ENTREVISTA A EDUARDO SACHERI
En el mundo cultural anglosajón, donde florece el gran mainstream de escritores, actores, músicos y demás etcéteras, no llama la atención que de un buen libro salga una buena película. De ahí, en el millonario showbusiness de las sociedades ricas, se contemplan todas las combinaciones posibles: de mal libro, buena película: de buen libro, película horrorosa y así…
En nuestra latinidad al palo, en cambio, las cosas suelen ser distintas y, por si acaso, cuando se produce esa extraña química capaz de mandar a un escritor a la fama internacional como consecuencia de que su historia fue buenamente filmada, los cuestionamientos se multiplican. Hay cierto desdén de lo que se conoce como “literatura en serio” hacia aquellos autores dados a conocer primero en la pantalla grande.
En Argentina, donde el escritor Eduardo Sacheri nació hace 43 años, no llamó la atención que su novela El secreto de sus ojos, publicada en 2005 con el título más sugestivo de La pregunta de sus ojos, accediera al podio de las mejores ventas merced al películón homónimo de José Campanella, protagonizada por el genial Ricardo Darín, ganadora del Oscar en 2010. Al fin y al cabo, el profesor de historia y fanático de Independiente que había escrito la historia, ya le iba bien con sus libros de cuentos.
Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol, editado en España como Los traidores y otros cuentos (2000); Te conozco, Mendizábal y otros cuentos (2001) y Lo raro empezó después: cuentos de fútbol y otros relatos (2004), son testimonio de una obra parsimoniosa y sólida con que Sacheri ya tenía un lugar en la literatura de su país.
El secreto de sus ojos fue el boom que lo puso en la mirada pública internacional. Le siguió Aráoz y la verdad (2008, novela) y pronto llegará Papeles en el viento, una nueva historia larga “y masculina” de cuatro amigos entrañables, uno de los cuales fallece a causa de una enfermedad terminal.
Invitado a participar en el Primer encuentro de escritores cinematográficos, llevado a cabo en México, entre y el 6 y el 9 de julio, Sacheri reconoce haber encontrado un nuevo camino en su escritura: el de la pantalla grande. No descarta escribir estrictamente para el cine y va de suyo que está encantado con el éxito que ha tenido su novela tamizada por el colador de Hollywood.
Una novela de película
- El secreto de sus ojos sí que es una novela de película…
- (risas) Sí, finalmente, se ha convertido en eso. La verdad es que es sorprendente. Si bien yo ya tenía un cierto recorrido en la literatura con mis libros de cuentos en Argentina, esto que de tu primera novela se transforme en un filme y vaya mucha gente a verlo y obtenga muchos premios es asombroso, todavía lo es en cierta medida para mí…
- ¿No le abruma un poco?
- A veces tanta exposición te abruma un poco porque te quita un poco de intimidad. Si fuera actor, sabría de antemano que el precio de mi éxito sería que la gente me reconociera por la calle y que en un restaurante alguien te estuviera mirando, etc. Para un escritor, el reconocimiento público pasa por otro lado y radica fundamentalmente en que la gente lea los libros que haces. Este tema del cine, en cambio, le ha dado a mi rostro cierta difusión y en Buenos Aires, con cierta frecuencia, sucede que la gente se me acerca en la calle…por suerte, todos los que me paran son personas muy amables a las que les ha gustado mi historia. De todas maneras, esa circunstancia tiene un costadito raro, como algo inhabitual en relación a la vida que yo llevaba antes de esta ola mediática.
- Fue un verdadero fenómeno, ¿verdad?
- Y sí. El efecto que tiene el cine, sobre todo en una película como esta, que tuvo tanto éxito, te cambia la escala de las cosas. Si antes vendías equis cantidad de libros, después del filme, esa cantidad se multiplica por diez o por quince. Además, se empiezan a traducir tus libros, comienzas a vender en lugares impensados. Al principio, cuando te dicen que tu novela va a ser traducida al francés o al inglés, te entusiasmas, pero luego cuando la ves en coreano, en croata o en búlgaro, la sorpresa es inmensa.
- ¿Y no le importó que se cambiara el título?
