Amor y Odio
Es algo extraño escribir ahora sobre el desborde de violencia ante la protesta de los estudiantes y un pueblo que se levanta detrás de ellos. Tengo la esperanza de que cuando se publique este breve artículo, Venezuela esté en otro nivel donde se ancle como realidad la vuelta a un orden democrático, soberano y con instituciones independientes que garanticen mecanismos para vivir en paz con un orden cívico y respetando la diversidad de pensamientos. En este momento la marejada socio política se levanta indetenible amenazando con arrastrarnos en una guerra fratricida.
Quisiera hacer una breve reflexión sobre nuestra naturaleza. Dentro del ser humano anidan dos grupos de potentes fuerzas pulsionales que se contraponen: unas se engloban dentro del amor y representan los aspectos constructivos que tiende hacia la vida, el placer, la concordia, la unión y la armonía. El otro grupo, se agrupan bajo el signo del odio o la agresión y tienden a la desintegración, la destructividad, la voracidad y la muerte. El instinto agresivo lo heredamos de nuestra biología; su función es defendernos y apoderarnos de lo que necesitamos para sobrevivir. Cada uno de nosotros tiene una particular combinación de estas fuerzas instintivas, que se expresan en diferentes contextos con emociones, sentimientos y conductas. Conocemos personas donde es mas prevalente la envidia, voracidad, crueldad y bajeza; mientras que otras pueden contener esas emociones humanas y prevalece en ellos el amor, la tolerancia, capacidad de conciliación, empatía y conductas constructivas consigo mismos y con su entorno.
No podemos subestimar la capacidad destructiva del ser humano. La cultura engloba el conocimiento para extraer los bienes de la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades, pero también las organizaciones para regular las relaciones humanas. Si los líderes sociales intentan capitalizar como su sostén el aspecto agresivo del ser humano, la voracidad, la envidia y la destructividad, estarán convocando una poderosa fuerza difícil de contener. Si además se normaliza y despenaliza la expresión de esa fuerza, será imposible frenar ese impulso destructivo, expresado en el verbo violento, el hampa desbocada y la valorización del arquetipo del “vivo criollo” que estafa, roba y se hace rico sin trabajo productivo. Si a eso sumamos la acumulación de tensiones sociales por una economía que quiebra el sueño de todos; tendremos el caldo de cultivo para una oscura explosión del instinto agresivo a nivel social. ¿Cómo afrontar esta realidad que nos muerde y envuelve con su crudeza cargada de muerte? Sea porque salimos a flote de la marejada o no, estos simples elementos deberían estar inscritos en toda convivencia humana civilizada:
Autoconocimiento y creatividad. A menudo no toleramos dentro de nosotros sentimientos que provienen de esa fuerza agresiva que forma parte de nuestra psique y proyectamos hacia afuera nuestro malestar, rabia, frustraciones, envidia y las depositamos en algo externo, a lo que luego culpamos y sentimos va a atacarnos con esa misma carga destructiva. Así culpamos al otro, a un país, ideología, clase social o imaginario enemigo. Es como cuando un hombre justifica el pegarle a una mujer porque “ella lo provocó”, un ladrón justifica “expropiar” a una persona para apoderarse de lo que desea y no ha trabajado para lograr, o se odia y envidia por “escuálido” a quien ha logrado levantar un negocio con su esfuerzo. Es preciso desarrollar la capacidad de reflexión, esa mirada interior que nos permite identificar nuestros aspectos claros y oscuros, para hacernos responsables de ellos y elegir qué hacer. Sólo así podemos metabolizarlos, integrarlos y convertirlos en acciones constructivas y autoconocimiento. Un cirujano utiliza su capacidad agresiva bien dirigida para poder extirpar un tumor, un albañil usa su fuerza para construir, una madre para cuidar y defender a su hijo. Mi fuerza agresiva se puede elevar o sublimar, usando esa potente energía para crear lo que sueño para mí y ayudando a construir un mundo próspero, armónico y hermoso.
Tolerancia y respeto. Para poder convivir se debe enseñar a tolerar, permitir y aceptar la diferencia. En la tolerancia está implícito el respeto en el trato. No se puede justificar un verbo ofensivo, vulgar, hostil y descalificador en ningún contexto; y los líderes de una comunidad deberían ser el mas claro ejemplo del trato respetuoso entre conciudadanos. Debemos dejar ir el miedo y la hostilidad para anclarnos en la fuerza integradora, contenedora, constructiva y que llena de vida del Amor.
Tibaire González