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ice el señor gobernador de colonias, Hans Hertell, que "si República Dominicana no quiere convertirse en un estado fallido no debe sucumbir a la tentación de la justicia instantánea y la corrupción". Y que lástima que tan sabio consejo llegue tan tarde, porque esta colonia hace ya tiempo que, tras fallidos intentos por ser un Estado no fallido, ya ni para Estado le alcanza.
Sólo así se explica que el embajador de un gobierno que vive vulnerando todos los derechos humanos declarados y omitidos, que mantiene en Guantánamo cientos de personas torturadas, sin derecho a abogado, a visitas, a un juicio, a cualquier asistencia legal, a las que ni siquiera se reconoce su calidad de presos, contraviniendo todos los acuerdos internacionales en la materia, se permita dar lecciones de humanismo y derecho.
Sólo así es que uno entiende que el embajador de un gobierno que mantiene secuestradas a mil 500 personas en un pedazo de isla ajeno y usurpado contra todo derecho, y cuyo secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, ha declarado en uno de sus más sobresalientes rasgos de enajenado humor, que ellos cubren los ojos de los prisioneros "para que no se depriman con lo que ven", y los oídos, "para que no les moleste el ruido de los aviones despegando y aterrizando", y la boca "para que no se vayan a morder", y encadenan sus pies "para que no se vayan a tropezar", venga a impartir lecciones de ética, y lo haga sentado entre el jefe de la Policía local y el consultor jurídico de la presidencia de la República.
Y que, además, aproveche la oportunidad para donar a la Policía de esta colonia, 15 mil cartillas y 2 mil afiches con la lista de los derechos humanos.
Lista en la que no se citan, supongo, algunas de las prácticas que los soldados del imperio vienen implementando en Iraq, en Afganistán y en otros países ocupados, incluyendo una Italia cuya justicia ha dictado orden de búsqueda y captura contra trece agentes de la CIA acusados de secuestro y torturas.
Lista que no incluye el interrogatorio con perros, las capuchas cubriendo los rostros de los presos, los marines defecando y orinando sobre ellos, el derecho a violar las prisioneras, la picana eléctrica, las patadas, los golpes, las vejaciones, el amarrarles correas al cuello y pasearlos como si fueran animales, y otras prácticas aberrantes, sin omitir las fotografías que inmortalicen tan sobresalientes episodios para que, a su vuelta a la civilización y el progreso, puedan mostrar sus "souvenirs" a los amigos que no tuvieron la fortuna de ser movilizados, y no pueden, en consecuencia, sentirse orgullosos de servir a la causa de la libertad y la democracia.
Lista que no incluye tampoco los apaleamientos de negros en las propias calles y barrios estadounidenses, de los que sólo tenemos noticias cuando la casualidad dispone que un ciudadano aficionado al vídeo, recoja para la historia las irrefutables imágenes del brutal atropello.
Mejor sería que el embajador, por más que aquí hacen falta esos dos mil y más afiches con los mentados derechos, vaya a distribuirlos a Guantánamo, a Iraq, a Afganistán o a los propios barrios de Nueva York, Los Angeles, Chicago o Detroit donde más que necesarios son imprescindibles.
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Lealtad