III. Los cadáveres y el Grupo Sangre
Esta otra realidad, ajena a gran parte de la sociedad, no lo era para los aparatos de inteligencia. La información que en junio de 1974 elaboró Luis de la Barreda, entonces director Federal de Seguridad, confirma la espiral de violencia contra los pobladores, sospechosos comunes para el poder político.
La nota tiene como identificación “Grupo Sangre”. Según la tarjeta confidencial, “tanto en el Puerto de Acapulco como en poblaciones cercanas al mismo, en diferentes lugares han venido apareciendo cuerpos sin vida de personas no identificadas. Los cadáveres presentan impactos
de arma de fuego, señales de haber sido torturados y desfiguraciones en el rostro y otras partes del cuerpo, producidas por quemaduras.
“[...] En forma por demás discreta se ha logrado saber que los cuerpos encontrados pertenecen a personas conectadas con Lucio Cabañas Barrientos y su gente, que han sido aprehendidos cuando bajan de la sierra para abastecerse de víveres y otros objetos necesarios para ellos, o bien que sirven de correo entre los remontados y quienes se encuentran en la zona urbana.
“Que las detenciones se ejecutan por órdenes
El ejército mexicano expresas del comandante de la 27 Zona Militar,
con sede en Acapulco, general de división DEM Salvador Rangel Medina, que después de obtener, por diferentes medios, toda la información posible sobre Lucio Cabañas y su gente, les da a tomar gasolina y les prende fuego; posteriormente se les abandona en lugares solitarios, donde aparecen con las desfiguraciones provocadas por las llamas y presentando impactos de arma de fuego. Entre el campesinado existe contrariedad por la presencia del teniente coronel de infantería DEM Francisco Quiroz Hermosillo, comandante del 20 Batallón de la Policía Militar, a quien ya conocen y culpan de las ejecuciones”.
IV. Las cárceles militares y clandestinas
En las cárceles militares quedaron muchas historias de tortura. A partir de radiogramas y testimonios de quienes pasaron horas, días, meses, en la Base Militar Pie de Cuesta, el informe da cuenta de ellas.
Un caso: Arturo Gallegos Nájera fue detenido el 20 de noviembre de 1974 y trasladado a una casa clandestina de seguridad donde se le interrogó. Posteriormente fue llevado a la base aérea de Pie de la Cuesta, donde vivió lo siguiente: “Tuve la oportunidad de ver a varias personas que están aún en calidad de desaparecidas. El tipo de torturas eran cortas. En la boca del estómago, a puño cerrado. Aplicar corriente eléctrica a las partes nobles. También fue aplicada la tortura sicológica ‘Tenemos a tu familia. A tu padre, a tu madre, a tu mujer, a tus hijos y a tus hermanos, y los vamos a matar de uno por uno si no cantas”.
En el informe se apunta que allí (Pie de la Cuesta) se ubicaba a quienes eran detenidos en Acapulco, Chilpancingo, Costa Chica u otros estados de la República. “También pasaba por allí gente detenida en el campo de concentración de Atoyac. Otros detenidos eran regresados a la zona militar que los había remitido o eran liberados. Muchos otros fueron asesinados. Algunos en sesiones de tortura, otros enviados en los ‘vuelos de la muerte’ que se han denunciado… o remitidos al Campo Militar Número Uno de México”.
Un documento da la razón. 12 de mayo de 1971. En él se informa que en el transcurso de esa noche, por instrucciones del secretario de la Defensa Nacional, 13 detenidos en la base aérea militar Pie de la Cuesta serían trasladados hacia la ciudad de México, al Campo Militar Número 1 (CM1).
Resume el informe: “Esta forma de operar, de entregar los civiles detenidos al ejército, se convirtió en norma. Cuando Rubén Figueroa nombró a Acosta Chaparro jefe de la policía, éste entregaba al ejército a todos los detenidos que consideraba tenían alguna vinculación con la guerrilla, en lugar de entregarlos a la autoridad civil”.
La 27 Zona Militar, ubicada en Atoyac, sería habilitada, a partir de 1972, como campo de concentración. “Todos los detenidos que eran llevados allí eran torturados, a muchos los subieron en helicóptero para no regresar jamás o fueron llevados a Pie de la Cuesta o bien al CM1”.