- No, en ningún caso. Así como en la película no me pareció correcto ponerme caprichoso con determinadas cosas, al punto de hacer naufragar el proyecto, tampoco en el ámbito editorial creo que una posición rígida conduzca a nada. Al fin y al cabo, es más práctico que la novela lleve el nombre de la película, que tener que explicar que la novela se llama distinto pero que en realidad es la misma que dio origen al filme.
- ¿A qué edad comenzó a publicar?
- Hace 10 años, a los 33.
- Su novela demuestra un riguroso trabajo literario atrás…no siempre las buenas películas están basadas en buenas novelas, no es este el caso…
- Bueno, creo que no hubiera podido escribir El secreto de sus ojos si antes no hubiera escrito los libros de cuentos, aunque debo reconocer que para mí fue todo un desafío encarar el proyecto de escritura de una novela. Sentía como una asignatura pendiente. Me iba muy bien con los libros de cuentos, pero quería ser capaz de terminar una novela, aunque después volviera a mi género habitual. A esta historia la tenía por ahí, rondando, desde hace mucho tiempo, pero me daba un poquito de temor. Entonces, que mi protagonista escriba una novela, funcionó como una especie de exordio. Fue como poner en las espaldas del pobre Benjamín Chaparro mis problemas de cómo manejar los tiempos verbales, el vocabulario, o sea, ponerlo en boca de él me liberó a mí como para poder hacerlo. Al mismo tiempo, esto de alternar dos narradores, que casi todos los capítulos de la novela estén escritos por el propio Chaparro, pero de tanto en tanto aparece algún capítulo hecho por un narrador que está por fuera del personaje me dio la posibilidad de hablar más profundamente del propio Chaparro. En realidad, no me hubiera parecido muy verosímil que Chaparro se conociese tanto.
- ¿Por qué?
- Porque los hombres nos conocemos mucho, pero por partes. Hay partes de nosotros mismos que ignoramos profundamente. Entonces, este narrador que contaba lo que le iba pasando a Chaparro mientras escribía, me pareció una buena opción. La estructura de los capítulos son breves, como si fueran cuentos. Y eso me dio cierta libertad de sentirme como si escribiera pequeños cuentos, pequeños relatos.
- La novela propone un vértigo distinto, en el que el narrador puede perderse…
- Sí, es muy distinta hasta la práctica. ¿Cuánto tiempo puede llevar escribir un cuento? No estoy hablando de las diferentes reescrituras que luego uno hace, sino del cuento en sí. Si un cuento te agarra particularmente inspirado capaz que hasta en un día lo escribes. Una novela, en cambio, te lleva meses y meses y uno no es el mismo que era cuando la empezó al que es cuando va en el medio. Una novela no es un raptus de inspiración, sino meses donde te van pasando distintas cosas, vas teniendo ideas, vas descartando otras, te cansas, te vuelves a entusiasmar…
- Con el miedo feroz al estancamiento, además…
- Claro. Esas ideas mortuorias que aparecen mientras escribes cuando te preguntas ¿y esto cómo sigue? O eso que al principio te parece maravilloso, pero luego al verlo escrito te resulta nefasto. Escribir un cuento es como cruzar un río. Te esfuerzas, nadas contra la corriente, pero levantas la cabeza y ves hacia dónde vas. Una novela es como nadar en el Río de la Plata: hay un momento en que perdiste de vista la orilla desde la que partiste y no está a la vista el destino al que querías llegar. Es muy difícil nadar a ciegas.
- De todas maneras, sus editores deben de haber estado muy felices con el hecho de que usted se pusiera a escribir una novela. Supuestamente, eso es lo que se vende ahora…
- Con eso de que yo era profesor de historia y vivía de eso y estaba bien esa vida, todo lo que ha pasado con los libros y lo que sigue pasando, lo vivo como un regalo extraordinario y eso también me da mucha libertad. Como los libros de cuentos se vendían bien, estaba libre para encarar cualquier tipo de género.
- ¿Ahora ya no da más clases?
- Sí, aunque no tanto como antes. Estoy en un par de escuelas secundarias y en la universidad de Buenos Aires una noche por semana.
- ¿Cuál es su materia?
- En la universidad doy clases de Historia Económica Mundial y en las escuelas secundarias, doy primordialmente historia argentina y algo de europea.
- En esta discusión de los géneros que suele darse en el ámbito literario, ¿qué tipo de cuentista es usted?
