Pese a que su tenis desprenda notas de rock and roll, el sonido con el que amanece cada mañana Garbiñe Muguruza (Caracas, 21 años) es bien distinto. “Desde hace años le suena Paco de Lucía en el móvil”, cuentan en su entorno, acostumbrado ya a que a primera hora de la jornada resuenen por todo el piso que tiene alquilado el equipo estos días londinenses los acordes de Entre dos aguas. También ritmos de hip-hop. “Es que me encanta la música. No puedo ir a ningún sitio sin unos altavoces”, reconoce ella, 21 años y sensación en Wimbledon, citada hoy (15.00, Canal+ Deportes) precozmente con la historia.
“Esto es por lo que he trabajado toda la vida, un sueño. Empiezo a sentir que todo lo que he hecho cobra sentido”, exponía Muguruza ayer, frente a una multitud de periodistas, antes de luchar por el título con la todopoderosa Serena Williams en la pista central del All England Tennis Club. “¿Temores? ¿Miedos? Ninguno”, señaló la hispano-venezolana, cuya eclosión ha generado un gran impacto en el mundillo del tenis. “No siento la presión. Estoy feliz de estar aquí, de alcanzar lo que he alcanzado, pero quiero seguir progresando para saber cuáles son mis límites”, precisaba Garbiñe.
Ayer, en la antesala de una cita de altura, peloteaba con suma tranquilidad en la pista 14 del complejo, como si el revuelo que ha generado no fuera con ella. “No voy a alterar las rutinas”, decía la que será sexta o novena en el ránking mundial, en función del resultado de la final. Hija de José Antonio, un empresario de Eibar que trasladó sus negocios de maquinaria y componentes eléctricos a Venezuela, y Scarlet, ama de casa venezolana. “Lo que más me gusta es estar con mi familia, tirarme en el sofá y ver películas”, admitía el nuevo icono del tenis femenino español, que comenzó con la raqueta a los tres años y a los seis viajó a Barcelona para ingresar en la Academia Bruguera.
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Habla inglés, chapurrea en euskera y se desenvuelve con el catalán. Tiene un Porsche y es cocinillas
Allí se juntó con sus dos hermanos, Asier e Igor, pero el técnico Alejo Mancisidor lo tenía muy claro: “La buena era ella”. La esculpió progresivamente hasta que en 2012 llamó con fuerza a la puerta del circuito, con una buena puesta en escena en Miami. Su presentación suscitó el runrún, puesto que al tener la doble nacionalidad tuvo que elegir entre España y Venezuela. “Al final, tenemos la suerte de que se decidió por nosotros”, explica, Conchita Martínez. “Me he mensajeado con ella. No podré estar en Londres por el viaje a Rusia, pero le animaré desde la distancia”, detalla la capitana del equipo de la Copa Davis y la Copa Federación.
Muguruza se mueve en Wimbledon con absoluta serenidad. Muy inquieta de pequeña, ahora se acerca a la madurez. “El tenis es muy sacrificado. Te exige viajar mucho y estar lejos de los tuyos, pero también te aporta mucho”, indica Garbiñe, que niega ser supersticiosa, pero estos días se cepilla los dientes a la misma hora y se levanta con el mismo pie, por si las moscas. “¿Vendrá tu familia a verte en la final?”, le preguntaron. “No, les he dicho que mejor se queden en Barcelona y lo vean por la tele. Hasta ahora ha funcionado”, comentó entre risas.
Muguruza tiene unas condiciones privilegiadas para el tenis, pero es una chica polifacética. Habla a la perfección inglés, chapurrea canciones en euskera —“no olvida sus orígenes”, cuentan— y se desenvuelve sin problemas con el catalán. Toca la guitarra de oído, le apasionan los coches (tiene un Porsche) y es una cocinillas de pro. “Pero mejor con azúcar que con sal. Se me dan bien los postres”, especifica. En Londres, el que ha llevado la batuta en la cocina ha sido su técnico; ella ha ejercido de pinche, pero se ha atrevido con el brownie, un flan, la crema de champiñones y la tortilla de patata.
Es coqueta, calza un 44, le apasiona la moda y ya es un reclamo para grandes firmas comerciales
Mide 1,82, viste de forma coqueta y calza un 44. “Me apasiona la moda”, subraya. Ya es un reclamo para grandes firmas comerciales —BBVA, Adidas y Babolat, entre otras—, y en el circuito ha hecho migas con Arancha Parra, Anabel Medina y Lara Arruabarrena; también con Carla Suárez, su compañera en el dobles.
Hoy, se batirá con la reina del circuito por el cetro. “Quiero disfrutar, pero también quiero ganar”, expone. Y desde aquí, desde una superficie que hasta hace nada se le resistía —“ahora también amo la hierba”—, ha insuflado una bocanada de aire fresco a un deporte que en España vive tiempos difíciles: “Es fantástico ver que la gente vuelva a motivarse, a las niñas, a los niños… Es bueno que piensen que también pueden llegar un día a la final de Wimbledon”. Ella lo ha hecho. Y está a un peldaño de la gloria.