En el caso de los detenidos en Guerrero, de acuerdo con los resultados de la investigación de la fiscalía de la PGR, el patrón de comportamiento cuando eran conducidos al CM1 era el siguiente: en el lugar había varias galeras y durante su permanencia estaban en una sola o los cambiaban, en grupo, de galera. La tortura también la hacían fuera de las galeras. La supervisión a los detenidos era realizada por militares.
Una vez que eran enviados al CM1 podían tener los siguientes destinos:
a) Morir en los interrogatorios y su cuerpo ser desechado.
b) Ser trasladado a algún lugar de ejecución y su cuerpo ser desechado.
c) Ser liberado.
d) No existe conocimiento de que haya todavía gente detenida.
La versión de los detenidos agrega detalles de los métodos de operación. El avión que trasladaba a los detenidos en Pie de Cuesta tenía camas empotradas y allí los acostaban con los pies hacia adelante. Iban dos guardias con sus armas largas vigilándolos. Cuando llegaban a México les apretaban las vendas y los sacaban cargando del avión. Los encerraban en cuartos separados. Las celdas medían unos dos metros. El lugar donde los torturaban era una casita que también utilizaban los generales o coroneles para recibir visitas.
Conforme a un testigo protegido que cita el informe, “Quiroz Hermosillo tenía dos camionetas en que periódicamente se llevaban a seis a ocho personas en cada viaje y los desaparecían. Era el propio Quiroz Hermosillo quien dirigía estas acciones, así como una persona a su mando que se llevaban a las gentes en unas camionetas que después reconoció en Chilpancingo en la casa de gobierno de Rubén Figueroa. Estas camionetas —una de color blanca y otra rosita de castilla— […] tenían pintadas en la puerta a un luchador, una persona atlética, grande, con short. Al abrirse por atrás tenían doble compartimiento. Lo primero que se veía era un botiquín como de ambulancia y al abrirse éste estaba otro compartimiento en el que sacaban a la gente del CM1. Se supone que los sacaron para matarlos [...]”.
Según el informe, por la cárcel del CM1 pasaron durante más de 46 años los disidentes que el Estado mexicano quiso mantener secuestrados de manera ilegal. “Allí fueron detenidos los estudiantes que acudieron a la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Allí fueron a dar cientos de detenidos en la Guerra Sucia de Guerrero. Tenemos el número incompleto de más de 200 personas remitidas de Guerrero de manera ilegal y por lo menos 65 de ellas se encuentran en calidad de desaparecidas”.
V. 24 mil soldados para cazar a Lucio
Este informe, que aún no incluye las “correcciones oficiales” que se le están haciendo, pone al descubierto lo que hasta ahora se desconocía o era apenas una referencia testimonial: para contener a Genaro Vázquez Rojas, Lucio Cabañas y un centenar de guerrilleros en la montaña de Guerrero, el ejército desplazó a 24 mil elementos y en la búsqueda de “subversivos” se cercaron, arrasaron y bombardearon comunidades completas; se impidió el tránsito humano, de alimentos y medicinas; se provocaron desplazamientos como los ocurridos en la guerra de Vietnam.
El 23 de abril de 1970, por ejemplo, el ejército mexicano habría atacado la comunidad de Piloncillos. De acuerdo con la denuncia
ante el ministerio público, a las 9 de la mañana de ese día llegaron cien efectivos, entre ellos 15 vestidos de civil, y sin previo aviso entraron a varias casas sacando a sus moradores con lujo de fuerza y brutalidad, llevándose a media docena de señores a la cancha del poblado y ahí fueron masacrados. “Congregaron a cinco hombres que encontraron en la comunidad, los formaron frente a la escuela y, colocados frente a la pared, fueron acribillados frente la comunidad y luego rematados con el tiro de gracia”.
Luego de la emboscada de Lucio Cabañas a un convoy militar, donde se registraron diez muertos y 18 heridos en el ejército (25 de junio de 1972), un reporte de la DFS señala que la guerrilla había entrado de lleno a la lucha abierta, actuando como fuerza popular en contra del ejército y las fuerzas de seguridad. La respuesta inmediata sería la de sustituir los sargentos que controlaban los pueblos, por grupos de tenientes.
El 23 de agosto de ese mismo año, la guerrilla asestaba un segundo golpe al ejército en Arroyo Oscuro, ejerciendo así un control amplio sobre la zona. La respuesta fue movilizar cinco batallones de infantería (unos 5 mil efectivos) y diez mil policías para cazar a Lucio y seguidores que, según las cuentas de la misma Sedena, eran entre cien y 150.
