Hace justo 20 años, Günter Parche cambió el tenis. Dejó de enviarle flores y dinero a Steffi Graf por su cumpleaños. Cogió un cuchillo y decidió emplearlo para devolverle el número uno a la alemana, la tenista que le obsesionaba: durante un partido, hundió la hoja en la espalda de Monica Seles para acabar con su reinado, que había puesto fin al de Graf. La yugoslova se desplomó. Tenía 19 años. Era la mejor: entre 1991 y 1993 llegó a 33 finales en 34 torneos, ganó 22 y celebró un 93% de victorias (55-1 en los grandes). Nunca volvió a ser la misma.
"No sabía lo que pasaba. De repente me costó respirar y sentí un dolor horrible en la espalda", contó posteriormente en su biografía, publicada en 2009.
Con su ataque, Parche evitó lo que amenazaba con convertirse en una dictadura: Seles ya había ganado ocho grandes y sumaría un noveno y un bronce olímpico tras la cuchillada, el sello de su capacidad competitiva. La lesión retrasó un lustro el cambio en el circuito femenino: del modelo Graf, una jugadora de revés a una mano, exquisita estratega con un fino sentido de la construcción del punto, al modelo Seles, una pistolera que quería ser la más rápida en disparar, arrolladora en los tiros, tenista total, de impacto y fuerza.
Nunca hubo una tenista como Seles. Ni antes ni después. Jamás ha habido otro competidor, tampoco en el circuito masculino, capaz de levantar con frecuencia títulos grandes golpeando a dos manos la derecha y el revés. Nunca se sabrá hasta dónde habría llegado. Lo que pudo ser. La cuchillada hizo algo más que cortar sus músculos. Rompió los equilibrios internos que distinguen a los campeones de los competidores muy buenos. La persona sufrió mucho más que la tenista. Ganó 15 kilos. Sufrió bulimia. Coqueteó con la idea de ser una ‘celebrity’, participó en Dancing with the Stars, presentó galas… y siempre siguió buscando a la Seles que era antes de Parche.