“El pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”. Con estas palabras rebosantes de hipocresía el Congreso de Estados Unidos aprobó en 1898 la Resolución Conjunta para intervenir en la guerra que los cubanos estábamos a punto de ganarle a España. Se convertía en realidad lo que advirtió a tiempo José Martí al denunciar “el cálculo cínico y la fría maldad” de la estrategia norteamericana. Se cumplió lo que ya había descubierto Carlos Manuel de Céspedes (“apoderarse de Cuba ese es el secreto de su política” escribió en 1870 el Padre de la Patria) Nada de lo anterior sabe George W. Bush el siniestro personaje que no lee libros ni periódicos ni le hace falta pues de Dios recibe directamente las órdenes para hacer la guerra, robar elecciones y cometer otras fechorías. Por eso repite con patética ignorancia el lenguaje de 1898 antes de retirarse a su rancho a disfrutar sus perennes vacaciones. Cree el pobre diablo que con frasecitas de ocasión puede engañar a un pueblo que hace casi medio siglo se liberó de la incultura, conoce su historia, de ella vive orgulloso y le será siempre fiel. Surgimos como Nación luchando al mismo tiempo por la igualdad y la solidaridad entre los seres humanos y contra una potencia egoísta y voraz siempre dispuesta a avasallarnos y que en nuestras playas inició la construcción de un Imperio hoy pretendidamente universal. La disyuntiva es clara: vencer en esa porfía o desaparecer como pueblo. Esa es la esencia de la cubanía. No hay otra definición posible para nuestra identidad. O somos lo que soñaron los fundadores o no somos. Ahí están las raíces de nuestro socialismo. Otro rasgo curioso tienen los cubanos. Una verdadera rareza, algo que no abunda. Tenemos un Presidente que trabaja constantemente, no hace otra cosa que trabajar. Ese es su mayor defecto: Fidel Castro no sabe descansar. El trabajo excesivo le provocó un accidente de salud que lo condujo al salón de operaciones y a una cirugía riesgosa y compleja. De ella salió afortunadamente bien. ¿Y qué hizo entonces ese infatigable combatiente a punto de cumplir 80 años pletóricos de ininterrumpida pelea? Convocó a los colaboradores más próximos, les consultó, repartió tareas, se puso a escribir y redactó de su puño y letra la Proclama que su pueblo y el mundo entero conocieron la noche del lunes 31 de julio de 2006. Fue directamente al grano. Delegó “con carácter provisional” sus funciones al frente de la Revolución a Raúl Castro quien además de sus indudables méritos para ello había sido elegido hace años conforme a nuestro ordenamiento institucional e hizo lo mismo con varios otros compañeros para que lo reemplazasen al frente de muy importantes programas de educación, salud y en el área energética que han tenido en Fidel a su principal impulsor. Precisó que tomó esa decisión porque “nuestro país se encuentra amenazado en circunstancias como esta por el gobierno de los Estados Unidos”. Al día siguiente, en su segundo mensaje, Fidel advertía: “Yo no puedo inventar noticias buenas, porque no sería ético, y si las noticias fueran malas, el único que va a sacar provecho es el enemigo. En la situación específica de Cuba, debido a los planes del Imperio, mi estado de salud se convierte en un secreto de estado que no puede estar divulgándose constantemente”. El mundo pudo comprobar enseguida la justeza del planteamiento de Fidel. Apenas concluyó en La Habana la lectura de su Proclama políticos y funcionarios norteamericanos exhortaron al derrocamiento del Gobierno cubano. Al mismo tiempo varias docenas de individuos -cifra insignificante si se la compara con la población de la ciudad- celebraban en Miami “la muerte” de Fidel y vociferaban ante las cámaras de las grandes cadenas de televisión que les cedieron generosamente horas interminables. El alboroto de la chusma fascista coincidía con comentarios y editoriales de diarios que se autoproclaman serios y con insolentes declaraciones de Condoleezza Rice y George W. Bush. Acostumbrados todos ellos a vivir de la mentira y el engaño se juntaron en un espectáculo inaudito que parecía, sin embargo, encontrar un eco milenario: “El principio de las palabras de su boca es necedad; y el fin de