Cóctel habanero: El gerente Raúl Soroa LA HABANA, Cuba - Junio (www.cubanet.org) - Siempre con el celular junto al oído, viste ropa de marca, usa perfumes caros y en su muñeca exhibe un rolex (imitación). En el garaje tiene parqueado un moderno auto japonés. Uno de sus placeres es fregarlo todas las tardes frente al edificio donde vive. Disfruta pasar la esponja mojada sobre el metal reluciente, pero lo que más placer le provoca es ver la cara de envidia de los vecinos mientras él acaricia su auto. Se considera un triunfador. Durante su carrera universitaria no fue de los mejores estudiantes. Más bien fue un mediocre, pero siempre supo aprovechar las oportunidades, y sobre todo sobresalir en la carrera política, siempre presto a ser el más "combativo", uno de los primeros en los actos políticos, en las concentraciones de masas, en los mítines. Militante de la UJC, dirigente de la FEU, etc., etc. Como economista no es gran cosa, pero es un tipo fiable, de confianza. Cuando crearon la empresa mixta, mi amigo pensó en él, y ahí está. Nadie puso reparos a su elección para el cargo. En su carrera laboral aplicó la fórmula conocida, la que tan buenos resultados le trajo durante los estudios. También aprendió el arte del traspiés, de la puñalada trapera. Su primera víctima fue el amigo que le consiguió el puesto. Así llegó a subgerente y luego a gerente. Vive bien. Se casó con la hija de un diplomático, un reconocido miembro de la nomenclatura. Tiene un hermoso apartamento con todas las comodidades. Otro arte que ha desarrollado con gran destreza es el de robar, robar a más y mejor, aceptar sobornos de los empresarios extranjeros, de los suministradores, y hasta de la competencia. Nunca creyó mucho en eso del paraíso de la clase obrera ni en el triunfo del proletariado mundial ni en ninguna de las otras monsergas comunistas. Eso sí, era fidelista, siempre admiró al máximo líder, siempre el Comandante Victorioso fue su ejemplo y paradigma. Muchas veces no le comprendía bien, pero bueno, hacía falta, sólo tenía que hacer lo correcto. Ahora es un hombre respetado, uno de los poderosos. No de los más poderosos. Llegar a esa escala es muy problemático y se requiere mucha paciencia, mucho esfuerzo, mucha inteligencia y, sobre todo, muchas relaciones. A la construcción de esas relaciones dedica cuerpo y alma. Sin embargo, el gerente no es un hombre feliz. Se sabe permanentemente vigilado. Sabe que todos sus movimientos son controlados. Supone, y no sin razón, que le dejan hacer, que está jugando a una especie de juego de gato y ratón. Donde, por supuesto, él es el ratón. Poco a poco ha terminado odiando al jefe. Fue un proceso, un camino que fue tornándose ancho y claro en la medida en que su ambición crecía. Mira a su alrededor con disgusto. Nada es de él, ni el carro japonés, ni el celular, ni el apartamento. Ha logrado esconder algunos dólares en el extranjero, pero casi nada. Todo su poder, todo su bienestar dependen de los caprichos de un anciano megalómano. Puede amanecer un día convertido en uno de ésos que ve pasar frente a su edificio, mal vestidos y peor alimentados, sudados, amargados. Su peor pesadilla es viajar en uno de esos camellos repletos de gente que ve pasar por la avenida. Un día pueden desaparecer sus trajes caros, sus zapatos finos, su auto flamante, sus putas de 200 dólares, sus cenas elegantes, sus viajes al extranjero, todos y cada uno de sus privilegios. Teme cada vez más también a esas miradas de odio, a esas miradas que le dirigen sus vecinos, cargadas de malos presagios, cargadas de malos deseos. Se sabe blanco de muchos rencores. Se sabe representante de una clase que el pueblo odia. ¿Y si un día estalla esa ira contenida? ¿Quiénes van a ser los primeros blancos de ese rencor? Nunca fue creyente, pero desde hace un tiempo le ha puesto un pequeño altar a la virgencita de la Caridad del Cobre. Le pone velas y le pide que esclarezca su mente, que le libre de la contradicción terrible que le dicta por un lado el deseo de que el anciano jefe desaparezca de una vez, y por otro lado el temor a que esto ocurra y pierda sus privilegios. ¿Será capaz de ser un vencedor en una sociedad libre? La duda le corroe. Sun dudas, el gerente no es un hombre feliz. |