Ella se inscribe en la política agresiva y hostil de Estados Unidos contra Cuba, echada a andar desde el triunfo mismo de la Revolución y cuyos antecedentes van más allá de la instalación en suelo cubano de los cohetes soviéticos.
Tras el ruidoso fracaso de la invasión a la isla ordenada por Washington en abril de 1961, el presidente John F. Kennedy escogió el camino de la revancha e instrumentó la Operación Mangosta, con la finalidad de crear condiciones para una nueva invasión, pero esta vez con tropas regulares norteamericanas.
Entre el 19 de abril de ese año, derrota de la invasión por Bahía de Cochinos, y el 29 de mayo del 62, fecha de la llegada a Cuba de una delegación soviética, portadora de la propuesta de instalar cohetes en la ínsula, fueron perpetrados en el territorio antillano cerca de cinco mil acciones terroristas.
Esta delegación reiteró a la dirección del país la apreciación del peligro sobre la mayor de las Antillas, y la convicción de que la única medida para disuadir al enemigo sería la instalación en ella de cohetes portadores de ojivas nucleares de alcance medio e intermedio, capaces de alcanzar casi todo el territorio norteamericano.
El análisis de la propuesta por la parte cubana, encabezada por el presidente Fidel Castro, se basó en principios, pues no solo estaba en juego la defensa de Cuba, sino la posibilidad de contribuir a mejorar el equilibrio en la correlación de fuerzas existentes entre Estados Unidos y el campo socialista.
Era un deber internacionalista hacerlo y la respuesta fue un sí rotundo. La parte antillana insistió en hacer público el acuerdo, porque podía ocurrir, como sucedió, que al ser descubiertos los emplazamientos, la Casa Blanca pudiera manipular el asunto y lanzar una agresión con el pretexto de sentirse amenazado.
Prevaleció el criterio soviético de publicarlo después del emplazamiento de los mísiles. Al respecto el Primer Ministro, Nikita Jrushov, expresó al comandante Ernesto Che Guevara, como portador en la capital moscovita del segundo proyecto de acuerdo militar revisado por Fidel, que si EE.UU. descubría todo antes del plazo señalado, Moscú enviaría al Caribe su Flota del Báltico.
El 14 de octubre se cumplirían las predicciones cubanas cuando un avión espía U-2, descubrió en San Cristóbal, en la occidental provincia de Pinar del Río, un emplazamiento de cohetes.
La reacción de Washington no se hizo esperar y ocho días después anunciaba, con ribetes sensacionalistas, un discurso del presidente Kennedy, fijado para las siete de la noche. Aquella noticia era suficiente y a las tres y 50 de esa tarde se decretaba en Cuba la Alarma de Combate.
Al amanecer del 23 la Isla tenía sobre las armas a 400 mil efectivos, listos para entrar en acción, y la mayoría de la población adulta organizada para realizar tareas auxiliares en interés de la defensa y mantener la producción.
En el momento en que Kennedy hacía su publicitada intervención, 45 buques soviéticos navegaban en dirección a Cuba con su carga bélica, mientras, el embajador soviético en Naciones Unidas continuaba negando la existencia de las armas. Horas después el Primer Ministro Jruschov, persuadido de la decisión de la Casa Blanca de interceptar las naves en el océano, ordenaba el retorno de estas a su lugar de origen.
El Comandante en Jefe, luego de dejar claramente sentado que Cuba no tenía obligación de rendir cuentas a Estados Unidos sobre el número y el tipo de armas para su justa y legítima defensa, advirtió que la nación había tomado todas las medidas para resistir y rechazar cualquier agresión.
La concesión hecha por Jrushov a Kennedy, entre el 26 y el 27 de octubre, de retirar los cohetes, incluyendo la inspección del territorio cubano, a cambio del compromiso norteamericano de desmantelar los suyos de Turquí, y no invadir a Cuba, no fue consultada con el Gobierno Revolucionario y produjo en este pueblo una profunda indignación.
Ante el acuerdo adoptado por las dos superpotencias, Fidel Castro planteó, en la tarde del 28, cinco exigencias para una solución de la crisis. Serían las bases ineludibles para alcanzar lo que llamó una "paz con dignidad".
Esas condiciones fueron: Cese del bloqueo económico, de las actividades subversivas, de los ataques piratas, de las violaciones del espacio aéreo y naval y devolución del territorio ocupado por la Base Naval en Guantánamo.
Fue este para los analistas, el momento más dramático y cercano al inicio de la confrontación bélica. El 30 de octubre llegó a La Habana, invitado por Cuba, el secretario general de la ONU, U Thant, a quien el propio Comandante en Jefe explicó la posición cubana y las razones para el rechazo de la inspección.
Ciertamente, la crisis fue superada, pero cada uno de los días transcurridos en estos 45 años, confirman que las concesiones de principios ante un enemigo poderoso y prepotente no es el camino para una solución sobre bases firmes y duraderas.
La política hostil de Washington hacia La Habana no ha cesado desde entonces ni un minuto, y en los últimos siete años deviene más agresiva y amenazante que nunca antes.
Ello hace totalmente vigentes las exigencias de Cuba expuestas en aquellos momentos, calificados por el Che Guevara como "luminosos y tristes", en los que, dijo el pueblo cubano había sido un gran Maceo, en alusión al coraje y la intransigencia revolucionaria del legendario combatiente criollo.