su charla nocivo desvarío”. (Eclesiastés 10.13) Cuba es objeto de una política agresiva sin precedentes en la historia. Es una realidad fácilmente comprobable pues consta en documentos oficiales norteamericanos. La Ley Helms-Burton en vigor desde 1996 describe al detalle como se proponen destruir a la Revolución cubana y el régimen que nos impondrían después, incluyendo la devolución de sus propiedades a los batistianos y antiguos latifundistas y casatenientes, la privatización completa de la economía y la eliminación de los actuales sistemas de educación, salud y seguridad social. El Plan de mayo de 2004 ostentosamente anunciado por Bush explica prolijamente como llevarían a la práctica dicha Ley. Recordemos que en esa ocasión el propio Presidente norteamericano aseveró que no se quedaría con los brazos cruzados ante cualquier cambio en la dirección del Gobierno cubano, ni aceptaría un Gobierno presidido por Raúl Castro y sus voceros amenazaron con actuar “ágil y decisivamente” para impedirlo. El pasado 10 de julio, hace menos de un mes, Bush aprobó un Informe que reitera los propósitos de su Plan y anuncia nuevas medidas para “apresurar el fin” del Gobierno revolucionario. Lo peor es que por primera vez reconoce que entre ellas hay algunas que se mantienen en secreto “por razones de Seguridad Nacional y para asegurar su ejecución”. ¿Cuáles son esas medidas secretas? Para imaginar lo que ocultan basta con revisar lo que el 10 de julio reconocieron públicamente: incrementan a 80 millones de dólares este año y el próximo los fondos destinados a fomentar la subversión, y afirman que los repartirán aquí en Cuba entre mercenarios entrenados y equipados por Estados Unidos; prohíben desde ya las donaciones humanitarias que de sus homólogas norteamericanas recibían las instituciones religiosas y fraternales agrupadas en el Consejo de Iglesias de Cuba; intensifican las restricciones a las visitas familiares de los cubanoamericanos y amenazan con llevar ante los tribunales como si fueran criminales a quienes ignoren esas restricciones; proscriben toda exportación relacionada con equipos médicos que puedan ser utilizados en los programas de salud que Cuba desarrolla en beneficio de otros pueblos tales como la Operación Milagro y las misiones internacionalistas; amenazan, finalmente, al resto del mundo con aplicar a sus empresarios con mayor rigor, los Títulos Tercero y Cuarto de la Ley Helms-Burton. Si todo lo anterior lo proclaman abiertamente hay que suponer lo peor en la parte que guardan en la oscuridad. Entre las acciones encubiertas aprobadas por el señor Bush el 10 de julio puede estar cualquier cosa: asesinatos, terrorismo, ataques militares. Nada puede excluirse si nos atenemos a antecedentes bien conocidos. Pero además hay pruebas, numerosas e irrefutables y entre ellas abundan documentos oficiales de la camarilla gobernante en Estados Unidos. Veamos algunas. Este año fueron finalmente desclasificados ciertos informes que habían escondido celosamente desde 1976 y que demuestran más allá de cualquier duda que Washington fue cómplice de algunos de los más atroces actos terroristas contra Cuba y contra Chile, específicamente el asesinato de Orlando Letelier y la destrucción en pleno vuelo de un avión civil cubano, acontecimientos que ocurrieron el 21 de septiembre y el 6 de octubre de aquel año. A la sazón el jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) era George H. W. Bush, el padre del actual mandatario. Desde junio de 1976 el señor Bush conoció de los planes contra Letelier y contra el avión cubano y nada hizo para evitar esos crímenes horrendos y por lo contrario se ocupó de amparar y proteger a sus autores: Orlando Bosch y Luis Posada Carriles. Los documentos pueden leerse visitando el sitio del National Security Archives de la Universidad George Washington. Tanto Bosch como Posada Carriles viven actualmente en territorio norteamericano y gozan de la protección oficial. Al primero se le vio junto al actual Presidente cuando Bush visitó Miami para agradecer a ese y otros notorios asesinos el fraude mediante el cual se apoderó de la Casa Blanca. Orlando Bosch no se esconde, con frecuencia es entrevistado