En Occidente, los especialistas en sexualidad actuales opinan que el órgano sexual por excelencia es el cerebro, porque es el que rige desde el instinto más arcaico hasta la sensibilidad más exquisita.
De manera que, la forma en que un individuo se comporta sexualmente no depende tanto de sus órganos sexuales sino de factores como su historia personal, su personalidad, sus experiencias, sus creencias, su educación y otros.
Shere Conrad y Michael Milburn, psicólogos de la Universidad de Massachussets, de Boston, incorporan el concepto de “inteligencia sexual” en un libro con ese mismo título, para medir la capacidad erótica de una persona; ya que según esta perspectiva, la inteligencia sexual forma parte de la inteligencia emocional que menciona Daniel Goleman, y se puede detectar, medir e incluso aumentar.
Quiere decir que el sexo no depende tanto de las características físicas individuales de cada uno sino del desarrollo de las habilidades especiales adquiridas que son las que permiten relacionarse mejor sexualmente.
Según estos autores, este tipo de inteligencia sexual se puede aprender y todos tienen la misma capacidad para desarrollarla.
El sexo sin ningún conocimiento está destinado al fracaso para ambos integrantes de una pareja o para uno de ellos, generalmente para la mujer, la que no logrará en este caso, unirse sexualmente con placer sino por el contrario con dolor y frustración.
Una sexualidad plena exige además conocimientos e inteligencia y representa la solución de muchas parejas mal avenidas que han fracasado desde que se conocen y siguen agregando frustración a sus vidas con la resignación de quien no conoce otra cosa.
Es necesario que ambos conozcan su propio cuerpo y su particular sensibilidad, que es única e irrepetible y que está determinada por múltiples factores relacionados con la vida personal y la experiencia existencial.
La comunicación fluida y sin inhibiciones en una pareja es indispensable, quienes de esa manera podrán compartir sus dificultades y sus logros y aprender mutuamente uno del otro.
En Oriente, desde la antigüedad, el placer sexual es considerado sagrado y exige la unión de la mente y el cuerpo para lograr la armonía y la experiencia trascendente de unidad espiritual.
Para los Taoístas, la práctica del sexo exige vaciar la mente, porque no se trata de desarrollar técnicas para llegar al orgasmo, sino de frenar ese impulso la mayor cantidad de veces posible para que al alcanzarlo, se pueda conocer una experiencia única y sagrada.
Los Taoístas recomiendan preparar el escenario adecuado para la intimidad, utilizando velas, aromas, flores y música suave. La relajación total es necesaria y requiere disponer de tiempo y un baño de placer puede resultar muy reconfortante.
El estrés es un estado emocional que impide relajarse y que mantiene la cabeza llena de preocupaciones. Las relaciones sexuales en ese estado se reducen a ser simples descargas orgánicas sin ninguna emoción compartida, generalmente insatisfactoria para la mujer.
Las palabras en la intimidad de una pareja tienen el mismo efecto de una caricia y representan un elemento muy estimulante en el acto sexual, porque el amor necesita también ser expresado en palabras.
La sexualidad debe vivirse con los cinco sentidos y se transforma en un acto trascendente cuando existe compromiso espiritual y afectivo.
Oriente y Occidente son culturas opuestas que se complementan entre si; y a la hora de hacer el amor lo mejor es tomar lo mejor de ambas y experimentar una sexualidad de fusión, con la cabeza y con el corazón.