Estados Unidos quiere fortalecer su maquinaria de muerte, aunque ello implique usar como simples tornillos reciclables a sus propios adolescentes. El escándalo ha llegado a tal punto que, recientemente, organizaciones pacifistas opuestas a la guerra en Iraq comenzaron una campaña para impedir el reclutamiento militar en centros de enseñanza norteamericanos. No es Manbrú; Malbush se fue a la guerra… y la guerra, a las escuelas. Cual si fueran scouts seduciendo peloteros, los militares de las Fuerzas Armadas se abalanzan sobre las secundarias haciendo loas disfrazadas al poder de matar y ocultando a los convencidos las amplias posibilidades de sufrir sangrientamente el poder de morir.
Los militares parecen ignorar el trauma sistemático que de vez en vez, de tiroteo en tiroteo, sufre su sociedad por la violencia escolar. En lugar de fortalecer una conciencia de amor en centros docentes precisados de ella, los uniformados exhaltan los principios del mando y la dominación aun a costa de la vida.
Es la vieja práctica imperialista del despojo humano. Sin embargo, ya no se aplica únicamente al nunca extinguido robo de cerebros al Tercer Mundo; es un autorrobo que la gran nación se hace a sí misma, con el añadido de que esta vez cambió el objetivo: se buscan brazos fuertes; si no hay cerebros, mucho mejor, porque, en lugar de cazatalentos, se trata de cazar a sin talentos.
A las más de mil 900 bajas fatales de Estados Unidos desde el comienzo de su invasión a Iraq hasta hoy, hay que añadir esas bajas culturales, afectivas y humanísticas que significan los jóvenes en tránsito de las escuelas nacionales al campo de batalla internacional. Y si los caídos están bagdadmente muertos, fallujamente extinguidos, es muy probable que los adolescentes que truecan libros por fusiles nunca escapen de la pesadilla americana personal que tal cambio les impone.
Los oficiales estadounidenses, acostumbrados a violar cualquier cosa fuera de sus fronteras, están violando ahora mismo el derecho de estos muchachos de no recibir informaciones destinadas a convertirlos en gatillos tristes a nombre de su presidente.
Por esos ojos que los medios les tapan para que ignoren las atrocidades ejecutadas en nombre de la libertad, a los jóvenes les introducen mensajes glorificadores del ideal de una guerra que transcurre pródiga en penas y huérfana en glorias. Los exámenes de aptitudes vocacionales de las Fuerzas Armadas se aplican en unas 14 mil escuelas de Estados Unidos, cifra que permite inferir la magnitud del futuricidio que, para ese país y para el mundo, se promueve a sangre fría.
Las del Comandante Bush son más bien las fuerzas desalmadas, las mismas que han llevado a unos 200 prisioneros en la Base de Guantánamo a desarrollar una huelga de hambre para exigir audiencias que establezcan algunos de los derechos amputados drásticamente en nombre de esta guerra contra el terrorismo. Mas poco podrán esperar los "combatientes enemigos" si a los chicos de Sam se les enseña desde temprano el "arte" de matar lo diferente.
Es insultante que una nación que no fomenta la solidaridad internacional se empeñe en cultivar los odios culturales desde sus propias escuelas. Ofende a igual escala que el país que no sabe ayudarse desde adentro y cuyo presidente vio con toda calma vacacional cómo el katrinazo de las aguas tornó lastimosamente vieja a Nueva Orleans en unas cuantas horas, continúe, tras esa experiencia, cultivando odios que han de parir muchas desgracias colaterales.
Los cadáveres abanderados siguen llegando al país. Tanto, que los muertos rompieron el muro de silencio impuesto incluso a la gran prensa al principio de la Guerra. Hace mucho los muertos se salieron de esas barras que, en las banderas, servían para encerrarlos, y enseñaron al mundo sus rostros refrigerados cual almas perdidas entre tanta estrella sin luz camino del desierto.
Hoy todos se enteraron que muchos de esos difuntos salían apenas de la adolescencia, que tenían más tareas escolares que aprender que lecciones rambianas que ofrecer. Su Gobierno cambió sin consultarles su pubertad por una discutible libertad. Sus familiares —a veces, solamente, cuando ellos se fueron para siempre de manos de un bombazo— entienden lo que antes les resultaba incomprensible y luchan por la integridad y la paz de los hogares. Mom y dady saben que, aunque el proyectil mortal fuera iraquí, el arma asesina que les llevó a sus vástagos sigue en la Casa Blanca, caliente y echando humo.