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General: A 32 años del asesinato de Roque Dalton
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De: matilda (Mensaje original) |
Enviado: 15/05/2007 20:53 |
Brecha de Uruguay - 11 de mayo de 2007 A 32 años del asesinato de Roque Dalton La noche que supe que mi padre había muerto Era el año 1975. Había terminado el segundo año de secundaria en la escuela Manuel Bisbé, de Miramar, en La Habana. Juan José Dalton Desde San Salvador Estábamos de fiesta porque todo mi grupo había pasado de grado y con buenas notas. Mi grupo era un poco “discriminado” ya que nosotros éramos “los blanquitos cochinos”, es decir, los hippies a los que les gustaba la música en inglés, por entonces prohibida en las radios cubanas. Nos habíamos reunido en casa de Smyrna, mi fiel y eterna amiga venezolana. Bailábamos, tomábamos las primeras cervezas y los primeros tragos de ron, más bien de Coronilla, que era el aguardiente que por entonces se vendía en Cuba, así como un vino Vermut y un coñac búlgaro. Estábamos los de siempre. Moré, el novio de Smyrna, así como sus hermanas Sneyma y Yurinzska. Luisa, la mamá de Smyrna, y un grupo de amigos de ella que eran periodistas de diversos medios cubanos. Luisa trabajaba en Prensa Latina, la agencia internacional y oficial de Cuba, un lugar privilegiado donde llegaban noticias de todo el mundo. Yo hacía chistes y me burlaba de medio mundo. En fin, estábamos en gran jodedera, celebrando el fin de curso. La fiesta fue terminando y sólo quedábamos un reducido grupo, casi la pura familia venezolana y yo. En eso, sin ninguna precaución, Luisa me pregunta: “Oíme Juan José, ¿en qué paró por fin esa noticia que llegó hace como un mes de El Salvador, en la que se decía que a Roque lo habían matado?”. Yo sentí como un escalofrío que me atravesó el cuerpo. “No –respondí inmediatamente, y agregué lo que teníamos indicado decir para cualquier caso–. Mi padre está en Vietnam, hace poco recibimos una carta suya y está bien.” Lo cierto es que sí sabíamos que estaba en El Salvador y que estaba integrado a la guerrilla. Luisa quiso cambiar de conversación pero alguien le pidió más información. “No recuerdo muy bien –explicó ella–, pero la noticia era rara, algo así como que lo había matado la propia guerrilla; creo además que no era cierto, porque si no ya habría un gran escándalo.” La inquietud y la incertidumbre se apoderaron de mí. La alegría de la fiesta desapareció más de mi alma que de mi rostro. Miré la hora y era de madrugada. Tenía que caminar más de diez cuadras: desde Paseo hasta la Calle J. Iba desesperado por llegar a casa. Teníamos instrucciones de mi madre de contarle todo lo referido a mi padre, cualquier comentario. Así que llegué a la casa, la desperté y le conté todo lo que Luisa me había dicho. Yo le vi el rostro a mi madre. Ella trataba de ser fuerte pero su mirada la delataba. “Andá a acostarte, tranquilo. Mañana hablamos.” Me fui a llorar a mi cuarto, quién sabe por cuánto tiempo. Desde entonces no aguanto la tristeza sin que se me salgan las lágrimas como cuando era un adolescente. Muy temprano mi madre y mi hermano mayor, que también se llamaba Roque, nos reunieron a Jorge y a mí en la mesa del comedor. Nos explicaron que había una enorme confusión y que se estaba investigando todo lo referido a mi padre porque las noticias decían que lo habían asesinado, pero que no había ninguna certeza. Hacía un mes que mi mamá y Roque sabían todo lo que estaba pasando, pero no quisieron decirnos nada hasta que termináramos el curso. Los asesinos de mi padre, es decir, la dirección de entonces del Ejército Revolucionario del Pueblo (erp) –encabezada por Edgar Alejandro Rivas Mira y Joaquín Villalobos–, ordenaron el asesinato de mi padre el 10 de mayo de 1975, pero no lo dieron a conocer hasta finales de ese mismo mes en un pequeño comunicado lanzado en la Universidad de El Salvador (ues). Alguien después me contó que no tenían el valor de dar la noticia ni menos justificar el crimen, hasta que tuvieron la “gran idea” de decir que mi padre era “agente de la cia”. El mismo día que se conoció la noticia, mi abuela paterna llamó por teléfono a mi mamá desde San Salvador a La Habana. La sufrida señora fue entrevistada por diarios y medios radiales; ella pedía evidencias, pero los criminales nunca quisieron entregar el cadáver, y, según una versión, sus restos fueron abandonados en un lugar conocido como El Playón; el mismo utilizado por los escuadrones de la muerte de ultraderecha para lanzar a sus víctimas. Este mes de mayo, como todos los mayos desde 1975, en El Salvador y en varias partes del mundo se conmemora el