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De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 07/12/2006 00:55
Actualidad de la revolución y el socialismo

x Aldo Casas

Anotaciones desde una perspectiva marxiana (y latinoamericana) :: Este artículo es un modesto intento de repensar en qué consiste la actualidad de la revolución y el ad-venir del socialismo.

Son notas que resultan de una doble lectura: tratar de entender el curso de la lucha de clases en Latinoamérica desde una determinada perspectiva marxiana, y repensar esta tradición teórico-política desde una “caracterización” militante de los procesos que por estas tierras estamos viviendo.

El horizonte marxiano (mirando desde el sur)

No se me escapa que existen diversos “marxismos” y que el legado de Marx mismo es contradictorio y polifónico: un Marx empeñado en asimilar y discutir con la ciencia de su época; un Marx que utiliza y discute la rica tradición filosófica que suele denominar deutschen Wissenchaft (o sea, “ciencia alemana”) para resistir la avasallante influencia del positivismo; un Marx que continuamente discute con los dirigentes obreros de su época, con su amigo-colaborador Engels y consigo mismo. Un Marx empeñado en interpretar y combatir el juego, los fetiches y los enigmas del capital, siempre presentes y siempre cambiantes.

Comprendo también que sería insensata la pretensión de volver a un Marx “puro”, como si no existieran las mil y una lecturas e interpretaciones que alentó, inspiró o posibilitó, como si no pesara un siglo y pico de prácticas políticas referenciadas para bien y para mal (sobre todo para mal) con su obra, como si la crítica del capital no adquiriese alcances y connotaciones nuevas con “el hacerse mundo del capital que es también el hacerse capital del mundo”… En definitiva, es inevitable que el “marxismo” exista a través de interpretaciones, porque lo que Marx legó en gran medida fue un lenguaje, una propuesta, un proyecto abierto, un combate en desarrollo. Una empresa crítica basada en la hipótesis estratégica de la caducidad del capitalismo y la posibilidad de la revolución: hipótesis estratégica que es necesaria para un conocer que es indisociable de transformar.

“Mi” interpretación (una interpretacion colectiva, como es obvio) destaca los rasgos distintivos de un marxismo que no es liberticida sino, mas bien, libertario. Y considero oportuno destacar esta faceta precisamente cuando el mas poderoso Estado del planeta acaba de promulgar una ley autorizando la tortura, cárceles secretas y procedimientos punitivos de excepción…

“Socialismo o Barbarie”, dijo Rosa Luxemburgo poco antes de que efectivamente la barbarie arrasara Europa y segara su propia vida. Tan dramático diagnostico tiene hoy mas actualidad que hace un siglo, y justifica retomar la marxiana perspectiva de la revolución, en la comprensión de que esto implica también su reformulación.

En el comienzo, fue la crítica…

Para inscribir estas notas en el horizonte más general de la reflexión marxiana, es conveniente comenzar por refutar, una vez más, la persistente leyenda que, utilizando expresiones ocasionales o sacadas de contexto, insiste en presentar a Carlos Marx como el fundador de una “Filosofía de la Historia” teleológica, orientada por la supuesta ineluctabilidad del comunismo. Por el contrario, el conjunto de su trabajo constituye un formidable y perdurable aporte a la comprensión de la humana autoconstrucción condicionada de la historia, integrando la tensión entre el carácter teleológico de los actos individuales y la causalidad que opera a nivel de la reproducción social total.

Nuestro Marx tampoco es el artífice de una nueva concepción económica destinada a competir con los teóricos de la burguesía o fijar lineamientos de lo que debería ser una “economía socialista”. Lo que muchos consideraron una obra “económica” fue en realidad una crítica de la economía política que no podía conformarse con criticar tal o cual tesis de Adam Smith o de Ricardo: debía también elucidar la relación de la economía en tanto realidad social, en cuanto construcción social de representaciones y como conjunto simbólico opaco e opresivo […] la crítica de la economía política no puede ser una teoría económica mejor ni la búsqueda de leyes positivas de la economía. Sólo puede ser otra manera de pensar la economía o, más aún, otra manera de pensar las relaciones entre actividad teórica y sociedad.

