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De: YoelA (Mensaje original) |
Enviado: 02/10/2007 19:29 |
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De: SadCHARLOTE |
Enviado: 02/10/2007 20:59 |
"ES MENTIRA, EN CUBA NADIE VIVE EN CONDICIONES INFRAHUMANAS APARTE DE ASALARIADO MENTIROSO..JI,JI MATI |
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De: maribea05 |
Enviado: 04/10/2007 20:21 |
Esta es la famosa revolución de los "compañeritos", luego de casi cincuenta años:
RENUNCIA EL DIRECTOR DE LA TELEVISION EN CUBA
2 de octubre de 2007.
Carta de renuncia
Sr. Ernesto López. Presidente del ICRT.
Mañana mi hija cumple seis años de edad, exactamente dos años más de los que yo tenía la primera vez que de la mano de mi padre visité el ICR (sin T). De aquella tarde recuerdo a Armando, el portero; y a Cristi Domínguez disfrazada de "Caritas" ensayando "en seco" en el Estudio 10. Embrujado, me senté sobre la enorme base de hierro de una de las cámaras bajo la mirada inquisidora del Coordinador, y mientras el Camarógrafo se desplazaba en vivo, de set en set, disfruté del ensayo. Desde ese palco único, irrepetible, privilegiado, conocí personas fabulosamente increíbles, o como se dice en buen cubano, "los grandes". Son viejos recuerdos de una institución a laque he pertenecido como una extensión geográfica de mi casa. Entonces el ICR funcionaba como un reloj, y sus creadores, con la meticulosidad y la creatividad de un relojero. He deambulado por sus pasillos, trabajado en los estudios, bromeado en cualquiera de sus abundantes oficinas y estoy seguro de que lo he cuidado, defendido y querido más que todos sus presidentes, de los cuales a cuatro, he visto salir como bala por tronera.
Cuando todavía la pañoleta de pionero era blanca y azul como nuestra bandera, mis amigos inventaban fabulosos combates juntando al Corsario Negro y Nacho Verdecia, con Espartaco y Enrique de Lagardere, pero en el preciso momento en que me tocaba elegir un personaje, yo quería ser Carlos Gilí, Mario Limonta, Luís A. García, o Miguel Gutiérrez; y besar en los labios, con ardorosa pasión, a Cristina Obín. Sucedía que la representación del juego pasaba por un hecho irremediable: gracias al milagro del maquillaje, cada noche los veía transformarse de un ser real en otro imaginario, lo que fue componiendo la esencia fundamental de mi percepción sobre cualquier acontecimiento. Si los límites entre realidad y ficción se pierden, el tiempo demostrará que lo que se ve, normalmente se transforma.
Pienso que han sido ustedes, los funcionarios, quienes despreciaron al artista e invalidaron el diálogo, quienes corrompieron al trabajador. Un solo argumento basta para sostener esta dolorosa verdad: ninguno de los creadores trascendentes de nuestra televisión ha militado en el partido, es más, el partido casi siempre los ha observado con desconfianza, y en algunos casos, me consta, los ha condenado al ostracismo y la calumnia.
Me voy del ICRT sin robar, sin haber sido comprado, seguro de que ninguno de ustedes ha aportado más ideas y horas de trabajo a la televisión, que un solo miembro de mi familia. En ese sentido les llevamos de ventaja quintales de moral, buenos recuerdos y algunos desgarramientos.
El aislamiento manifiesto en el que viven ustedes, los convierte en la caricatura del niño que fueron: ni son jóvenes, ni se comportan como revolucionarios, más bien parecen personajes surgidos de la bufonería impopular, porque mientras ustedes piensan la televisión como instrumento de poder, nosotros intentamos imágenes que ofrezcan otra alternativa ética sobre la realidad.
Lo que usted y la actual dirección de la Redacción Dramática han intentado hacer con la figura de mi padre, demuestra cómo en un país que se identifica con la palabra revolución (en el sentido literal de la palabra), los ignorantes y los oportunistas pueden convertir en arte de culto, a la mediocridad, el nepotismo, el oportunismo y la corrupción, a veces, lamentablemente, apoyados en loca comparsa de candidaturas, desde otras instituciones culturales. Pobres de aquellos que se han prestado al juego, porque de ellos será el reino del subsuelo.
Pero no seré yo, como algunos piensan, quién abandone el barco. Al fin y al cabo, la revolución se hizo para que bajo la herrumbre de sus muros, mis hijos reconstruyan, armoniosamente, lo mejor de nuestras tradiciones libertarias, mismas que procuran evitar, de un plumazo, que olvidemos el idioma de nuestros antepasados.
Viéndolos crecer he aprendido que el éxito, el dinero, las representaciones públicas, las medallas y los privilegios, son meras vacuidades que en nada sustituyen el cariño de mis compañeros. A usted lo podrán elevar hasta el cielo, pero allá, frente a esa cosmovisión diminuta que nos horroriza y encanta, que algunos llaman Dios, y a otros sencillamente nunca nos ha sido presentado, quien se va a sentar a tomar un trago de ron se llama, no le quepan dudas, Juan Vilar.
Porque cuando de la mayoría de ustedes no quede ni el recuerdo, habrá un actor que les contará a sus nietos cómo mi padre le dio la oportunidad de trabajar, por primera vez, en la pequeña pantalla.
Juan Pin Vilar |
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