asesinato de aquel gran intelectual revolucionario que fue Roque Dalton. Su vida fue azarosa: el odio, la envidia, la cárcel y el exilio lo victimizaron, pero su obra es un monumento a la inteligencia. Su muerte dejó en nosotros una herida que no se cierra, pero vivimos orgullosos de nuestro padre, a quien esta sociedad (la salvadoreña) y el mundo han comenzado a reconocer y a apreciar como un talento incomparable y un pilar fundamental de lo mejor de la cultura latinoamericana. En contraste, sus asesinos sobrevivientes: Rivas Mira, Villalobos y Jorge Meléndez, podrán vivir en Londres o en Oxford o en San Salvador o en cualquier otro lado del mundo, pero cada vez más la historia los coloca como lo que fueron: los miserables asesinos de Roque Dalton, matones impunes y traicioneros. TriviaEn su poema “Yo estudiaba en el extranjero en 1953”, Roque Dalton recuerda los años cincuenta como “la época en que yo juraba/ que la Coca-Cola uruguaya era mejor que la Coca-Cola chilena/ y que la nacionalidad era una cólera llameante”. AyerJunto al dolor del mundo mi pequeño dolor, junto a mi arresto colegial la verdadera cárcel de los hombres sin voz, junto a mi sal de lágrimas la costra secular que sepultó montañas y oropéndolas, junto a mi mano desarmada el fuego, junto al fuego el huracán y los fríos derrumbes, junto a mi sed los niños ahogados danzando interminablemente sin noches ni estaturas, junto a mi corazón los duros horizontes y las flores, junto a mi miedo el miedo que vencieron los muertos, junto a mi soledad la vida que recorro, junto a la diseminada desesperación que me ofrecen, los ojos de los que amo diciendo que me aman.
Roque Dalton |
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De: miranrami |
Enviado: 15/05/2007 21:58 |
El hijo de la gran 100 putas de Villalobos, Mati, por esto odio a ese desgraciado. !Cerote de las mil mierdas! Este cerote también hizo mierda a todos nuestros caídos y a nosotros los fracasados acá en este exilio mierdero. !Puta qué mierda, qué impotencia! |
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De: matilda |
Enviado: 15/05/2007 22:59 |
No te mortifiques, no sientas impotencia,que no te duela el dolor,no te sientas fracasado por tu exilio forzado ni le llames mierdero al dorado capitalismo!!......... hay una fórmula infalible para el "éxito"... ves el asesino de Villalobos?nada más te ponés a "defenderlo" y después te dan un premio!!! mati |
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De: miranrami |
Enviado: 15/05/2007 22:59 |
Mi premio será cuando me muera, hoy tal vez no de una linda bala, sino de un ataque cardiaco. En fin voy a entrenar la meditación profunda, a ver que pasa. |
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De: miranrami |
Enviado: 16/05/2007 22:59 |
En Realidad como persona, como ideólogo de izquierda, lo que más me duele de la muerte de Roque es el hecho que fue asesinado por sus propios compañeros, acusado injustamente de ser de la CIA. Es lo que me produce aún más impotencia, y multiplica por 7 mi dolor, pena y vergüenza. Sabemos que los seres humanos y particularmente los que hemos vivido conflictos armados siempre llevamos una sensación de impotencia por dentro por tanta victima y por nuestros caídos, pero cuando la victima ha caído en nuestra propia casa la impotencia es más grande. Hay una preparación psicológica normal, en toda persona, a la hora de enfrentar un enfrentamiento, cualquier tipo de enfrentamiento. Preparación que consiste, conciente o inconscientemente en marcar, al adversario, al contrincante, a todo el que no piensa como nosotros. Marcamos una línea imaginaria y cada uno pone los puntos hasta donde quiere llegar, según el valor y la capacidad intelectual de cada uno. En todo caso el oponente no se pierde de vista. Así siempre estamos preparados para todo, sabemos de donde saldrán los ataques, porque la línea esta marcada y el territorio donde seremos atacados esta ya previamente marcado. Pero a nuestros alrededor sabemos que están nuestros compañeros, los que pensamos de igual forma, o tal ves no, pero que luchamos por un mismo fin, (un mundo mejor) con ellos no marcamos nada, no es necesario porque estamos en el mismo bando, en la misma jugada. Y entonces cuando sale un ataque sorpresa por la espalda, que no viene de donde esperamos, sino de adentro de nuestra propia casa, es donde duele más, es donde arde más y todo se vuelve más oscuro, donde la impotencia se hace enorme como una invencible montaña. Tal fue el caso de la muerte de Roque. Así de dolorosas son también las divisiones dentro de la izquierda, etc. |
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