10 de enero de 2012, 01:33Por Heidy González Cabrera*
La Habana (PL) A los artistas atribuyen descubrir el misterioso encanto de las ciudades. Pero nunca será posible plasmar en el lienzo la belleza de La Habana. Hay que caminar por sus calles y vincularse con el mítico paisaje urbano, sus leyendas e historia real.
Y ese "andar la Habana" queda, al decir popular, por quienes la atraviesan cada día y disfrutan de ese enclave citadino donde la voluntad humana responde a los sueños de historiadores restaurando, paso a paso, la arquitectura colonial.
Pero no es por "arte de magia" que se identifican las fachadas de las viejas mansiones, los muros de las edificaciones o las callejuelas del entramado urbano. Los secretos de la otrora Villa de San Cristóbal de La Habana parecen fantasmas que regresan, en plazas, hostales y mansiones que antaño fueron las residencias de opulentas figuras de la época.
No por gusto en 1982 la UNESCO declaró a la Habana Vieja Patrimonio Histórico de la Humanidad por el afán de salvar la memoria constructiva, cultural e histórica. Que es como salvar el pasado, la identidad.
Y más allá de las calles zigzagueantes y de las arcadas de los portalones, las fachadas de las casonas atrapan por su impresionante arquitectura romántica y tradicional que respondía a los cánones arquitectónicos de España. Ahí están todavía con el estilo que identifica la época y la clase social dominante en la colonia, que por cierto, hoy devienen hostales y museos para disfrutar estas construcciones que pudieron vencer al tiempo.
Como génesis de esa época se encuentra la Plaza de Armas, baluarte indiscutible que vio extenderse a su alrededor a la villa primigenia en el corazón de la añeja ciudad. A su frente se levanta el Palacio de los Capitanes Generales, actualmente, Museo de la Ciudad, y a pocos pasos, atravesando arboledas y calles adoquinadas, el entorno se complementa con la pequeña fortaleza de la Real Fuerza, coronada por una torre-campanario donde una figurita en bronce se ha convertido en uno de los símbolos de La Habana: La Giraldilla, veleta con figura de mujer, que la leyenda enlaza con la eterna espera de una esposa enamorada.
Y muy cerca, la Catedral de La Habana, de impresionante estilo barroco. Magnífica instalación religiosa, escoltada por hermosas casas porticadas y el Palacio de Marqués de Aguas Claras, cuyo interior alberga el famoso restaurante El Patio, mezcla de aromas y ritmos de la música cubana. Casi a su vera, la Bodeguita del Medio, sede de la más genuina cocina criolla, ambiente bohemio, cargado de tradiciones. De ahí sale a la calle empedrada que desemboca en la bahía.
Justo en la otra orilla, el Cristo de La Habana, abre sus brazos en amorosa bienvenida. Regia escultura monumental realizada en mármol de Carrara, Italia, que devino obra cumbre de la artista cubana Jilma Madera (1915-2000). Los capitalinos se sienten orgullosos de este Cristo que recibe o despide a los turistas cuando en barcos y cruceros atraviesan las aguas de la bahía.
Ya en el siglo XIX, se inició una de las grandes obras que perduran en el entorno residencial citadino: el malecón de La Habana. Al principio llamado Avenida del Golfo, pero, por esas expresiones chispeantes del cubano, decidieron decirle Malecón, y así quedó.
El largo muro de concreto que nace en el Castillo de la Punta -a la entrada de la bahía-, y acaba junto a las márgenes del río Almendares. Larga franja costera con un recorrido de 7 kilómetros por la arquitectura originaria de la villa de San Cristóbal de La Habana, la ecléctica de Centro Habana y El Vedado, y concluye en un túnel, que al oeste, comunica con Miramar.
Paralelo a la costa, el malecón separa la ciudad del mar como primer balcón de un espectáculo insuperable, porque desde las aguas y a pleno sol, cual estampa criollísima, La Habana semeja emerger de las aguas del Caribe, para hermosear esta parte privilegiada del planeta.
* Editora de Prensa Latina.
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