Manifiestamente, la crítica que llegó a desarrollar Marx es incompleta, y ello por varias razones. En primer lugar porque, como explicara Enrique Dussel, Marx no escribió un libro llamado El capital, sino que fue más bien el autor de cuatro redacciones de El capital: todas distintas y todas inacabadas. En segundo lugar, porque la expansión del capital nunca se detuvo y su reproducción incluye continuas mutaciones que Marx no podía prever. Finalmente, porque en sus trabajos se han encontrado contradicciones y aporías… Pero nada de eso opaca su formidable legado: Marx develó las razones por las cuales el capital (relación social a través de la cual el objeto producido deviene sujeto y comando sobre el productor) implica la incontrolabilidad de la vida social.

Esta escisión antagónica produce y reproduce continuamente el fetichismo y la alienación que se proyectan desde la mercancía y el dinero hasta el Estado. Esta iluminación le permitió asimismo advertir que la igualdad política de los ciudadanos encubre las desigualdades reales que existen en la sociedad capitalista “pues el poder político es precisamente la expresión oficial de la contradicción de clase dentro de la sociedad civil.” De allí, finalmente, la comprensión de que la emancipación humana implica quebrar esa dominación del capital, revolucionando también el poder político que, disueltos los antiguos lazos de dependencia personal, se construyó (y se recrea permanentemente) sobre la base del antagonismo moderno.

Revolución social, comunismo, auto-transformación

Partidario de la revolución social, Marx asumió la necesidad de la lucha política sin dejar de lado una crítica sustancial de la misma. A la idealización de la política como supuesto terreno de comunicación y realización humana, opuso la sólida convicción de que constituía en realidad una “mala mediación”. No superación, sino mas bien expresión de las limitaciones materialmente ancladas en el antagonismo social e impiden a los hombres manifestarse plenamente como tales. El enfoque crítico de Marx es radical, y merece reiterarse in extenso:

Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que derrocarse por el poder material, pero también la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas. Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem, y argumenta y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical, es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo.

En estos tempranos textos que reflejan y expresan su pasaje al comunismo, Marx aporta (¡revolución en la revolución!) un enfoque innovador tanto de la revolución como del comunismo, por cuanto dice: a) que “la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases” y b) “el comunismo no es un estado que deba implantarse, un ideal al que haya que sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.”

Acabamos de decirlo, pero conviene repetirlo con las palabras del Manifiesto: los comunistas “no proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar al movimiento proletario” y sus tesis “no son sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos”. Basta escribirlo, para advertir que existe un abismo entre esas palabras y la mayor parte de lo dicho y hecho por las grandes fuerzas políticas que actuaron en su nombre durante un siglo y medio. Pese a lo cual (o tal vez precisamente por eso) pienso que es tiempo de retomar la perspectiva comunista postulada no ya como un modelo social impuesto (y fracasado), sino más bien como realidad en devenir.

Pienso también que la batalla por el comunismo así asumida es consustancial de una concepción y reivindicación de libertad que desborda el enfoque liberal de la libertad individual contingente y potencia la tendencia de los hombres a liberarse de la necesidad para reapropiarse de una libertad verdadera y socialmente compartible. Y encuentro que semejantes perspectiva y tendencia palpitan en las nuevas formas de organización y lucha que irrumpen “desde abajo y a la izquierda” (el dicho es de los zapatistas) a lo largo y ancho de nuestro continente.

En Latinoamérica se está produciendo una confusa pero vital irrupción de las clases subalternas, animando movimientos y prácticas sociales que, mas allá de ambigüedades y contradicciones, contrasta con la continuada y repetitiva descomposición de las políticas “institucionales” (incluidas las que se pretenden de “izquierda”). Son movimientos sociales que enfrentados a las políticas represivas o clientelares del poder establecido afirman que “la política está en otra parte”, buscan articular “otra política” y exploran formas de democracia directa a través de las cuales individuos de concretas comunidades deliberan y resuelven de manera colectiva cuestiones atinentes a su vida cotidiana y existencia material.

Ciertamente, no han logrado “soluciones” duraderas y los problemas de la explotación y opresión apremian como siempre… pero es igualmente cierto que han cambiado los términos y el terreno en que dichos problemas se plantean: “La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana o auto transformación [Selbstveränderung] sólo puede ser entendida y racionalmente comprendida como práctica revolucionaria.”

