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De: Atlacath  (Mensaje original) Enviado: 01/06/2021 02:08

Identificación

 

Para que nos demos cuenta de las grandes verdades que encierra, la Palabra de Dios se sirve a menudo de tipos y figuras que, como alguien dijo, nos acercan y hacen palpables los objetos profundos e infinitos de nuestra fe.

En los primeros capítulos de Levítico, donde se instituyen los diversos sacrificios, se emplea constantemente la ex­presión: “Pondrá su mano sobre la cabeza de su ofrenda”. Por medio de este gesto, todo aquel que presentaba una víctima para el sacrificio se identificaba con ella. Veámoslo en detalle: el holocausto, sacrificio totalmente quemado sobre el altar, consagrado sólo a Dios, nos habla de la entrega total de Cristo a Dios, para cumplir Su voluntad y acabar con la obra que le había encomendado. El adorador llevaba un holocausto al tabernáculo para ser aceptado. No se trataba de obtener el perdón de sus pecados, por los cuales se debía efectuar expiación, sino de ser identificado con una víctima perfecta y pura que, al ser consumida sobre el altar, era un olor agradable a Dios. Dios nos ve en Cristo, nos recibe en él, toma en cuenta para nosotros todos los méritos de la ofrenda perfecta de la cruz, de manera que “nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6).

En Filemón 17, tenemos un ejemplo de recepción en virtud de los méritos de otro: “Si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo”. Filemón no estaba dispuesto a acoger favorablemente a Onésimo, su esclavo fugitivo. Sin embargo, hubiera recibido al apóstol Pablo con los brazos abiertos. Por eso le dice: “Recíbele como a mí mismo”. ¿No es esto, en cierto modo, lo que el Señor Jesús hace por nosotros con respecto a Dios, y todo esto, desde ya, sin que haga falta esperar el día en que entremos en la gloria? “Como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17).

En el sacrificio de paz el adorador se indentificaba con la ofrenda de la siguiente manera: “Pondrá su mano sobre la cabeza de su ofrenda” (Levítico 3:2). Este sacrificio nos habla de paz y comunión. Se rociaba el altar con sangre; allí se quemaba la grasa de la víctima; la parte derecha y el pecho eran para el sacerdote; el adorador y sus invitados se nutrían de la carne del sacrificio (Levítico 7:15). Los rescatados gozan de una parte común con Dios en el sacrificio de aquel que “ha hecho la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). “Él es nuestra paz… anunció las buenas nuevas de paz” (Efesios 2:14 y 17). Nuestra comunión es con el Padre y con su hijo Jesucristo, una comunión que se realiza de una forma muy particular y solemne en la Mesa del Señor. “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (1 Corintios 10:16).

Al instituir el sacrificio por el pecado, se subraya aún el principio de identificación con la víctima: “Pondrá su mano sobre la cabeza de su ofrenda”. Aquí no trata de los méritos de la víctima en favor del adorador, sino de una realidad, expresada por el profeta Isaías de una manera estremecedora: “Cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (cap. 53:6). “…quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Al poner su mano sobre la cabeza de la víctima, el culpable expresaba el hecho de que su pecado se transmitía sobre un cordero sin defecto, el cual iba a ser castigado en su lugar. Es también el ejemplo de Filemón 18 y 19: “Si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta… yo lo pagaré”. Pablo quería cargar con la deuda de Onésimo hacia su amo y pagar en su lugar. He aquí lo que Cristo hizo por nosotros.

El hecho de poner la mano sobre la cabeza de la víctima corresponde a la fe contada por justicia, de Romanos 4:5. El creyente comprende por una parte que todos sus pecados han sido colocados sobre la Víctima santa, quien los ha expiado completamente; la justicia de Dios, por otra parte, le acredita todos los méritos de Aquel que fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25).

Si hemos sido identificados con él a semejanza de su muerte, lo seremos también a semejanza de su resurrección. En la purificación del leproso, en Levítico 14, tenemos el tipo admirable de lo expresado anteriormente: dos pájaros vivos y limpios eran presentados delante de Dios. Uno era sacrificado, el otro, después de ser zambullido en la sangre del pájaro muerto sobre las aguas corrientes, era soltado y volaba libre. Este es un recordatorio perfecto de la resurrección del Señor Jesús, de la cual tenemos parte espiritual desde ahora y de la que también participaremos en cuanto a nuestros cuerpos cuando él venga. Dios “nos dio vida juntamente con Cristo” (Efesios 2:5). “En Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 15:22, 23).

¿Hemos puesto todos la mano, por medio de la fe, sobre la cabeza de Aquel que murió y resucitó por nosotros?

G.A.

 



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