LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -La discriminación por el color de la piel no culminó con la descarga humana del último barco negrero que levó anclas de Cuba en la segunda mitad del Siglo XIX. Tampoco entre las páginas de Los negros ñáñigos, ni aún tras el ajiaco de la transculturación acuñado por Don Fernando Ortiz.
Mucho menos con la llegada de los “revolucionarios”, con consignas que hablaban de una revolución “de los humildes, con los humildes y para los humildes”, como triste remedo del “Raza es humanidad”, soñado por Martí.
En enero de 1959, solo se produjo un cambio de máscaras: Los negros en Cuba son hoy seres marginados entre los barracones de la desigualdad y los latigazos de la discriminación racial.
Condenados al nacer, por el color de su piel, a ser mayoría en el mundo marginal, con acceso limitado –aunque no oficialmente- a las instalaciones turísticas del país, y discriminados en las pantallas de la televisión nacional, los negros reclaman su oportunidad.
De poco sirve que, después de cincuenta años y cientos de miles de actos de humillación, el gobierno reconozca que aún existen en Cuba la desigualdad y la discriminación por el color de la piel, si no admite su responsabilidad en ello y hace algo por remediarlo. Culpar a estas alturas a las secuelas del coloniaje, el neocoloniaje y otras causas no definidas, como causantes de la problemática racial del país, es un acto de cinismo de ese monstro “todopoderoso” que aún insisten en llamar revolución.
En Cuba nada se hace sin la orden, o al menos la autorización, de quienes dirigen las instituciones del país. Todo está regido por preceptos ideológicos, condicionamientos políticos, fines económicos y por la imagen que el gobierno quiere vender de nuestra sociedad.
Por eso nadie piensa que si las personas de piel negra tienen hoy menos oportunidades de desarrollo personal, sea porque fulanito es racista, mengano un blanco discriminador, o zutana una mulata piola, víctima del síndrome de Cecilia Valdés, que quiere “adelantar la raza”.
En el momento actual, el programa televisivo de participación La neurona Intranquila, hace gala de un acto discriminatorio contra las mujeres que tienen negra la piel. Entre los Rostros de habaneras que se entregan cada semana como premio al ganador del concurso, no se ve ninguno negro. Los dibujos sobre cartulina del artista plástico Ernesto Rebustillo, siempre son de rostros de mujeres blancas.
Según Amanda Cosmes -una mulata capitalina que dice no existe en esos rostros de habaneras una representatividad racial que corresponda con la mezcla del país-, los premios que se otorgan constituyen un acto solapado de discriminación.
“¿Por qué entre los Rostros de habaneras con que premian cada semanada al ganador, no puede aparecer una mujer con la piel oscura, el pelo duro, y la nariz ñata, como yo? ¿Es que acaso sólo hay blancas en La Habana?, se pregunta esta mulata, que asegura que en Cuba sí existe la discriminación”.
Por su parte, Yusmari Núñez, una joven de la raza blanca, aseguró que no sólo está en desacuerdo con que la televisión ofrezca esa imagen falsa de un solo color de piel en la sociedad cubana; sino también con otros actos de discriminación que, a diario, y especialmente contra la mujer, suceden en el país.
“En cuanto a la discriminación racial, no hay peor ciego que quien no quiere ver. En la televisión, el cine, la calle, la escuela y el trabajo, se ve la desventaja o la caracterización marginal de los negros. A veces de forma sutil, pero está ahí”
Es hora de que haya un debate público sobre el tema de la discriminación y la desigualdad por el color de la piel, en vez de abordar el asunto solo a puertas cerradas en el parlamento, o en talleres oficiales impartidos por nuestros Uncle Tom oficialistas, personajes de la raza negra más identificados con la dictadura que con su color.
Tal vez así, cuando saquemos los trapos sucios del racismo cubano, los Rebustillos y compañía comprendan que deben mostrar también Rostros de habaneras negras y mulatas, que no solo existen, sino abundan en nuestra ciudad.