Pero la reflexión que comencé la mañana del jueves, mientras dormitaba a la espera de que me interrogaran, va más allá:
Precisamente uno de mis grandes temores acerca de la posibilidad de la Transición en Cuba, al menos desde abajo, gira alrededor de esa realidad: la cantidad de ciudadanos que por temperamento se encuentran muy poco inclinadas a los cambios. Cantidad que aumenta cada vez más debido a dos factores. Primero, al envejecimiento de la población, ya que a medida que envejecen los individuos tienden a tener mayores prevenciones con respecto a los mismos, de la clase que sean; segundo, la masiva emigración que en lo fundamental se compone de los individuos más emprendedores y creativos.
Al constatar lo anterior he dado en pensar que el escenario más probable para el futuro de mi país no es el de una posible transición y posterior avance económico, sino el de una nación que primero se despuebla a medida que también empobrece más y más, para luego, tras igualarse con Haití, comenzar a repoblarse por una explosión demográfica relacionada con el enorme retroceso cultural de sus habitantes, al mismo tiempo que la economía alcanza un mínimo y el estado termina por fallar por completo.
La verdad es que esa mañana me convencí de que en el futuro de Cuba hay dos actores claves: Nuestra enorme emigración, y la clase política que tomará por completo el mando tras la retirada de los restos que aún quedan de la Generación del Primer Centenario Martiano. Solo si esa clase política comprende la necesidad de realizar cambios de fondo, y por sobre todo integrar a esa emigración en ellos, nos salvaremos de ese gris futuro.