Los mitrados del Sanedrín lo criticaron por ser poco devoto”
“Compartió la cena de gracias sin ponerse capelos cardenalicios ni sombreros pontificios”. Montado en un borriquillo y jaleado con hosannas infantiles, dio un latigazo sobre la mesa de los banqueros (en contubernio con los jerarcas del templo para costear jornadas mundiales lucrativas)… y los mitrados del Sanedrín le acusaron de ateo (Mc .11). No se quedó a una hora santa en el templo para salvar las apariencias.
“Echando en torno una mirada sobre todo”, entristecido por aquella religiosidad hipócrita, “ya atardecía cuando salió para Betania” (Mc 11,11), donde estaban aquellas amigas y amigos con calor humano y alegría sin doblez… y los mitrados del Sanedrín lo criticaron por ser poco devoto.
Estrujando en sus manos las hojas de una higuera seca, habló el martes de reconciliación (Mc 11, 25-26)… y los mitrados del Sanedrín le echaron en cara ser pro-etarra.
Cuando en la cena del miércoles dejó que ella le perfumara y tocara, se escandalizaron quienes no se escandalizaban de comprar traición con dinero (Mc 14, 1-11)… y los mitrados del Sanedrín se confirmaron en su opinión sobre el ateismo de Jesús.
Partió pan y brindó con vino el jueves, “esta es mi vida que se parte y se reparte”, dijo, y compartió la cena de gracias sin ponerse capelos cardenalicios ni sombreros pontificios… y los mitrados del Sanedrín certificaron una vez más el ateismo de Jesús.
Lo ejecutaron el viernes. Antes de morir convirtió en oración la queja: “Abba, ¿por qué me abandonaste? (Mc 15, 34)” Y como Abba se callaba siguió rezando el salmo y esperando contra toda esperanza: “Contaré lo tuyo a la fraternidad” (Ps 21)… y los mitrados del sanedrín dictaminaron: “Ya lo dijimos, este hombre es ateo y muere sin confesión”. Pero un extranjero que lo presenciaba comentó: “Verdaderamente este hombre creía en la Vida. Me parece que los ateos son los mitrados del Sanedrín” (Mc 15, 39).
Horrorosos los últimos momentos de pena de muerte en cruz, lo que se dice “descender a los infiernos”. En plena agonía se mofaban ironizando: “Haz un milagro, si eres capaz, bájate de la cruz por arte de magia y te canonizamos como santo súbito más pronto que a Juan Pablo el Avasallador”. Pero él, callando y sufriendo, se resistió a ceder a la milagrería”… y entonces ya no les quedó duda alguna a los mitrados del Sanedrín: Este tal Jesús indudablemente era un ateo empedernido”.
Pero la madrugada del Domingo el Rabbuní se presentó radiante llamando por su nombre a una creyente enamorada para darle un recado importante: “María, dile a mis amigos y amigas que yo no era ateo, que vivía y sigo viviendo en la Vida de la vida. Diles que os espero en la Vida”.
Y un beso interminable de vida la embriagó extasiada de resurrección en brazos de El Que Vive. Y ahí empezó la cosa. Así fue como empezó aquella mañana esta comunidad de amigas y amigos de El Que Vive, que veinte siglos después siguen enredadas y enredados en las redes de la paz, del amor y de la vida… y también hoy los sanedritas de turno siguen llamándoles ateos…