:23-24).
Cuando Jesús llena un corazón, éste rebosa de felicidad. Pero en el caso
contrario, no hay verdadero gozo, verdadera satisfacción, ni felicidad. Jesús
no puede llenar un corazón que está ocupado con ídolos: es necesario sacarlos.
Si no cantamos ni alabamos con todo el corazón al Señor (Efesios 5:19), tal
vez es porque en nuestros corazones hay ídolos. Humillémonos, pues, bajo la
poderosa mano de Dios. Confesémosle nuestra infidelidad y miremos a Cristo.
Contemplémosle en el Calvario, menospreciado, sufriendo. Adoremos a Aquel que
murió por nosotros en la cruz.
Entonces cesaremos de hacer mal y aprenderemos a hacer el bien. Cristo
resplandecerá nuevamente en nosotros. Su luz inundará nuestro corazón. Su
persona gloriosa hará las delicias de nuestra alma. Entonces podremos cantar
como en el tiempo de nuestro primer amor (Oseas 2:15), porque nuevamente el
Señor Jesús será nuestra riqueza, nuestra verdadera felicidad, todo nuestro
tesoro.
Escuchemos esta hermosa conversación entre el alma y Dios que hallamos en
Oseas 14:8: “Efraín dirá:
—¿Qué más tendré ya con los ídolos?
—Yo lo oiré, y miraré;
—yo seré a él como la haya verde;
—de mí será hallado tu fruto”.
El alma espiritual que está despierta (Efesios 5:14) puede expresar
alegremente: “Qué más tendré ya con los ídolos?” ¡Cristo es ahora mi tesoro y
mi vida: en él hallo todo!
Y a esta alma, Dios responde
amorosamente. Me “manifestaré a él”, dijo Jesús (Juan 14:21). Dios responde a
las oraciones de los que permanecen en Cristo (Juan 15:7), porque éstas
concuerdan con su voluntad. Y no sólo esto, sino que también los mira: “Sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo
32:8). “Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a
favor de los que tienen corazón perfecto para con él” (2 Crónicas 16:9).
Si dejamos de lado el sentido profético de Oseas 14:8 y hacemos una
aplicación inmediata y práctica para nuestra alma, también podemos decir,
percatándonos de la gracia y del favor divino: “Yo seré a él como la haya
verde”. Esa haya verde simboliza la prosperidad del alma. Ese esbelto árbol
crece rectamente hacia el cielo. Él reverdece; sus raíces penetran
profundamente en la tierra. La gracia nos ha hecho bienaventurados. Como la
haya, nuestro corazón se eleva hacia Dios. Prosperamos en su luz. Nos llenamos
de savia y reverdecemos. Nuestras raíces se nutren de las fuentes escondidas y
profundas de la gracia divina.
Siempre, incluso el que se halle en el mejor estado espiritual, debe estar
vigilante, porque la vieja naturaleza todavía está en él. Si no vela, está en
peligro de atribuirse algo que, de hecho, proviene únicamente de la gracia de
Dios. Es por eso que el que vela sobre nuestra alma nos recuerda: “De mí será
hallado tu fruto”. Es como decir: «Si llevas algún fruto, no te olvides de que
este fruto proviene de mí». ¡A Dios sea toda la gloria! Sólo somos salvos por
la gracia. Estamos en pie por la gracia. Llevamos fruto únicamente por la
gracia.
Permanezcamos unidos al Señor con todo nuestro corazón, para que nuestra
alma prospere a la luz de su presencia y llevemos mucho fruto para Dios.
J.R. C.
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto
por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, el que permanece en mí,
y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”
(Juan 15:4-5).
Gozoso aquel que cual árbol viviente,
Por Ti plantado junto al raudal;
Se arraiga, crece y halla plenamente
Delicia en Ti ¡Fuente celestial!
De fruto abunda y lozano prospera,
De pruebas mil no teme el ardor;
Dichoso aquel que en el erial bebiera
De Ti, Jesús, ¡Fuente del amor!
Himnos y cánticos N° 146
© Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy (Suiza)
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