Junto a Liasda Lebsir
Desde hace diez años se realiza en los
campamentos de refugiados saharauis el FiSahara, un Festival de Cine
surgido por iniciativa del cineasta peruano Javier Corcuera.
Dajla, la sede del Festival, es una wilaya de 32 000 habitantes, que hace 40 años surgió del lado argelino cuando Marruecos arrebató a los saharauis su territorio. Las jaimas de las familias saharauis alojan durante el Festival a los invitados, por la noche se proyectan al aire libre las películas
participantes y en el día se realizan talleres donde participa la
población y especialmente los niños. Los saharauis comparten con los
invitados lo muy poco que tienen, aquí donde desde el agua hasta la
electricidad son escasas.
España, como hizo con Cuba en 1898 al entregarla a Estados Unidos,
cedió en 1975 el territorio del Sahara Occidental a Marruecos. Desde
entonces y hasta 1991 hubo una guerra que cesó al aceptarse un
referéndum a realizar por la ONU, aún pendiente.
Los habitantes de Dajla, que sobreviven
fundamentalmente con lo que les envía el programa de refugiados de la
ONU, ven en el Festival una oportunidad para que su causa sea divulgada.
Del lado de allá de un muro de 2700 kilómetros, construido por
Marruecos, sus familiares sufren constantes violaciones de derechos
humanos en el Sahara ocupado. El muro, construido con tecnología y
asesoramiento israelí, cuesta un millón y medio de dólares cada día
mientras el pueblo marroquí permanece en la miseria.
En la sala de prensa, donde acceder a Internet
es casi una quimera, Liasda Lebsir me escucha hablar y me pregunta si
soy cubano. Él dirige la escuela de arte saharaui en Bojador, estudió en
Cuba y me dice que nadie los ha ayudado tanto como mis compatriotas. Su
primera pregunta es cómo va la lucha por el regreso de Los Cinco
cubanos condenados injustamente en Estados Unidos y me cuenta de un
reportaje que vio sobre el tema en una televisora del Líbano. Liada no
es el único cubanahui –así llaman a los miles de saharauis
formados en Cuba- que me encuentro en mi primera mañana en Dajla, otro
reconoce mi acento y me dice estudió en la Isla desde los catorce años,
también un niño me habla de su hermano que cursa una carrera
universitaria en La Habana.
Hasta en este lugar olvidado por la mano de Dios no es difícil comprobar que lo que en Miami
llaman el “largo brazo del castrismo”, como los médicos cubanos que
durante muchos años han servido en los campamentos saharauis, hace honor
a la frase bíblica: Por sus hechos los conoceréis.
Artículos relacionados: