Ocúpate en la
lectura
1 Timoteo 4:13
Esta exhortación, a través de la cual el apóstol Pablo
invitaba a Timoteo a perseverar en la lectura de la Palabra de Dios, es válida
para los creyentes de todos los tiempos.
Para que esta lectura sea provechosa se requiere método,
energía y perseverancia. No hay nada más importante para el desarrollo
espiritual del creyente. La asistencia a las reuniones cristianas no sustituye
este estudio personal; cada creyente debe recoger diariamente su maná (Éxodo 16:16).
Toda lectura de la Palabra debe ir acompañada de la
oración. Antes de abrir las Sagradas Escrituras debemos orar pidiendo a Dios
que a través del Espíritu Santo nos revele su Pensamiento y nos dé un corazón
atento y obediente. Efectivamente, Dios se revela a nuestro espíritu por medio
de la Palabra en la medida en que Le obedecemos (Salmo 19:11; Lucas 11:28; Santiago 1:22 y 25). Después de cerrar
nuestra Biblia, seguramente tendremos muchas cosas que exponer al Señor, de rodillas,
según el Espíritu Santo nos guíe.
Debemos distinguir entre la lectura individual o personal
y la lectura en común, las cuales responden a diferentes necesidades.
La lectura
individual es para nuestra edificación personal: enseñanza,
advertencia y consuelo (Romanos 15:4).
A solas con Dios escuchamos su voz y dejamos que sus palabras penetren hasta lo
más profundo de nuestro ser (Hebreos
4:12). Este encuentro debería tener lugar preferiblemente en las primeras
horas del día (Proverbios 6:22); así
recibiremos fuerza, luz y estímulo para las tareas diarias. En lo concerniente
a la porción que debemos leer, podemos seguir un plan de lectura (por ejemplo,
los 6 tomos de «Cada día las Escrituras») o pedir al Señor que nos muestre qué
libro de la Palabra nos conviene leer secuencialmente. Debemos consagrar más o
menos media hora cada mañana a esta meditación; éste será nuestro «desayuno
espiritual». También se puede leer el capítulo o un fragmento del mismo que se
cita en la hoja diaria del calendario «La
Buena Semilla». Este método sólo lo aconsejamos si diariamente tomamos
también «el alimento espiritual nocturno», de otra manera nuestro conocimiento
de la Palabra podría quedarse corto.
Además de esta lectura consecutiva de la Palabra de Dios,
no olvidemos el estudio metódico, ya sea libro por libro o de un tema en
particular, por ejemplo el de la venida del Señor, la vida de un hombre de
Dios, etc. El estudio puede hacerse acompañado de un comentario sobre lo que
estemos leyendo. También es conveniente la ayuda de una concordancia, tomar
notas en un cuaderno, en fichas o en la misma Biblia, subrayando los pasajes
que nos parezcan particularmente importantes; éste será nuestro «alimento
espiritual nocturno».
Procuremos también memorizar el mayor número posible de
versículos fundamentales con sus citas (véase
Salmo 119:11; Colosenses 3:16), para que el Señor no tenga que dirigirnos
el triple reproche de Marcos 8:18.
Un método interesante podría ser el de anotar estos
pasajes en un cuaderno, agrupándolos por temas, a medida que vayamos
descubriéndolos (dejando 3 ó 4 páginas para cada tema; numerar las hojas y
hacer un índice de materias). Conviene repetirlos a menudo, por ejemplo en las
horas libres, en el autobús, haciendo cola, de viaje y siempre que tengamos un
momento disponible. La repetición constante es la clave de una memoria fiel.
La lectura en
común tiene lugar principalmente en familia. No debemos
descuidarla; si tenemos niños, leamos preferiblemente un libro de la Palabra en
lugar de pasajes o capítulos aislados. Es bueno que previamente uno mismo
estudie el texto del día para poder exponer claramente el pensamiento
fundamental de la porción; se deben evitar los comentarios largos; es útil
invitar al auditorio para que participe en el coloquio; se puede terminar con
un cántico y una oración, si es posible arrodillados.
En cuanto a las
reuniones de estudio, es necesario que cada uno se prepare, aunque no esté
llamado a presentar la Palabra. Que los hermanos más jóvenes no vacilen en
hacer preguntas; a menudo una pregunta, aunque parezca fuera de tiempo, puede
dar lugar a enseñanzas muy útiles para la asamblea.
Los folletos de edificación, revistas, biografías de
hombres de Dios y libros de estudios bíblicos deben tener lugar en nuestras
lecturas. Usaremos estos complementos de acuerdo con el tiempo del cual
disponemos y procurando que no nos quiten el tiempo que deseamos dedicar a la
lectura de la Palabra. Puede que esto nos lleve a dejar de lado las lecturas
profanas no obligatorias, incluidos los periódicos y las revistas, los que,
además de distraernos de nuestro objetivo, podrían perjudicarnos. En lo
concerniente a la elección de publicaciones cristianas, debemos tener
discernimiento, preguntándonos si esta lectura contribuye a que la persona de
Cristo se vuelva más preciosa para nosotros. En caso de duda, se puede pedir
consejo a un hermano de mayor madurez espiritual.
Nuestro cuerpo debe su crecimiento al alimento que le
damos. Dios nos ha dado su Palabra como alimento para nuestro crecimiento
espiritual; en ella encontramos todos los elementos necesarios: la leche
espiritual, la miel, el pan de vida, el agua viva y las viandas. Si descuidamos
este alimento, nuestra alma se debilita, porque “no sólo de pan vivirá el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Cuanto más nos alimentemos de ella, más la amaremos.
Como David, llegaremos a darnos cuenta de que la Palabra es mejor que el oro y
la plata (Salmo 119:72 y 162; véase
también Jeremías 15:16; 2 Timoteo
3:16-17).
Y ahora, ¡manos a la obra!, acordándonos de la solemne
advertencia de Santiago 4:17: “Al
que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”.
M. T.
© Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy (Suiza)
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