Hace cinco siglos, exploradores europeos persiguieron un mítico lugar
de riquezas al que llamaron El Dorado, entre las actuales Colombia,
Venezuela o las Guyanas. Aquella empresa salió mal para casi todos los
que lo intentaron: por exceso de expectativas, por falta de orientación,
o por divisiones entre ellos. Ahora que en Santiago de Chile el viejo
continente busca la salida a la crisis, no se deberían repetir los
mismos errores del pasado.
En la Cumbre de Santiago de Chile confluyen centenares de empresas
grandes y medianas, y multinacionales latinas en busca de políticos y partners.
Es una gran oportunidad tanto para los que empiezan tímidamente a
integrarse en torno a la CELAC, como para los que corren peligro de
disgregarse en la UE.
Pero a pesar de la retórica habitual, y del esfuerzo de la Santísima
Trinidad Europea de la Voz Única (Van Rompuy, Durao Barroso y Catherine
Ashton), da la impresión de que gobiernos y empresas acuden un poco cada
uno por su cuenta. España ha sido incapaz en el último annus horribilis de poner en común con sus socios aspectos fundamentales para la prosperidad futura de las dos regiones.
Nuevas empresas españolas, italianas, alemanas, nórdicas y francesas,
desembarcan en la región, mirando hasta el Pacífico, y ello es bueno;
pero sería deseable hacerlo de manera concertada, bajo una batuta
política clara. Sería de esperar que en esta jungla de tarifas,
subvenciones, peligros de expropiación, o de incumplimientos
comerciales, los mandatarios que se han aventurado hasta Santiago –
Rajoy y Merkel, una vez apeado Hollande a última hora del viaje - se
hubieran coordinado más. Cameron y los italianos en otro planeta, o
hastal fondo es el vvalor rte europeo Europa llega a Santiago diezmada y
sin los grandes consensos, con británicos e italianos ensimismados en
sus planetas.
Por ejemplo, Francia, que invierte en Brasil el doble que en China, y
con gran proyección en energía nuclear o el sector aeroespacial, tiene
mucho interés en Mercosur; pero al mismo tiempo su proteccionismo
agrícola fastidia el proyecto mismo. La alemanas Siemens o Audio se han
implantado en Méjico, aprovechando que los costes laborales chinos se
disparan y en breve superarán a los del país centroamericano. Merkel no
va a desaprovechar la ocasión de enarbolar el made in Germany
junto a su empresarios para recuperar las exportaciones. O sea,
precisamente para vender a las clases medias latinoamericanas los
productos de valor añadido que no puede vender a sus socios, a los que
impone austeridad. ¿Y España? Está muy concentrada en salvar los grandes
muebles, y en lanzar a su maltrechas pymes en botes salvavidas
fabricados para la ocasión, a ese El Dorado de la globalización, de 4%
de crecimiento para 2013.
El éxito de los negocios requiere un dialogo político mucho mayor
entre los europeos. Hace falta una visión mucho más cohesionada que se
puedan creer en la otra orilla, para trabajar en serio sobre grandes
políticas económicas o desbloquear los acuerdos regionales. Los
gobiernos europeos se ven las caras en Santiago, pero no hablan el mismo
idioma. Y poco puede hacer la Asamblea de parlamentarios de ambos
continentes cuando tienen las manos doblemente atadas por el
nacionalismo latinoamericano y por un Parlamento Europeo disminuido de
poder a resultas de la crisis.
La vieja madre patria de todo esto, España, necesita aclararse a sí
misma y a los demás qué papel puede y quiere jugar. Los esfuerzos
españoles de la Cumbre de Madrid en 2010, no han cristalizado aún en una
estrategia europea hacia América Latina, sino más bien en un incremento
de inversiones dispersas. En este momento, la política latinoamericana
de España se halla en un limbo a ojos de sus colegas europeos. La
defensa de la seguridad jurídica interesa a todos, y eso juega a su
favor. Pero por ejemplo, en cooperación al desarrollo, España libra una
batalla perdida de antemano ante el Norte y el Este europeos, que
quieren eliminar la cooperación bilateral con los países de renta media.
Aparte de salvar de la quema a los países andinos más vulnerables,
España habrá de inventarse otra cosa para liderar.
Se dice que China va desplazando a Europa como primer socio comercial
en Latinoamérica, y tal vez en un futuro se equipare como inversor.
Pero Europa podría mantenerse muy por delante en influencia política, si
orienta su inmensa energía empresarial y de innovación en la dirección
de los grandes acuerdos estratégicos y comerciales. Ahí España tiene
mucho espacio que ganar aún por la vía del Servicio Exterior Europeo. Si
España no toma las riendas de Europa, la nueva aventura a El Dorado
latinoamericano podría agudizar la rivalidad económica o las
desavenencias políticas - derechos humanos y libertades - entre España y
sus socios más ricos, y dar al traste con la empresa entera.
Vicente Palacio es Director adjunto en la Fundación Alternativas (Opex).