La isla de los viejitos
Continúa envejeciendo la población cubana. Las mujeres no paren y los jóvenes siguen marchándose detrás de la caza y la pesca, como en los tiempos anteriores a la agricultura. Esta vez lo hacen en avión (o en balsa) hacia aquellas partes del mundo donde —por lo que se oye en la radio enemiga—, la carne, los peces y hasta las frutas pueden incluso obtenerse enlatados, si no quisiera uno pasar trabajo cocinándolos.
A ese paso, dentro de cincuenta años, no quedaría en Cuba un joven. Ni un solo joven (es un decir). Llegado a este punto, quién sabe cuál sería el verdadero final, en el abanico infinito que se abre para Cuba.
En el mío, las familias cubanas establecidas en el exterior mandarían a buscar a sus viejitos, y los que no tengan quien los reclame, al principio se auxiliarán aquí entre ellos mismos. Pero al cabo, ningún viejito, ni el campesino, ni el sastre, ni el médico, ni el presidente del CDR, se podrán valer por sí mismos.
En esas circunstancias, es de imaginar el surgimiento de una corriente de viejitos, todavía lúcidos, que acuerde alquilarle la Isla a un grupo empresarial extranjero dedicado al turismo, e importar, con las divisas de esa renta, el personal idóneo de habla española que se ocupe de bañarlos, de darle sus comiditas y sacarlos al sol.
Empero, también es de imaginar la corriente legataria de las doctrinas de la dirección histórica del Partido que, escandalizada, rechazará semejante proyecto, fundamentándolo del modo siguiente:
1) En su ya lejano día, dicha dirección histórica achacó la indetenible emigración de los jóvenes y la negativa a parir de las mujeres, al "bloqueo económico" que durante cincuenta años Estados Unidos había mantenido sobre la Isla.
2) Dijo esa dirección que los cubanos que vinieran después serían tan intransigentes con el enemigo de clase como ella misma lo había sido.
3) Aseguró que el socialismo era irreversible.
Luego entonces, 4), arrendar la Isla, además de la previsible contaminación ideológica de los viejitos menos firmes o reblandecidos por la edad, le estaría abriendo la puerta al enemigo para dejarlo de dueño de casa cuando al fin despareciera la población sobreviviente.
Y estallaron las hostilidades. El mundo no lo podía creer. De todas partes llegaron camarógrafos a filmar la curiosa pero feroz guerra civil de tibores, con orines de tres días, tirados por la cabeza. Además del empleo de dentaduras con vaso de agua, pañales sin lavar, bastones, medallas, fotos de héroes con marco y cristal y cuanto objeto de menos de diez onzas pueda ser utilizado como proyectil, sin que jamás se viera alzarse una bandera blanca en el campo de los viejitos disidentes, ni tampoco en el de los viejitos legatarios de la dirección histórica del Partido. Y así, día tras día, durante dos semanas, hasta el último viejito.
Hay otros finales posibles para el futuro de la Isla. Lo que no hay por ahora, o si lo hay no se aplica, es cómo evitar, o al menos disminuir, el creciente envejecimiento de la población.
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