Libertad comunista

Tanto el carácter opresivo y represivo que tuvieron los regímenes del mal llamado “socialismo real”, como el burocratismo autoritario que terminó imponiéndose en prácticamente todas las grandes organizaciones políticas y sindicales del movimiento obrero, obligan a retomar y valorar el combate por la libertad. Giussepe Prestipino, que aborda con profundidad y rigor esta cuestión, recuerda que ya el Manifiesto definía al comunismo como “una asociación en la que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición para el libre desenvolvimiento de todos.”

Repasa también los aportes de marxistas que reconociendo el valor no contingente de algunas “libertades negativas”, privilegian la lucha por una libertad positiva entendida como la libertad común de cada uno y de todos que incrementa la de todos y cada uno, para poner de relieve en qué consiste la noción de la libertad comunista: la libertad (de hacer, de tener, de saber, de deliberar) que consigo para mí es mayor si todos la obtienen igualmente e, inversamente, si no oprimo directa o indirectamente a otro, también yo soy mas libre; si el otro no es un sujeto alienado, mayor será también mi dignidad. Concebida sobre todo como tendencia o movimiento, el reconocimiento marxiano de la libertad tiene diversas facetas.

Libertad, como conciencia y manejo de la necesidad, con la mediación dialéctica del trabajo. Libertad, como conquistada libertad común de los individuos asociados… Prestipino destaca finalmente el progreso teórico y político que representa advertir que la libre voluntad se verifica también y sobre todo en el reconocimiento no ya de la necesidad sino de los posibles.

Gramsci en particular subrayó que la voluntad política deja de ser un registro de supuestas necesidades unívocas, para convertirse ella misma en uno de los llamados “factores objetivos”, elevándose al nivel de una voluntad capaz de hacer una síntesis entre sí misma y el conjunto de los condicionamientos objetivos. Afirmando que la libertad es la dialéctica de toda la historia humana, pero que en determinado momento histórico se hace también “conciente de serlo”, a la dialéctica entre necesidad y libertad se suma una dialéctica superior entre libertad “objetiva” y conciencia “subjetiva” de la libertad.

Mi conclusión: la marxiana crítica de las libertades formales no conduce al “liberticidio”, sino a la conjugación de las “libertades menores” en una libertad mayor que es la libertad de contribuir a la construcción de una “voluntad general” capaz de revolucionar el actual ordenamiento social, y esto exige un genuino pluralismo socialista: la condición elemental para la puesta en practica de de los principios de una transformación socialista […] es la producción de una conciencia de masas socialista como única forma factible del auto desarrollo de la acción en común. Y esta última, claro está, tan sólo puede surgir de los constituyentes verdaderamente autónomos y coordinados (no dominados y manipulados jerárquicamente) de un movimiento inherentemente pluralista.

Transiciones en Latinoamérica

La “crisis de la política” asume formas y contenidos muy dispares, pero es importante no perder de vista que representa un crisis de legitimidad articulada con la crisis estructural del capitalismo como modo de reproducción metabólica social que implica también la crisis de sus marcos estatales de regulación y control. Así, como efecto no querido de la descomunal ofensiva en que el capital está empeñado desde la “revolución conservadora” de los años ’80 y de las resistencias que la misma ha despertado, asistimos a lo que parece ser una crisis civilizatoria y a un cambio histórico en la confrontación entre capital y trabajo.

Esto impone -en Latinoamérica, de manera muy urgente y concreta- que explotados y oprimidos busquen nuevas y diferentes formas de reivindicar sus intereses vitales. Según Mészáros, por primera vez en la historia se revela imposible mantener una muralla entre reivindicaciones inmediatas y objetivos estratégicos generales, separación que originó mistificaciones que facilitaron encerrar al movimiento obrero tradicional en el callejón sin salida del reformismo. Aparece ahora en la agenda histórica de “los de abajo” el imperativo de buscar, aún de manera fragmentaria y a tientas, el auténtico control de un orden social metabólico alternativo a las contradicciones crecientemente destructivas del capital, poniendo en pié las mediaciones políticas y materiales necesarias.

De esto se desprende también la actualidad de las luchas orientadas hacia la igualdad sustancial, en contraposición a las limitaciones de la igualdad formal, como así también en contraposición a la desigualdad jerárquica sustancial que es consustancial a los procesos de toma de decisiones del capital. Porque el modo alternativo socialista de controlar un orden metabólico social no antagónico y genuinamente planificable -absolutamente necesario para el futuro- es inconcebible si no tiene la igualdad sustancial como principio estructurante y regulador.