En noviembre de 1972, la DFS reporta que el poblado de los Llanos de Santiago de la Unión había sido incendiado (unas 50 casas y la capilla) por soldados, obligando a la población a huir. La razón: ser sospechosos de abastecer a las fuerzas de Lucio Cabañas.
Otro bombardeo ocurriría a finales de junio de 1974 sobre el cerro de la Mojileca. Según contaron los habitantes de las comunidades Los Cajones, Corrales de Río Chiquito y de los ejidos Los Pitos, Los Pitales y Letrados, vieron cuando los aviones dejaron caer las bombas y escucharon muchas explosiones. Ese día muchas familias decidieron salir del pueblo. En el cerro El Encanto, los aviones llevaron a cabo otro raid y tiraron dos o tres bombas. Para entonces habían llegado patrullas militares y fue sobre ellas que cayeron los explosivos.
A la par de los bombardeos, una acción permanente fue el cerco contra las comunidades a las que se bloqueó el tránsito, paso de alimentos y medicinas. Operaciones que en países como Guatemala se conocieron como “quitarle al agua a los peces”, que no era otra cosa que el estrangulamiento de la población, base de apoyo de la guerrilla.
En el caso de Guerrero, de acuerdo con el mismo informe, esto formaba parte del Plan de Operaciones establecido por el ejército con el conocimiento del presidente Luis Echeverría.
En La Orden de Operaciones Número Seis se aprueba “impedir el paso de víveres que puedan ser destinados al enemigo”. Se recoge un testimonio de la comunidad Corrales de Río: “Los soldados saquearon todo, se metieron a las casas, quemaron la ropa, quebraron los muebles, se llevaron los sarapes, desaparecieron el café, no dejaron nada del maíz y del frijol. Después no dejaban regresar a trabajar las huertas, por lo que se perdieron las cosechas”.
En una de las varias conclusiones que arroja el documento, se afirma que a partir de 1973 el ejército había emprendido una “política de genocidio de manera sistemática. Es el año que mayores desapariciones se producen en la historia de nuestro país y el estado de Guerrero aporta el mayor número”.
Otro de los objetivos de los retenes militares fue identificar a los afines a la guerrilla. Para eso, el ejército utilizó las llamadas “madrinas”, “gente que le habían quebrado su voluntad y estaba dispuesta a señalar a los partidarios de la guerrilla, o que los obligaban a hacerlo bajo amenazas”. El uso de “guías” o “madrinas” fue del total conocimiento del secretario de la Defensa Nacional como consta en los radiogramas.
Al final, este informe que pretendía ser la entrega última de la fiscalía al presidente de la república y a la sociedad, se volvió un documento incómodo para el mismo fiscal, entre otras cosas por las afirmaciones que ahí se hacen, como la siguiente, sobre lo que ha significado la Guerra Sucia para el poder político en México:
“Desgraciadamente, el Estado Mexicano ha recurrido periódicamente a esta práctica con el objeto de aniquilar al disidente y su poder de convocatoria en la sociedad. Esta práctica se ha asociado con otras dos que le sirven al mismo propósito: criminalizar la víctima y asegurar la impunidad del agresor. De esta manera, además de que la población es la víctima de la agresión, resulta responsabilizada de los hechos y perseguida. La impunidad que se asegura en todos estos casos, es la de los altos funcionarios del Estado que son los artífices de estos crímenes. Cuando los operarios no logran escapar de la investigación ministerial, se les suele asegurar trato preferencial, castigos cortos y beneficios de reducción de la pena”.
Han pasado más de 30 años de que la llamada guerra sucia dejara marcado, para siempre su nombre en miles de historias familiares. Han pasado más de 30 de que los hombres del poder, entonces casi invencibles, determinaran el viaje sin retorno de cientos de mexicanos. Hace unos días se cumplieron 30 años de la última vez que vieron con vida a Aurora de la Paz Navarro antes de ser detenida por Humberto Quiroz Hermosillo, y recluida en el Campo Militar Número 1.
Hasta ahí la vieron con su vientre abultado llevando su hijo en las entrañas. De ahí saldría la última versión, por ahí de febrero de 1976, de que la vieron viva, de que el hijo había nacido en cautiverio, y la historia se corta de tajo. Ella nunca regresaría y el hijo, tampoco.
La existencia resumida en números. Son desaparecidos.