por la televisión local y hace declaraciones reivindicando sin temor alguno sus innumerables fechorías. Nunca ha sido procesado por el asesinato de Letelier y su joven secretaria Ronnie Moffitt, nadie le ha preguntado siquiera por aquella reunión en Santiago de Chile en junio de 1976 en la que según el texto ahora revelado “se acordó asesinar a Letelier” o por el convite efectuado en Caracas en septiembre de aquel año en el que se vanaglorió, en un discurso público, por el asesinato y anunció, él y Posada, el próximo ataque contra el avión cubano. Hace casi año y medio que Posada Carriles apareció a la luz pública en Miami y Estados Unidos sigue bloqueando su extradición a Venezuela de donde se fugó en 1985, cuando Hugo Chávez era un joven desconocido. Desde entonces lo reclama el tribunal que lo juzgaba por la destrucción del avión cubano. En 1985 Posada escapó con la ayuda de la Casa Blanca y se fue a trabajar en el operativo secreto del famoso Irán-Contra bajo la dirección de Bush padre. Bush, el pequeño, lo sigue protegiendo ahora. Pisoteando así importantes instrumentos legales en la lucha contra el terrorismo que son de obligatorio cumplimiento, según la resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de la ONU, a instancias de Estados Unidos. Lo establecen con claridad meridiana: en casos como el de Posada Carriles o se le extradita al país que lo reclama o hay que juzgarlo por el mismo crimen en el país donde se encuentra “sin excepción de ningún tipo” (Convenio para la supresión de los atentados contra la aviación civil, Montreal 1971, artículo 7) Bush ni lo extradita ni lo juzga. Evita que se le juzgue. Protege a este asesino y a Bosch el mismo Bush que no se ha cansado de repetir: “quien protege a un terrorista es tan culpable como el terrorista mismo”. Cinco cubanos -Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González- pronto cumplirán ocho años de injusto encarcelamiento precisamente por luchar contra el terrorismo anticubano en su propia guarida miamense. Lo hicieron heroicamente, sin armas, sin causar daño alguno a nadie. Su detención fue declarada arbitraria e ilegal por cinco expertos independientes de Naciones Unidas en mayo de 2005. El Tribunal de Apelaciones del Onceno Circuito judicial norteamericano el 9 de agosto de 2005 revocó las condenas que les fueron impuestas anulando así la farsa pseudolegal de la que fueron víctimas nada menos que en Miami. Los declaró, en consecuencia, inocentes. Pero siguen prisioneros en un sistema carcelario muy duro y con ellos particularmente cruel, tanto que a Gerardo y a René les impide las visitas de sus esposas. Desde la acusación inicial hasta el final del proceso que siguió contra ellos el gobierno de Estados Unidos reconoció sin vacilación alguna que su propósito era amparar a los grupos terroristas de Miami. Lo proclamó sin ambages al solicitar al tribunal que además de las sentencias más severas les impusiera condiciones especiales para que, al recuperar la libertad, quedaran “incapacitados” y no pudieran nunca más actuar en desmedro del terrorismo que Bush protege. Y la Corte accedió. Léase, por ejemplo, el acta del Tribunal de Miami correspondiente al 14 de diciembre de 2001, página 46: “Como una condicional adicional especial para la libertad supervisada se le prohíbe al acusado acercarse a o visitar lugares específicos donde se sabe que está o frecuentan individuos o grupos tales como terroristas”. La pandilla de Bush puede hacer todas estas cosas porque cuenta con la complicidad de los grandes consorcios que controlan las comunicaciones y se dedican a ocultar la verdad, a propagar la mentira y a tratar de engañar y embrutecer. Nada dicen de los planes agresivos del Imperio, nada de los crímenes de Bosch y Posada Carriles, nada de la terrible injusticia contra cinco valerosos cubanos y sus familias. Ahora especulan con la salud de Fidel y con el destino de Cuba. Por mucho que les duela, Fidel se recupera y lucha. No deja de luchar y con él su pueblo. Lo seguirá haciendo, siempre. Hasta la victoria. * Ricardo Alarcón es presidente del Parlamento cubano. Punto Final / La Haine Más información sobre Ricardo Alarcón en La Haine |