- Soy un tipo muy clásico. Alguien que confía en ciertas certidumbres de los géneros literarios ortodoxos. Sobre todo, confío como lector en esos paradigmas. Cuando leo un cuento, me gusten que pasen cosas, que haya un vértigo creciente y que haya un final maravilloso o sorprendente. No escribo para otros escritores, será porque no me siento parte de una comunidad literaria. Me pienso a mí mismo como lector primero y escribo en consecuencia.
- ¿Quién es su autor de cuentos favorito?
- El autor que me marcó definitivamente fue Julio Cortázar. Esto del mundo de lo cotidiano como objeto de interés, a veces con una solución fantástica y a veces no…me seduce mucho. Por ejemplo, uno de mis cuentos preferidos de Cortázar es “La salud de los enfermos”: una señora mayor muy enferma, postrada en su cama, la familia alrededor cuidándola, un hijo que muere en Brasil y cómo le ocultan a esa mujer la infausta noticia, los ritos familiares en la Buenos Aires de los 50…hasta la lectura de ese cuento yo consideraba que la literatura debía tratar quién sabe de qué cosas alejadas de la vida cotidiana de cualquiera. Ver que un tipo podía construir una historia maravillosa con una vieja moribunda y una familia que le teje una mentira alrededor, me pareció algo revelador y genial.
- ¿A qué comunidad de escritores argentinos dice usted no pertenecer?
- Me imagino que Ricardo Piglia, que Juan José Saer, que, un poco más acá, Alan Pauls, a juzgar por lo que se lee en la facultad y viendo los escritores que son invitados a ese recinto, forman una comunidad académica a la que no pertenezco, algo que no me parece ni bien ni mal. Así son las cosas.
- También está afuera de esa comunidad la escritora Claudia Piñeiro, una de las más vendidas actualmente en la Argentina…
- Bueno, me divierte mucho más leer una novela de Piñeiro que una de Saer. En la literatura me gustan las historias y no ver al autor delante de ellas.
Todo lo que pasó en el hotel Mondrian
Fue un día de marzo de 2010. Para premiar a la Mejor Película Extranjera en los Oscar se subieron al estrado los directores Pedro Almódovar y Quentin Tarantino. Poco tardaron en mencionar a El secreto de sus ojos como la gran vencedora. A pocos pasos del Kodak Theatre de Los Ángeles, donde se llevaba a cabo la ceremonia, un grupo formado por 20 personas festejaba a gritos y con abrazos efusivos el galardón. En una sala especialmente acondicionada para la ocasión en el Hotel Mondrian, Eduardo Sacheri, disfrutaba su momento de máxima gloria.
- ¿Cómo fue la noche del Oscar?
- Lo que más recuerdo era la tensión creciente de todos los argentinos que estábamos en el hotel Mondrian esperando la premiación. Estaba el jefe de producción de la película, los músicos, éramos unos cuantos haciendo el aguante de la espera. En esa situación, ganar el Oscar era casi una desesperación. Ya que fuéramos uno de los cinco favoritos la sensación de júbilo era absoluta, pero conforme va pasando el tiempo te empieza a picar el bichito de querer ganarlo. Cuando Almódovar y Tarantino aparecieron en el escenario, tenía tal nivel de tensión que salí de la sala donde estaba la pantalla gigante y me fui a caminar por el corredor del hotel. Pensaba que si ganábamos iba a escuchar un grito como si fuera un gol en el Mundial a mis espaldas y si no escuchaba nada, me iba a armar de valor y volvería a la sala con los demás.
- Pero escuchó el grito…
- Sí. Cuando oí el alarido no me dieron las piernas para volver a la sala y abrazarme a esa pirámide de argentinos que, como no podía ser de otra manera, entonaba cánticos futboleros para festejar el Oscar. Parece que no tuviéramos otro código de festejos.
- ¿Y a Campanella cuando lo vio?
- Tuvimos que esperar un rato largo, porque se estaba grabando el nombre de la película sobre la estatuilla. Luego ellos se vinieron al Mondrian y nos juntamos. La verdad es que había habido tanta tensión y tanta adrenalina liberada que estábamos todos extenuados. Al final, no parecía que habíamos ganado el Oscar.