Nunca como ahora y en las condiciones de muestro continente, debemos prestar atención a lo que llamo el ad-venir del socialismo. Es decir, cómo “en la lucha contra el actual estado de cosas” se van sentando elementos, bases o puntos de apoyo de una sociedad distinta… Esto constituye un punto de referencia desicivo: no tanto lo que podría estár por-venir en algún indeterminado momento futuro, sino lo que ya está ocurriendo, lo que hoy mismo está incorporándose a la realidad con las luchas y reclamos de la gente.

Pensar en el ad-venir del socialismo cambia bastante la perspectiva de lo que se reconoce como adquisiciones y de lo que se considera problemas… la concepción misma de transición adquiere nuevas dimensiones y se liga con la tarea de pensar y explorar formas de lucha y de organización, maneras de producir y de establecer relaciones sociales radicalmente distintas para enfrentar la profundidad y características que asume la crisis en la doble dimensión de crisis estructural del capital y crisis civilizatoria.

Así estuvo planteado en la Argentina del 2001 al 2003 (y de manera ciertamente diferente sigue estándolo): evidentemente las respuestas que se dieron fueron parciales, incluso las experiencias mas avanzadas tropezaron con limitaciones de diverso tipo, pero por parciales y limitadas que hayan sido, sirvieron al menos para recordarnos que el camino revolucionario no depende de lo que tal o cual “Partido” proclame en su programa, sino de que aprendamos colectivamente a formular un programa desde las múltiples dimensiones y experiencias que expresan la rebelión de los de abajo.

Este es el desafío que cobra cuerpo, por ejemplo, en el carácter fundacional que en Bolivia buscan imprimir a su épico combate pobres urbanos y trabajadores que son también campesinos e indígenas, y choca con el “capitalismo andino” pergeñado por el Gobierno de Evo y su “intelectual” vicepresidente. Y más aún en Venezuela, donde como bien advierte Mazzeo, la Revolución Bolivariana nos convoca a pensar-actuar en términos de transición, costumbre que había caído en desuso, categoría de arriesgada frecuentación. El pasaje de la necesidad a la libertad no se puede concebir como un acto único, abrupto y unidireccional.

Existen mediaciones. Y existen porque el proceso de construcción del socialismo no se desarrolla en el vacío, sino en el marco de una determinada realidad histórica. La conciencia de amplios sectores que están protagonizando la revolución es auspiciosa: se ven a sí mismos transitando los primeros tramos de un proceso de construcción contra hegemónica. La transición venezolana tuvo, tiene y tendrá brillos y opacidades. Jamás podrá ser lineal e incontaminada, dado que se trata, nada mas y nada menos, de salir del capitalismo, de su cultura totalizante, de sus lógicas que combinan la explotación, la dominación y la reproducción. Se trata de construir una visión latinoamericana del socialismo y un nuevo paradigma emancipador.

Se podrá replicar que nada de eso se parece a la Revolución de de Octubre del 17, ni a la Revolución China, ni a la Cubana, se dirá que no existen ni Partido Bolchevique, ni Ejército Popular de Liberación, ni Comandancia Guerrillera... Es cierto, y sin embargo, allí está la revolución: casi diría que no parecerse a las anteriores no es una carencia sino una potencialidad adicional. Después de todo, fue Marx quien nos previno que, lejos de sujetarse a un “modelo”, las revoluciones proletarias se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos.

¿Qué significa entonces forjar el socialismo del siglo XXI? No es discutir cómo podría ser el socialismo dentro de 100 años o más, sino pensar y actuar en sintonía con el impulso profundo de quienes buscan, con sus propias experiencias y expectativas, cambiar las condiciones insoportables en que viven. Dije “Argentina”, menciono “Bolivia”, escribo “Venezuela”… quiero decir en realidad, y con esto termino, que el desafío concierne en realidad a nuestra América toda: estamos ante lo que podría ser un nuevo “momento constitutivo” de las sociedades latinoamericanas y su desenlace podría fundar por largo tiempo el “modo de ser” del continente.

Hora de recordar con José Carlos Mariátegui: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano”. Sin olvidar, como el mismo Amauta nunca lo olvidó, que no podremos hacerlo solos. La empresa es internacional e internacionalista.

* Miembro de Cimientos, integrante del Consejo de redacción de Herramienta). Opiniones a aromero@herramienta.com.ar



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